41- Negras: Torre d7

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Juan Pons entró en la sala tratando de que su rostro reflejara una esperanza que difícilmente podía transmitirles. Al verle aparecer, los padres de Luciana se levantaron y fueron también hacia él. Antes de que la mujer pudiera hablar, lo hizo el médico.

—La hemos estabilizado —informó.

—¡Oh, Dios mío! —Esther Salas se llevó una mano a los labios.

—Entonces... —vaciló Luis Salas.

—Todo ha vuelto a la normalidad, si es que podemos hablar de normalidad en su estado —explicó el médico—. Sigue el coma, y sus constantes vitales se mantienen, pero la crisis ha pasado.

—¿Son normales este tipo de complicaciones? —quiso saber el padre de Luciana.

—No hay una respuesta exacta para esto, señor Salas —dijo el médico midiendo las palabras—. Hacemos lo que podemos, pero a veces, aunque les cueste creerlo, no sabemos contra qué luchamos. Ya le dije que su hija puede despertar en cuarenta y ocho horas, seguir así o...

—Ella es fuerte —aseguró su madre.

—Ignoramos lo que pueda haber en su mente ahora mismo. Tal vez sea consciente de algo, y luche, o tal vez no. Un coma no es más que un largo sueño, y también un delgado cordón umbilical doble que une al paciente con la vida y con la muerte, un cordón muy frágil en ambos sentidos. Lo que sí está claro es que tal vez no resista otra crisis como la que acaba de tener.

—¡Oh, no! —tembló ella.

—Miren, he de ser sincero con ustedes —el doctor Pons buscó los ojos del hombre para apoyarse en su aparente mayor dominio, aunque sabía que Luis Salas estaba tan destrozado como su esposa—. Las próximas horas serán decisivas, quiero que lo sepan. Me gustaría que lo entendieran y que se prepararan para lo que pueda suceder.

—Díganos la verdad —pidió el padre de Luciana.

—Se la estoy diciendo. Por esa razón les hablo ahora y no después, cuando ya no haya nada que hacer. Hay un riesgo de que muera, y en tal caso es mi deber preguntarles si estarían dispuestos a donar sus órganos.

—¡No!

La reacción fue instantánea, fulminante, por parte de Esther Salas.

—Señora...

—¡No quiero que la troceen y...! ¡No, no, no! —se negó a escuchar más y se llevó las manos a los oídos.

Luis Salas bajó los ojos. Su voz sonó como si hablara desde el suelo.

—¿Tenemos que contestarle ahora? —preguntó.

—¡Luis! —gimió su esposa.

—No, claro que no —suspiró Juan Pons—. La urgencia es siempre para los que esperan vivir con los órganos de los que se van. Lamento haber parecido...

Era su trabajo, y la conversación tenía para él muchos ecos habituales. Pero aun así, no se acostumbraba a ellos. Nunca lo haría. Todos los padres, igual que los hijos, tenían un rostro propio, inolvidable. Todos, tanto los que veía morir y llorar como los que veía vivir y reír.

—¿Se encuentra bien, señora Salas?

Era una pregunta sin sentido, por eso ella no le respondió.

Campos de Fresas - Jordi Sierra i FabraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora