Capítulo 2

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Estoy agobiada. Estoy muy agobiada. Más que agobiada, estoy desesperada. Hoy no he tenido mi mejor día, que digamos. No sé cómo voy a hacer para aprobar este examen.

Cuando me seleccionaron para la carrera de Filología Inglesa en Estelaria, y escogí alemán como segundo idioma, no pensé que sería tan complicado y que se me haría tan dificultoso. De hecho, en primero no resultó complicado. Pero me equivocaba. Este curso el profesor nos ha metido mucha presión, y me estoy dando cuenta justo ahora que es un idioma espantoso y demasiado complicado para mí. Llevo todo el día intentando concentrarme y estudiar un poco, pero nada. No se me queda nada. No sé si es que estoy agobiada porque cada vez me queda menos, o es que directamente mi cuerpo se rinde. Y, sinceramente, creo que lo voy a dejar; esto no es lo mío.

- Camila nos vamos al bar, ¿vas a querer venir hoy? - me pregunta mi madre desde la planta baja.

- No mamá, tengo que seguir estudiando - respondo de mala gana, aunque no es que el plan de cenar fuera de casa me alucine más.

- Pero puedes venir un rato y despejarte. Llevas ahí todo el día estudiando: desconecta un rato y después de almorzar sigues.

- No lo s...

- Además, ya he dicho que vienes - me interrumpe.

- ¿Pero entonces para qué me preguntas? - no obtengo respuesta -. ¿El hermano viene?

- Sí.

En realidad, mi madre tiene razón. Llevo todo el día estudiando para el final de alemán y apenas me ha dado la luz solar. Me vendría bien salir un rato de estas cuatro paredes que están siendo testigo de que mi locura va en aumento cada segundo que pasa.

En los últimos meses, mis padres han empezado a ir mucho al bar de la esquina, y no entiendo el por qué. Lleva años abierto, y no es que a mi madre se le dé mal cocinar. De hecho, me encantan los platos que hace, y a mí no es que me guste mucho salir a comer a bares. Me siento más cómoda comiendo en mi casa lo que quiera y sin que nadie pueda molestarme ni observarme. Suena como que soy el centro del mundo, pero me ha pasado más de una vez que se me quedan mirando mientras estoy comiendo, lo que me produce sensaciones contradictorias que hacen que, a pesar de tener hambre, no comer mucho, por el qué dirán, tal vez. 

- ¡Nicolás, vamos!

Una vez mi hermano termina de cambiarse, salimos dirección al bar de la esquina. No es muy grande en comparación con otros bares del pueblo, pero a la vista está que a la gente le gusta mucho venir a este en concreto. Aunque, a pesar de ser sábado, no hay mucha gente, pero porque es un pueblo costero pequeño, y de normal no hay mucho ambiente. Somos 2000 habitantes y, a lo sumo, tendremos 8 bares en todo el pueblo. Pero eh, discoteca que no falte. Lo digo como si a mí me gustase salir mucho, quizá. 

Yo hace varios años que no vengo a este bar, llamado "Las olas" y ni recuerdo la carta de platos que tenía.

- Buenas noches Jorge, creo que tenemos mesa para cuatro - afirma mi padre.

- ¡Hombre Lucas! Si, nos lo dijo Simón ayer. ¡Pasad! - exclama, dirigiéndonos a una mesa del fondo, justo debajo del aire acondicionado. Sinceramente, lo agradezco enormemente. El calor que hace es insoportable y creo que no aguantaría cinco minutos sin derretirme.

Sin embargo, me es imposible preguntarme quién es este señor. No recuerdo haberlo visto en mi vida. ¿Será que han cambiado de dueño y recién ahora me estoy enterando?

Claro chica, hace cinco lustros que no vienes.

- Mamá, ¿Fernando no está más? - me dirijo a mi madre mientras tomamos asiento.

El bar de la esquinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora