Salida

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Al llegar el fin de semana, los mellizos se dieron cuenta de que algo extraño sucedía. Y, como siempre, fue la observadora y callada Wanda quien quiso saber qué era.

-¿Por qué estás durmiendo en la habitación de David papá? - preguntó el domingo por la mañana mientras toda la familia estaba reunida en la cocina, desayunando.

La niña lo había descubierto porque aquella mañana David había dormido hasta más tarde de lo acostumbrado, con lo cual, Charles también se había despertado tarde. Después de pasar varias noches durmiendo mal en una cama demasiado pequeña y atormentado por sus pensamientos, estaba exhausto; la noche anterior, para su alivio, había conciliado el sueño nada más meterse en la cama, y no se había despertado hasta que Wanda entró en la habitación. Pero no se sentía mucho mejor que los días anteriores, porque, si dormir había servido para dar descanso a su cuerpo, su mente no había reposado en absoluto. Sabía qué había soñado, pero, desde luego, sus sueños no habían aliviado el peso de su corazón, ni su rabia, ni su amargura. Incluso se aborrecía a sí mismo por no hacer nada para remediar la situación. Erik le había aconsejado que no tomara ninguna decisión hasta que no estuviera un poco más tranquilo – hasta que dejara de ser la criatura patética en que se había convertido - Pero aquel consejo sólo le servía como excusa para no enfrentarse a la realidad.

Erik no tenía mejor aspecto que él, su rostro reflejaba la misma tensión.

Desde la noche fatídica de la llamada de Emma, había estado llegando a las seis y media todos los días. Charles sospechaba que se debía más a que lo había criticado como padre que al deseo de demostrarle que su aventura había terminado.

Llegaba a tiempo de bañar a los niños y meterlos en la cama mientras Charles preparaba la cena. En apariencia, su vida transcurría normalmente, y los dos hacían un gran esfuerzo por que los niños no se enteraran de sus problemas. Cada noche, durante la cena, Erik hacía algún intento por mantener una conversación, pero Charles permanecía en silencio, de modo que él desaparecía en su estudio en cuanto terminaban de cenar. Charles recogía la mesa y subía a acostarse a la habitación de David, sintiéndose cada día un poco más solo, un poco más deprimido.

Saber que su marido lo engañaba había supuesto para él un golpe brutal que había conseguido anular su voluntad, de modo que su vida transcurría en una lenta monotonía y no se daba cuenta de lo que hacía. Erik lo observaba, serio y en silencio, esperando que Charles saliera de su letargo y estallara. En aquellos momentos, la pregunta de su hija lo devolvía a su cruda situación. Se sonrojó ligeramente, y se las ingenió para dar una respuesta coherente.

—A David le están saliendo dientes nuevos.-Erik arrugó ligeramente el periódico que estaba leyendo y Charles se dio cuenta de que estaba escuchando. Y puede que también lo estuviera mirando de reojo. Él no lo miró. En realidad, le importaba muy poco lo que pudiera hacer.

Con el cabello pelirrojo y ojos verdes, Wanda tenía además, la misma mirada inteligente de su padre Charles. Asintió, como si comprendiera perfectamente lo que le había dicho. Los dientes de David habían sido un tormento para todos en las noches anteriores. Aunque Charles no se había ido a dormir a su habitación en ese entonces. Pero aquello no se le había ocurrido a Wanda que prestaba atención a su querido padre.

—Seguro extrañas no poder abrazar a papá, ¿verdad, papi? – dijo bajándose de la silla y acercándose a Erik.—Si me lo hubieras dicho, habría ido a darte un abrazo -dijo y fue a sentarse sobre las rodillas de su padre, sabiendo que sería bien recibida.

La tensión se apoderó de la habitación.

—Muchas gracias princesa-dijo Erik, doblando el periódico para prestar atención a su hija- Pero creo que puedo estar solo unos días más antes de que me sienta completamente triste.

Un Marido Infiel - CherikDonde viven las historias. Descúbrelo ahora