3- Blancas: d4

152 4 0
                                    

Lo despertó el timbre del teléfono y al levantar la cabeza de la mesa, el cuello leenvió una punzada de dolor al cerebro. La brusquedad del despertar fue paralela a esedolor. 

—¡Ay, ay! —se quejó tratando de flexionar el cuello para liberarse delanquilosamiento. 

Casi no lo logró, así que se levantó y fue hacia el teléfono, moviéndose lo mismoque un muñeco articulado que iniciase su andadura. No sólo era el cuello, a causa dehaberse quedado dormido sobre la mesa, sino los músculos, agarrotados, y lasensación de mareo producto del súbito despertar, unido a la larga noche de estudio abase de cafés y colas. 

En quien primero pensó fue en Luciana, Cinta, Santi y Máximo. 

Sus padres no podían ser. Nunca llamaban, y mucho menos a una hora comoaquella. ¿Para qué? Así que sólo podían ser ellos. Los muy... 

Levantó el auricular, pero antes de poder decir nada escuchó el zumbido de lalínea al cortarse.

Encima. 

Volvió a dejar el teléfono sobre la mesa y bufó lleno de cansancio. Esperó un parde segundos, luego se desperezó. Tenía la boca pastosa, los ojos espesos y la lenguapegada al paladar. Debía haberse quedado dormido aproximadamente hacía treshoras. Las primeras luces del amanecer asomaban ya al otro lado de la ventana. Mirólos libros. 

Él estudiando y los demás de marcha. Genial. 

Claro que a Máximo le importaban un pito los estudios, y Santi ya había dejadode darle al callo. Pero en cambio, Luciana y Cinta...

El teléfono no volvía a sonar, así que se apartó de él y fue al cuarto de baño, paralavarse la cara. Todavía tenía todo el sábado y todo el domingo por delante antes deldichoso examen del lunes. Sus padres habían hecho bien yéndose de fin de semana. Yél había hecho bien negándose a escuchar los cantos de sirenas de los otros para queal menos saliera el viernes por la noche. 

A pesar de lo mucho que deseaba estar con Luciana.

La llamada se repitió cuando se echaba agua a la cara por segunda vez. ¿Por quésus padres no compraban un maldito inalámbrico? Cogió la toalla y se secó mientrasse dirigía hacia el teléfono. En esta ocasión se dejó caer en una butaca antes delevantar el auricular. Sí, tenían que ser ellos. ¿Quién si no? 

—Sección de Voluntarios Estudiosos y Futuros Empresarios —anunció—. ¿Quéclase de zángano y parásito nocturno osa?

Nadie le rió la broma al otro lado. 

—Eloy —escuchó la voz de Máximo. 

Una voz nada alegre. 

—¿Qué pasa? —frunció el ceño instintivamente. 

—Oye, antes de que esto pueda cortarse de nuevo... Estamos en... bueno... Esque... 

—¡Díselo! —escuchó claramente la voz de Cinta por el hilo telefónico. 

—Máximo, ¿qué ha ocurrido? —gritó alarmado Eloy.

 —Luci se tomó una pastilla, y le ha sentado mal. 

—¿Una...? —se despejó de golpe—. ¡Mierda! ¿Qué clase de pastilla?La pausa fue muy breve. 

—Éxtasis.Fue un mazazo. Una conmoción. 

¿Luciana? ¿Un éxtasis? Aquello no tenía sentido. Estaba en medio de unapesadilla.

—¿Qué le ha pasado? ¿Dónde estáis? 

—En el Clínico. La hemos traído porque... bueno, no sabemos qué le ha pasado,pero se ha puesto muy mal de pronto y... 

—Deberías venir, Eloy —escuchó de nuevo la voz de la mejor amiga de Lucianapor el auricular.

 —Los médicos están con ella —continuó Máximo—. Pensamos que deberíassaberlo y estar aquí.

Se puso en pie. 

—Salgo ahora mismo —fue lo último que dijo antes de colgar.

Campos de Fresas - Jordi Sierra i FabraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora