27. Iteración de una lucha constante contra la melancolía.

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La prosapia de mi prosa arpía,
por cierto, nada indulgente para conmigo, converge siempre jorobada, aunque indefinida, en el mismo salón de arquitectura gótica que es el recinto de tal proveniencia: la melancolía.

Han de verse mis buenos actos con la misma magnificencia con la que sus ojos -ojos de juez y verdugo- suelen lacerar mis acciones nada bondadosas o que incluso, en ocasiones, fueron ejecutadas de manera no intencional, viéndolas así entonces, los ojos de juez y verdugo, de forma nada vehemente.

Soy yo mi propio espejo de bordes dorados y peines de marfil, de cajitas musicales entonando poemas que desgarran sañudamente los carnosos muros de mi tan ansiada impavidez que reclama, siempre reclama como el sol cada mañana por la luz que le es arrebatada, que más nunca le sea expropiado el caudal de pensares, pensares propios, o ajenos, o genealógicos, o divinos, o cualquier otro pensar que preserve las arduas, aunque no tanto, capas del inmaculado raciocinio. Lo moral se deja a un lado, nos saltamos esa parte por el bien del caprichoso y altanero libre albedrío, la moral queda a la orilla de la carretera como zarigüeya recién atropellada, me es indiferente su existencia si hablamos desde un marco referente de despojo de sentimientos que especialmente debilitan, y que entorpecen la plenitud que se desea alcanzar para no vivir esclavizado de ellos y su perjudicial sentido.

¿De qué me sirve la melancolía, que, aunque no le quiera, me acompaña desde la niñez? ¿Qué hacer con ella al no poder destituirla de mí?
¿Transmutarla a través de vibraciones esporádicas que viajarán por las neuronas y resurgirán en una mano moviéndose sobre un papel?
¿Tal vez metamorfosear dicho sentir para que evolucione y se readapte?

¿Qué es la melancolía si no un manojo de absurda e inservible carga muerta?
¿De qué me sirve llorar al ver al firmamento, llorar al ver como caen mis letras sin más estruendo del que en mi interior emiten?
¿De qué me vale expresarlo si a veces ni siquiera yo sé a dónde va el hilo del tema que, termina perdiéndose en un bosque y un pantano?
No me sirve de nada.

Rasga por mí, con tus garras, esa bermejiza melancolía y haz que se evapore de mi conformación atómica, de cada célula y de cada recuerdo de mi afligida vida, para así reemprender mi trayecto meramente egoísta hacia las duras pero cálidas manos del conveniente estoicismo.
Hazlo por mí, tráeme peces pero no me enseñes nunca a pescar, hazme idiota, inútil e inservible, pero nada de eso se podrá comparar con lo sumamente deficiente que me hace, como humano de carne y huesos, la tan exasperante morriña que cabalga sobre escuálidos jamelgos que ni siquiera traen herraduras adheridas a sus patas, ni siquiera traen montura y, por ende, el culo de mi existencia termina siempre adolorido.

Pero ya basta de metáforas económicas, letras autocompasivas y puertas chirriantes del pensamiento crítico que, unas vez abiertas es forzosamente difícil volver a cerrar:
Bienvenido(a), te invito a ver conmigo las estrellas y los planetas a través de este barato telescopio, entra pero despójate de tus zapatos, tus ropas y tus carnes. Te quiero desnudo(a), te quiero transparente y liberado(a) de tales sentimientos que aquí han sido tratados, te quiero tú, tan único(a) y etéreo(a).

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