6- Negras: d e4

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El exterior del after hour era un hervidero de chicos y chicas no precisamentedispuestos a disfrutar de los primeros rayos del recién nacido sol de la mañana. Unoshablaban, excitados, tomándose un respiro para seguir bailando. Otros descansaban,agotados aunque no rendidos. Algunos seguían bebiendo de sus botellas, básicamenteagua. Y los menos echaban una cabezada en los coches ubicados en el amplioaparcamiento. Pero la mayoría reían y planeaban la continuidad de la fiesta, allí o encualquier otra parte. Cerca de la puerta del local, la música atronaba el espacio con sumachacona insistencia, puro ritmo, sin melodías ni suavidades que nadie quería. 

El único que parecía no participar de la esencia de todo aquello era él. 

Se movía por entre los chicos y las chicas, la mayoría muy jóvenes, casiadolescentes. Y lo hacía con meticulosa cautela, igual que un pescador entre un bancode peces, sólo que él no tenía que extender la mano para atrapar a ninguno. Eran lospeces los que le buscaban si querían.Como aquella muñeca pelirroja. 

—¡Eh!, tú eres Poli, ¿verdad? 

—Podría ser. 

—¿Aún te queda algo? 

—El almacén de Poli siempre está lleno. 

—¿Cuánto? 

—Dos mil quinientas. 

—¡Joder! ¿No eran dos mil? 

—¿Quieres algo bueno o simplemente una aspirina? 

La pelirroja sacó el dinero del bolsillo de su pantalón verde, chillón. Parecíaimposible que allí dentro cupiera algo más, por lo ajustado que le quedaba. Poli lacontempló. Diecisiete, tal vez dieciocho años, aunque con lo que se maquillaban y lobien alimentadas que estaban, igual podía tener dieciséis. Era atractiva y exuberante. 

—Con esto te mantienes en pie veinticuatro horas más, ya verás. No hace faltaque te tomes dos o tres. 

Le tendió una pastilla, blanca, redonda, con una media luna dibujada en susuperficie. Ella la cogió y él recibió su dinero. Ya no hablaron más. La vio alejarse endirección a ninguna parte, porque pronto la perdió de vista por entre la mareahumana. 

Siguió su camino.Apenas una decena de metros. 

—¡Poli! 

Giró la cabeza y le reconoció. Se llamaba Néstor y no era un cliente, sino un ex camello. Se había ligado a una cuarentona con pasta. Suerte. Dejó que se le acercara,curioso. 

—Néstor, ¿cómo te va? 

—Bien. Oye, ¿el Pandora's sigue siendo zona tuya? 

—Sí. 

—¿Estuviste anoche vendiendo allí? 

—Sí. 

—Pues alguien tuvo una subida de calor, yo me andaría con ojo. 

—¿Qué? 

—Mario vio la movida. Una cría. Se la llevaron en una ambulancia.Poli frunció el ceño. 

—Vaya —suspiró. 

—Ya sabes cómo son estas cosas. Como pase algo, habrá un buen marrón. ¿Quévendías? 

—Lo de siempre. 

—Ya, pero ¿era éxtasis...? 

—Oye, yo vendo, no fabrico. Hay lo que hay y punto. Por mí, como si se llamaMargarita. 

—Bueno —Néstor se encogió de hombros—. Yo te he avisado y ya está. Ahoraallá tú. 

—Te lo agradezco, en serio. 

—Chao, tío.

Se alejó de él dejándole solo.Realmente solo por primera vez en toda la noche.

Campos de Fresas - Jordi Sierra i FabraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora