2. Voz [Mujer Alfa x Mujer Omega]

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Samanta miró con el ceño fruncido y los labios apretados en una línea a un grupo de Alfas que en una esquina estaban diciendo vulgaridades y lanzando silbidos a algún desafortunado Omega que decidiera pararse en esa esquina para esperar el autobús.

Podrían estar ya en los años noventa, pero la mentalidad y perspectiva que se tenía hacia los Omegas había tan poco que parecía un chiste. Ni se diga de cómo aún las mujeres Alfa cómo ella eran vistas casi cómo Alfas débiles, de segunda. ¡Ni siquiera había pruebas de cosas cómo la fertilidad o la potencia de «la voz» estuvieran relacionados con tu sexo biológico!

Samanta suspiró con un poco de alivio cuando el Omega que estaba en la parada subió a su autobús. Termino de recorrer el trecho que la separaba de la parada de autobús y miró hacia el frente esperando su transporte; pero su paz duró poco cuando vio a una Omega que conocía muy bien: la dependiente de la librería de la avenida principal, de nombre Fernanda, una mujer ya cerca de sus cuarenta, algo rolliza pero con unos ojos de tono almendra que nuca fallaban en distraer a la Alfa toda vez que entraba a la tienda se paró en la estación cerca de ella.

La Alfa se tensó cuando escuchó murmullos y risillas malintencionadas a su espalda. ¡Por supuesto! Pensó con exasperación, esos malditos Alfas no perderían la oportunidad de divertirse a expensas de Fernanda; y es que la pobre Omega tenía unas circunstancias que hacían a Alfas ególatras —de los que abundaban— pensar menos de ella: al parecer la mujer apenas tenía celos, cosa que se hizo pública gracias a una ex pareja que tomó cómo ofensa que la mujer dudara en si dejarse marcar.
Tener pocos celos era señal de baja fertilidad, algo esencial a ojos de una sociedad que se centraba en los Alfas. Naturalmente, eso hacía a otros Alfas acercarse con la única intención de sexo fácil a una Omega que ya no era de «valor» o elegible para algo más; por supuesto, esas interacciones agresivas habían bajado mucho el autoestima de Fernanda y su confianza, haciéndola más retraída e incluso temerosa de otros Alfas, así que cuando Samanta quiso cortejarla resta vio cómo la evitaba de manera muy sutil temerosa, y ella no queriendo incomodarla desistió. 

Así que a Samanta sólo le quedaba verla cuando pasaba o visitarla ocasionalmente como una clienta más. Hablar de libros llenaba de confianza a la Omega, y la Alfa era feliz viendo los ojos detrás de las gafas cuadradas que adornaban los bonitos ojos de la otra.

—¡Estas desperdiciando nuestra amabilidad, Omega! —dijo uno de los Alfas del grupito detrás de la estación de autobús—, a estas alturas ya estás cómo para considerarte en las sobras.

Fernanda mantuvo su espalda recta, pero Samanta podía ver cómo sus manos apretaban la bolsa que descansaba en su regazo.

—¡Los que no saldrían ni en oferta son ustedes! —gritó Samanta poniéndose de pie, y gritando sin importarle las miradas de los que fueran pasando.

Los Alfas rieron al ver que se trataba de una Alfa. Uno de ellos se acercó a donde estaban y Samanta no dudo en dar unos pasos al frente para tapar de la vista del otro a Fernanda.

—Vaya, vaya —dijo con sorna el Alfa—. MUEVETE —dijo el Alfa usando «La voz», y la sonrisa se fue de su rostro cuando no vio que la mujer que lo estaba encarando moviera ni un musculo, ni que su expresión mostrara alguna forma de sumisión.

El desplante de superioridad del Alfa no había hecho más que poner más nerviosa a Fernanda, pero en cuanto a Samanta esta sólo parpadeó con cansancio, y con una sonrisa se cruzó de brazos, cómo diciendo: «¿Y ahora?».
La Alfa en cambió dio un par de pasos más que parecieron tener el efecto que el otro Alfa esperaba con su comando, y con una respiración profunda exclamó—: LARGUENSE.

El Alfa pareció estremecerse, y Samanta quiso reírse al demostrar que la superioridad de un Alfa dependía de otras cosas más que características del cuerpo. Pero no era el momento.  Cuando el grupo de hombres desapareció, la Alfa acomodó sus cabellos negros detrás de su oreja y se sentó junto a la Omega.

—Gracias. Siento que tuvieras que pasar por esto —dijo la Omega mirándola de soslayo.

—Yo debería decirte eso, ¡que patanes! —bufo riendo, Fernanda asintió riendo—. Aunque ahora temo que el patán podría ser yo.

—Pero si no los insultaste o algo así —comentó confundida la otra.

—Lo que pasa es que…siempre he pensado que me encantaría llevarte a tomar un café un día, y que aprovechar que surgió esta oportunidad para hablar contigo a causa de un momento tan horrible me hace igual que ellos —admitió Samanta sonrojándose, pues si sentía que estaba aprovechándose de un mal momento.

—En realidad, yo también te veo cuando pasas por mi tienda —admitió Fernanda con una sonrisa tímida—, y nunca se me olvida revisar las novedades de misterio que vienes a comprar.

—Bueno, entonces me aprovechare —dijo la Alfa guiñando un ojo.

Omegacember | OriginalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora