Estoy tumbada en mi cama, recién despierta, pensando en por qué tengo que existir un viernes más, cuando suena una notificación en mi teléfono. Me incorporo para alcanzarlo, y veo en la pantalla un mensaje. Desbloqueo el móvil para ver de quién puede ser, y se trata de Simón. Se me encoge el corazón un poquito, y empiezo a recordar la conversación que tuvimos el domingo cuando nos despedimos por la noche. Me acompañó hasta la puerta de mi casa, una vez que los demás se fueron dirección a la suya.
- Muchas gracias por acompañarme, Simón. No hacía falta -le agradecí, sonriendo. No pude mantenerle el contacto visual mucho tiempo, no sé si es que me intimida, pero me es imposible.
- No es nada. Es lo mínimo que podría hacer por ti. Y, en cuanto a estudiar alemán, te lo digo en serio. Tengo libres todos los días de la semana, excepto los findes. Podemos quedar cuando sea. Si quieres, claro.
- ¡Claro que quiero! -creo que me motivé demasiado al expresarle mi emoción-. O sea, que sí, que no me importaría estudiar juntos.
- Aunque no sepa nada de alemán.
- Aunque no sepas nada de alemán. Tampoco es que yo sepa mucho.
Empezamos a reírnos ante la situación. No sé cómo pretendemos estudiar sin él tener ni idea de alemán, y yo, pues más de lo mismo.
- Pues, si quieres, te doy mi número, y hablamos por mensaje.
- Ah, eh... vale, sí.
Le acerqué mi teléfono para que apuntara su número, y se grabó como "El camarero alemán". No pude evitarlo, y solté una carcajada al ver el nombre.
- Bueno, pues... ya nos vemos.
- Sí.
- Por cierto, Simón. Muchas gracias por lo de antes. De verdad. Sin ti, me hubiera ido corriendo a llorar a la boya y, con suerte, me ahogaba -le agradecí por haberme consolado por la nota de alemán.
- ¿Corriendo? Me tienes que enseñar entonces cómo se corre en el agua.
- ¿Eh? - caí en la cuenta de lo que dije. Si piensas que no hay nadie que pueda cagarla más que tú, aquí estoy yo -. ¡Ah! - empecé a sonrojarme -. Yo... bueno, tú me entiendes -terminé de decir, un poco (bastante) cortada.
- Sí, ya te voy entendiendo.
No sé exactamente qué quiso decir con eso, pero cuando se acercó y me volvió a abrazar, a mí se me fue cualquier pensamiento que estuviera pasando por mi cerebro. Y creo que empezó a notar que mi corazón en cualquier momento se me iba a salir, porque parecía que tenía dentro un concierto de percusión.
- Buenas noches, Camila.
- Buenas noches, Simón.
¿Sabes lo típico de, cuando los protagonistas se besan, y al despedirse, alguno de ellos cierra la puerta y se apoya de espaldas mientras sonríe? Bastante dramático, ¿verdad? Pues, aunque no hubo beso, eso mismo hice yo. Y mi madre se me quedó mirando como si hubiera tenido el mejor día de mi vida. Aunque pronto la noticia le haría cambiar de parecer.
Después del domingo, me he llevado toda la semana en mi casa, exceptuando el miércoles, que fui a casa de mis abuelos a comer con ellos. Y ayer jueves por la tarde, en la que quedé con mi primo Berto para dar un paseo por la playa. Era necesaria esa charla de primos.
Mientras tanto, me he pasado toda la semana hablando con Simón por mensajes. Hemos hablado todos los días, sobre todas las cosas posibles. He descubierto que le encanta cocinar, que su sueño es estudiar en la Escuela de cocina de Monteblanco. Si no me equivoco, se encuentra a 10 minutos en coche de Estelaria, la ciudad donde yo estudio. Es por eso que está trabajando, para poder permitirse el curso y la estancia allí, pues con lo que gana su madre trabajando de cajera en el supermercado del pueblo, no les llega. Aunque con lo suyo tampoco es que tiren cohetes, porque su intención es trabajar más días, pero solo lo llaman para los fines de semana que es cuando el bar más se llena.
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El bar de la esquina
RomanceCamila es espontánea, dramática y le encanta observar todo como si fuera la primera vez que lo ve. Le gusta imaginar que en un futuro logrará cumplir su sueño: ser cantante. No obstante, terminar la carrera de Filología Inglesa también podría estar...