70- Blancas: Rey d2

36 1 0
                                    

No había ni rastro del camello, así que el primer atisbo de frustración asomaba ya en sus rostros cansados de mirar a todas partes, luchando contra los flashes de las luces estroboscópicas y el movimiento continuo de la discoteca, la música y los gritos de los que intentaban hablar entre sí.

Como ellos ahora.

—¡Yo creo que no está! ¡Lo veríamos! ¡Un tío de más de veinte aquí canta mucho!

—¡Puede que esté fuera, apostado en alguna parte, y que no le hayamos visto, o que haya llegado mientras tanto!

—¿Y si preguntáramos a uno de éstos dónde poder comprar algo?

—¿Estás loco? ¿Crees que todos hacen lo mismo o qué? Máximo los miró como si así fuera.

—¿Salimos? —propuso Cinta.

—¡Sí! —accedió Eloy.

Regresaron a la puerta del Popes. Tardaron cerca de tres o cuatro minutos en abrirse paso por entre los cuerpos juveniles que pululaban por el espacio lúdico. Un portero con aires de gorila les puso el habitual sello invisible en la muñeca, mirándolos impertérrito. Una vez fuera empezaron a moverse de nuevo por el aparcamiento y las proximidades de la discoteca, que ocupaba un lugar propio en la calle, abierta a los cuatro vientos. No tardaron en regresar a las inmediaciones del recinto, más y más desconcertados. De no haber sido por la determinación de Eloy, Santi y Máximo ya habrían arrojado la toalla, convencidos de que el camello no estaba por allí ni tenía intención de ir.

Pero les bastó con ver la cara de su amigo.

—Volvamos dentro —ordenó él—. Y esta vez nos separaremos. Yo iré al lavabo, tú te pones entre la pecera del disc jockey y la barra del bar, y Cinta y Santi que se queden en la puerta, viendo a todo el que entra y sale.

—Bien —asintió ella.

Máximo y Santi no dijeron nada. Volvieron a meterse en el Popes.

Campos de Fresas - Jordi Sierra i FabraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora