9. Al final del día

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He llegado a la conclusión de que las personas son como luciérnagas a nuestro alrededor,
pueden brillar por un momento para ti pero tarde o temprano su luz debe iluminar otros espacios del jardín...

Reflejándose en el lago
de forma etérea,
dándole sentido a la materia,
sangre verde por tus arterias.

El hastío colapsa y la llaga sangra,
pero los brazos ya no tienen más venas para ofrendar y entonces comienza una paradoja donde la pregunta principal es:
¿Cómo desangrarme?
¿cómo desangrarme?
¿cómo desangrarme?
¿cómo desangrarme?

Y hago énfasis en esa oración
porque así lo repetía el cerebro,
lo repetía tanto que al final sí me desangraba,
al final, al final del día.

¿cómo hacerlo si ya hasta sufrir se ha vuelto estable?,
tan estable que se convierte en una forma de vivir,
morir todos los días es una "forma de vida" con la que puedo seguir, porque siempre sigo.

Escucha, muerto viviente:
¡Siempre sigo!
Y nadie me sigue, o casi nadie, nadie sabe de mí,
nadie conoce mi color preferido ni mucho menos mi suicidio favorito;
porque yo muero, por gusto propio lo hago pero encuentro arte en medio de esa transmutación.

Hoy no duele, o duele pero ya mi cerebro lo ignora,
y antes era:
Fingir que no duele,
fingir que no duele,
fingir que no duele,
fingir que no duele.

Y hago énfasis en esa oración
porque así lo repetía el cerebro,
lo repetía tanto que al final sí dolía,
al final, al final del día.

Al final del día
nadie me conocía,

al final del día
quedo a solas con mi manía,

al final del día
no soy quien antes solía,

al final del día
las luciérnagas desvarían.

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