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Echó un vistazo a las habitaciones de los mellizos. Pietro estaba dormido, con las sábanas arrugadas a los pies de la cama, como siempre y los brazos cruzados sobre la almohada. Se acercó, le dio un beso y lo tapó. De sus hijos el que más se parecía a su padre, blanco y con una barbilla prominente, señal de su carácter decidido, como el de su padre. Era alto y fuerte, igual que Erik a la misma edad, tal y como había visto fotos del álbum de su suegra.

Luego, fue a ver a su hija. Wanda era muy diferente a su hermano mellizo. Al entrar por la mañana en su habitación, se la encontraba siempre en la misma posición en que se había dormido. Wanda tenía el pelo sedoso y rojizo, esparcido sobre la almohada. Era el ojito derecho de Erik, que no ocultaba su adoración por su princesa de ojos verdes. Y la pequeña lo sabía y explotaba la situación al máximo.

¿Cómo podía Erik hacer algo que le pudiera dolerle a sus hijos? ¿Cómo podía hacer algo que pudiera rebajarlo a ojos de sus hijos? ¿Podía ponerlo todo en peligro sólo por el sexo? ¿Sexo? Le dieron escalofríos. Tal vez era algo más que sexo, tal vez era amor, un amor verdadero. La clase de amor por la que un hombre lo traiciona todo. Pero, tal vez, fuera todo mentira. Una mentira sucia y estúpida, y él estaba cometiendo con Erik la mayor de las indignidades con tan sólo suponerlo capaz de algo así.

Pero recordó el perfume, y las muchas noches que había pasado fuera, echándole las culpas al contrato de Genosha.

¡Maldito contrato!

Se tambaleó y salió de la habitación de los mellizos para dirigirse a su cuarto, donde, la semana anterior, se habían encontrado de nuevo y habían hecho el amor de una manera muy tierna por primera vez en muchos meses.La semana anterior. ¿Qué había pasado la semana anterior para que Erik volviera a él de nuevo? Que él había hecho un esfuerzo, eso es lo que había ocurrido. Él había estado muy preocupado por cómo iba su matrimonio y había hecho un esfuerzo. Había dejado a los niños con su hermana y había cocinado el plato favorito de Erik. Se había puesto un traje de satin negro y habían cenado con velas, sin embargo, recordó la tensión del rostro de Erik al estar desnudos en la cama, una tensión que él achacaba a menudo al estrés, y sintió un escalofrío.

Cerró la puerta y se dirigió al cuarto de estar. Se daba cuenta de muchas cosas, cosas que en su estúpida ceguera no había visto hasta entonces. La fuerza con que lo había agarrado por los hombros, en un intento desesperado, pero evidente de guardar distancias. La triste mirada de sus ojos azules mientras observaba su boca. El suspiro con que había recibido su confesión: "Te amo, Erik" le había dicho, "Siento mucho que haya sido muy difícil vivir conmigo". Erik había cerrado los ojos y tragado saliva, frunciendo los labios y apretando los puños sobre sus hombros hasta que Charles sintió dolor. Luego, lo había estrechado entre sus brazos y había hundido el rostro en su cuello, pero no había dicho una palabra, ni una sola palabra; Ni una disculpa, ni una declaración de amor, nada.

Pero habían hecho el amor con mucha ternura, recordaba con un dolor que recorría todo su ser. Fuera cual fuese su relación con el otro hombre, todavía lo deseaba con pasión, con una pasión que no podría sentir por ningún otro hombre. ¿O tal vez sí? ¿Qué sabía Charles de los hombres? Había conocido a Erik con diecisiete años. Había sido su primer amante, su único amante. Él no sabía nada de los hombres.

Y por lo visto, nada de su marido.

Vio su rostro reflejado en el espejo que había sobre la chimenea de mármol y lo miró fijamente. Estaba pálido y tenía un rictus de tensión en los labios, pero, por lo demás, su aspecto era el normal. Ni sangre ni cicatrices. El mismo Charles Lehnsherr de siempre. Veinticuatro años, padre y esposo, por ese orden. Sonrió amargamente. Aquella era una verdad a la que nunca se había atrevido a enfrentarse.

Un Marido Infiel - CherikDonde viven las historias. Descúbrelo ahora