22 | Nuevas alianzas

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Habíamos acabado de llegar a Mimúrdor, Francia, y el pueblo más cercano de vampiros de Cenit. Como siempre, Selene era mi compañía.

Los sirvientes del palacio nos recibieron e hicieron ademán de llevarnos a una habitación, pero no estaba en nuestros planes quedarnos más de unas horas.

—No nos vamos a quedar a dormir. Nos iremos hoy —expliqué, tocando mi barbilla.

—Perfecto, su majestad —sonrió y señaló con su mano la entrada—. Pasen, por favor.

Caminamos por largos pasillos hasta llegar a un pequeño jardín en el que se supone íbamos a hablar con los reyes. Normalmente esas cosas se hacían en un salón, pero no me desagradaba la idea de conversar con ellos bajo la luz de la luna.

—Majestad... —miró a Selene, intentando preguntar su título o nombre.

—Su alteza real, es mi título —le contestó ella—, pero mi nombre es Selene.

—Prefiero llamarla por su título, su alteza real —hizo una pequeña pausa para aclararse la garganta y continuó—: Pueden tomar asiento —lo hicimos. Él se dio la vuelta para irse, pero volvió a hablarnos—: Casi lo olvido, disculpen. ¿Quieren algo de beber? Sus majestades Theodore y Lysandra, se tardarán un poco —se refería a los reyes.

—Me gustaría un té de lavanda.

El sirviente hizo una cara de extrañeza. No era común que un vampiro pidiera té. No estaba en nuestra naturaleza tomarlo, pero yo no bebía uno desde la última vez que Cèline me lo preparó.

Cèline, no merecías morir —pensé—. Fue mi culpa.

—¿Y usted qué pedirá, su alteza real?

—Una copa de sangre, por favor —dijo secamente.

El hombre se retiró. Selene comenzó a hablar.

—¿Un té de lavanda? ¿Por qué? —se notaba curiosa —. Nunca había escuchado eso de un vampiro. Creía que solo se alimentaban de sangre.

—Y yo pensaba que ustedes eran fríos y sin sentimientos. Que no salían de su bosque —contraataqué, bromeando.

—No has contestado mi pregunta —se rio—. Contesta, Elara Douglas.

—Cèline lo preparaba para mí todos los días. Fue una buena amiga y maestra para mí. Ella me hizo entender muchas cosas —mi voz empezaba a quebrarse. La extrañaba —. Desde la primera vez que lo probé, me volví fanática de ese té, pero nunca recordé pedirles a los sirvientes que lo prepararan para mí.

—Entiendo, Ely... —suspiró y tomó mi mano. Ella estaba sentada enfrente mío—. No puedo darte el típico consejo de que, con el paso del tiempo, el dolor se irá porque no es cierto —a veces me gustaría que no fuera así de sincera —. La pérdida es algo que no se supera nunca, puede que el dolor calme, pero jamás desaparecerá completamente —acarició mi mano—. Yo sigo extrañando a mi madre, solo que tengo una armadura para ocultar lo que siento, creo. No suelo llorar mucho.

—Tienes razón, pero no entiendo qué hice para merecer tanto dolor. Mi padre se fue hace tan poco, esa herida ni siquiera se ha sanado un poco y ya... —sollocé—... tengo otra. Ahora puedo descansar un poco, sabiendo que no logré matar a mi madre, pero ni siquiera sé si eso es lo que quiero. Si sea bueno o malo. Mis decisiones son tan apresuradas que desearía cambiarlas cada dos por tres. ¿Qué opinas tú?

—Es un tema bastante delicado, Elara. No puedo opinar sobre eso. Tu madre te hizo daño, pero es imposible decidir si es bueno que siga con vida luego de que la quemaras viva.

Colmillos Y Sombras: Nueva Especie © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora