Tensión

1.4K 129 6
                                    

La mañana comenzó con el gorjeo de David, que completamente despierto, pataleaba alegremente en su cuna. Charles tardó unos instantes en darse cuenta de por qué estaba durmiendo en aquella habitación.

Sintió que algo se rompía en su interior al recordar la noche anterior, pero a los pocos instantes, experimentó una gran calma, se sentía vacío, hueco.

Se levantó y frunció el ceño al darse cuenta de que llevaba la misma ropa del día anterior. Se llevó la mano a la cabeza. Tenía aún el pelo desaliñado. Tenía un aspecto desastroso y se sentía muy mal. Ni siquiera se había molestado en quitarse los tennis de deporte para dormir. Se sentó en la cama y se los quitó. En aquel momento, el niño se dio cuenta de su presencia y dio un gritito de alegría.

Charles e inclinó sobre la cuna. La sonrisa de su hijo fue como un bálsamo para su triste corazón. Por unos instantes, se sumergió en la alegría que suponía disfrutar de su hijo. Le dio unos golpecitos en el vientre y murmuró las cosas que los padres suelen decirles a sus hijos, y que sólo ellos y sus hijos entienden.

Aquello le pertenecía, se dijo. No importaba qué cosas querría arrebatarle o concederle la vida, jamás podría quitarle el amor de sus hijos. "Esto", se dijo, "es sólo mío".

David estaba empapado. Charles le quitó el pañal antes de sacarlo de la cuna.

David siempre estaba alegre por las mañanas. No dejó de gorjear y moverse cuando lo llevó al baño, para limpiarlo y refrescarlo.

Lo sacó, lo envolvió en una toalla y volvió a su habitación para vestirlo.

Normalmente, lo habría llevado a la cocina para darle el desayuno sin siquiera vestirlo y sin vestirse él. Normalmente, lo hacía cuando los mellizos se habían ido a la escuela y su marido a trabajar, pero no podía despertar a los mellizos con aquel aspecto. Le preguntarían por qué tenía una apariencia tan desastrosa sin ningún tapujo.

Hizo acopio de valor y abrió la puerta de su habitación. Sabía que Erik sólo estaría medio dormido. Entró sin hacer ruido y miró hacia la cama, sumida en la penumbra del amanecer.

No estaba allí. Oyó ruido en el baño y Erik apareció al cabo de un instante.

Llevaba una camisa blanca y pantalones grises. En cuanto lo vio, se detuvo bruscamente.

Desde que lo conocía, Charles nunca se había sentido tan vulnerable en su presencia. Era consciente de su desamparado aspecto: de sus ojos enrojecidos por el llanto, de la palidez de su semblante y de sus cabellos enredados.

También estaba alerta ante él. Observaba lo alto que era, la fortaleza de su cuerpo y sus marcados músculos. El ancho pecho y las piernas largas y poderosas...

Tragó saliva y levantó la vista. Cruzaron una mirada. Tampoco él tenía buen aspecto. Parecía cansado, como si no hubiera dormido mucho. Debía haber estado pensando, tratando de encontrar una solución, la salida a una situación imposible. Era una de sus virtudes convertir los fracasos en éxitos. Era la causa principal de su prosperidad.

Acababa de afeitarse, su barbilla parecía limpia y suave... Charles absorbió el familiar aroma de su loción de afeitar y se dio cuenta de que sus sentidos respondían.

La atracción sexual no conocía límites, reconoció amargamente. Incluso en aquellos instantes, sin dejar de odiarlo y despreciarlo, sabía que era el hombre al que había adorado ciegamente durante muchos años.

Se acercó a la cama, apoyó la rodilla en el colchón y dejó a David  sobre la colcha. Entonces, se dio cuenta de que Erik no había dormido en aquella cama, la única evidencia de que la había utilizado era la huella de su cuerpo sobre el edredón de color azul.

Un Marido Infiel - CherikDonde viven las historias. Descúbrelo ahora