Furor

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Los días siguientes fueron horribles. Erik se convirtió en un extraño, hosco y poco comunicativo, que durante las noches ni siquiera lo tocaba. Los niños estaban cada vez más inquietos, emocionados con las fiestas que se aproximaban y preocupados por la situación. Charles sabía que las dificultades por las que atravesaba su matrimonio les afectaban a los niños, tanto como a Erik o a él.


El problema era que no sabía qué hacer. Le habría gustado contarle a Erik lo que realmente había ocurrido entre Sebastian y él, pero no podía hacerlo. Habría sido la prueba de que le importaba lo que él pudiera pensar o decir y había decidido no mostrar por él ningún interés.

Una mañana cayó enfermo y se pasó el día entero dando vueltas por la casa, débil y mareado. Cuando los mellizos volvieron del colegio se pusieron a jugar, armaron tanto ruido que le dio un terrible dolor de cabeza. Se alegró de ver llegar a Erik, porque así podría dejárselos a él y acostarse.

—¿Por qué no me llamaste?- reprochó Erik. -Si me hubieras dicho que no te encontrabas bien, habría venido enseguida.

Charles le dio una respuesta confusa y subió las escaleras para dirigirse a su dormitorio. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza llamarlo. En realidad, pensaba metiéndose en la cama, nunca lo había llamado al trabajo.
Erik llamaba desde la oficina a menudo, pero Charles nunca se había molestado en llamarlo. Una vez más, se asombró del muro que se alzaba entre Erik el hombre de negocios y el padre de familia y no pudo recordar que se hubiera atrevido a traspasar ese muro ni una sola vez.


El caso era que Erik logró que los niños dejaran de hacer ruido. Al cabo de un rato, se quedó dormido y su sueño no fue interrumpido por ningún ruido.


Se despertó horas después. Había amanecido y Erik estaba inclinado sobre la cama con una taza en las manos.

-Pensé que te podría apetecer esto- dijo dejando la taza humeante en la mesilla -¿Cómo estás?

—Mejor -dijo, aunque al incorporarse no quiso hacer ningún movimiento brusco con el estómago. -Gracias- murmuró.

—Puedo tomarme el día libre y quedarme en casa a trabajar, si quieres –dijo Erik, mirándolo con detenimiento.

Charles negó con la cabeza.

—No es necesario. Me siento un poco débil, pero puedo arreglármelas.

—Aun así...

Charles tenía la extraña sensación de que Erik se debatía entre decirle algo o no.

—Creo que será mejor que no vayas a clase esta noche, con el tiempo que hace...

—Teníamos pensado salir a celebrar la Navidad- dijo soplando el humeante té de la taza- Shaw nos va a llevar a un club. No quiero perdérmelo.

Con el rabillo del ojo, se dio cuenta de que Erik apretaba la mandíbula. Aunque deseaba hacerle sufrir un poco, al ver su reacción, lo pasó muy mal.

—Ya veremos cómo te encuentras esta tarde- dijo Erik y se dio la vuelta para marcharse y de repente, Charles sintió la necesidad imperiosa de que se quedara.

—Mis padres, como siempre, vendrán a pasar Navidad con nosotros- dijo. Erik se detuvo bruscamente en la puerta del baño -Pero este año tenemos un problema...

Erik no lo miraba, tan sólo le daba la espalda esperando a que terminara lo que tenía que decirle.

—El año pasado la habitación de David estaba libre. Ahora, no sé cómo van a poder pasar aquí dos noches. No me imagino a mi padre durmiendo en el sillón de tu estudio ni a mi madre durmiendo en el sofá- dijo esta última frase con la intención de hacer gracia, pero Erik se dio la vuelta sin la menor sombra de una sonrisa en el rostro. Charles sintió un gran vacío en el corazón, aún mayor que el que tenía aquellos días.

Un Marido Infiel - CherikDonde viven las historias. Descúbrelo ahora