4. Un chiste llamado vida

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Plañido caminaba y perdido,
con los instintos por el mismo recorrido,

La razón casi extinta,
las hojas del cuaderno deshidratadas
a falta de tinta.

Caminé pues, tanto
que perdí la noción del tramo,

pensando "¿qué más puedo perder?,
si ya he perdido hasta el encanto"
mientras atravesaba un llano.

Llegando, sin darme cuenta, a las afueras de una cueva
muy amplia y siniestra;

adentro los vampiros chillaban
mientras la oscuridad de la mencionada a con ellos me invitaba.

El guano adornaba el suelo
y arriba se les veía durmiendo,

y más me iba perdiendo,
adentrándome de a poco en la oscuridad de mucho más adentro.

Atestigüé entonces una sombra grande
de más de tres metros ahí adelante,

que advirtió: no podrás salir, humano hasta responder la siguiente interrogante...

Y antes de que la formulase,
interrumpí diciendo con clase:

igual la salida es hacia atrás,
no necesito traspasarle.

Pero al girar mi cabeza noté
que una pared me estorbaba,

y atrás del mastodonte, hacia el final
podía ver la luz del exterior que apenas llegaba.

"Menuda broma me ha jugado la física", pensé, pues no le veía sentido

haber entrado por un extremo y encontrarme fuera de lo establecido.

No supe en que consistía esa paradoja de entrada o salida, de muerte o de vida.

"La interrogante guárdatela, sombra malhabida; me sentaré una eternidad en esta húmeda y oscura guarida".

Y a mi mente vino la teoría de la caverna de Platón.

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