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A altas horas de la noche, Rebecca observaba desde una ventana del piso superior auna oscura silueta que merodeaba en la acera, delante de la casa de los Burrows

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A altas horas de la noche, Rebecca observaba desde una ventana del piso superior auna oscura silueta que merodeaba en la acera, delante de la casa de los Burrows. Lasilueta, cuyos rasgos ocultaba una sudadera con capucha y una gorra de béisbol,miraba furtivamente hacia un lado y otro de la calle, y al hacerlo tenía más aspecto dezorro que de ser humano. Tras comprobar que nadie lo veía, se acercó a las bolsas dela basura y, cogiendo la más grande, la rasgó para abrir un agujero en ella y hurgarcon las dos manos en su contenido.—¿Crees de verdad que soy tan tonta? —susurró Rebecca, empañando con elaliento el cristal de la ventana de su dormitorio. No estaba en absoluto preocupada,porque siguiendo los consejos contra el robo de datos personales en el área deHighfield, destruía siempre meticulosamente todas las cartas oficiales, las tarjetas decrédito o las notificaciones del banco: cualquier cosa que contuviera informaciónsobre los miembros de la familia.


En su impaciencia por encontrar algo, el hombre esparcía la basura de la bolsa.Latas vacías, envoltorios de alimentos y una serie de botellas quedaron desparramadospor el césped. Cogió un puñado de papeles y se los acercó a la cara, dándoles vueltaen la mano mientras trataba de escrutarlos a la escasa luz de las farolas.—¡Venga! —retó al que revolvía en la basura—, ¡a ver qué es lo que encuentras!Quitando con la mano la grasa y los posos de café de un trozo de papel, lo orientópara verlo mejor a la luz. Rebecca observó cómo leía la carta febrilmente y sonriócuando él, comprendiendo que no le servía para nada, tensó el brazo en un gesto dedisgusto y lo tiró.


Rebecca ya había tenido suficiente. Estaba inclinada sobre el alféizar, pero seincorporó para descorrer las cortinas. El hombre percibió la acción y levantó los ojos.La vio y se detuvo. A continuación se volvió a girar para comprobar que no habíanadie en ninguno de los dos sentidos de la calle, y se marchó arrastrando los pies yvolviéndose a mirar a Rebecca como desafiándola a que llamara a la policía.Furiosa, Rebecca apretó su pequeño puño, sabiendo que le tocaría a ella recogerlotodo por la mañana. ¡Otra tarea tediosa que añadir a la lista! Corrió las cortinas, seseparó de la ventana y salió del dormitorio al pasillo. Se detuvo a escuchar: se oíandiversos ronquidos entrecortados. Giró sobre sus pies, calzados con zapatillas, y secolocó frente a la puerta del dormitorio principal, reconociendo al instante aquelsonido familiar: su madre dormía. En la calma de la noche, aguzó el oído hasta queconsiguió distinguir la lenta respiración nasal de su padre. A continuación ladeó lacabeza hacia el dormitorio de Will, y volvió a escuchar hasta que logró percibir elritmo peculiar de su respiración, que era rápida y superficial.—Sí —musitó con un brusco y exultante movimiento de cabeza. Todo el mundodormía profundamente. La idea le agradó. Era pues su momento, el momento en quetenía la casa para ella y podía hacer lo que quisiera. Un momento de calma antes deque despertaran todos y volviera a dominar el caos. Se estiró y avanzó unos pasosmuy sigilosamente, hasta que llegó a la puerta del dormitorio de Will y pudo atisbar elinterior.


Nada se movía. Como un fantasma que revoloteara por el dormitorio, se acercó allado de su cama. Se quedó allí, de pie, mirándolo. Dormía boca arriba, con los brazosabiertos descuidadamente por encima de su cabeza. A la débil luz de la luna, que sefiltraba por las cortinas medio corridas, examinó su cara. Se acercó un paso más paracolocarse justo encima de él.«Hay que ver cómo duerme, sin nada que le preocupe», pensó, y se inclinó aúnmás sobre la cama. Al hacerlo, descubrió que tenía una débil mancha bajo la nariz.Examinó centímetro a centímetro a su hermano dormido hasta llegar a sus manos.«¡Barro!». Estaban cubiertas de barro. ¡No se había preocupado de lavarse antes de ira la cama!, y lo que resultaba aún más asqueroso: ¡debía de haberse metido el dedo enla nariz entre sueños! «Qué cerdo», se dijo entre dientes, muy bajo, pero fue suficientepara que su hermano oyera algo, porque extendió los brazos y flexionó los dedos.Tranquilo e inconsciente de la presencia de su hermana, hizo con la garganta un ruidograve, como de satisfacción, y retorció un poco su cuerpo para cambiar ligeramentede postura.


—Eres un desperdicio de espacio —susurró ella después, y se volvió a mirar laropa sucia que había tirado al suelo. La recogió y salió del dormitorio, en dirección ala cesta de mimbre donde dejaban la ropa para lavar, que estaba en un rincón delpasillo. Mientras comprobaba que no hubiera nada en los bolsillos conforme echabala ropa en la cesta, encontró en los vaqueros un trozo de papel, que desarrugó pero nopudo leer en aquella oscuridad.«No será nada seguramente», pensó metiéndoselo en la bata. Al sacar la mano delbolsillo, se pilló una uña en la guata. Se mordió el borde partido y caminó hacia eldormitorio principal. Una vez dentro, se aseguró de que pisaba sólo en los sitiosexactos en los que las baldosas que había bajo la vieja y desgastada alfombra de pelolargo no crujirían delatando su presencia. Estuvo observando a sus padresexactamente de la misma manera que había observado a Will, como si intentaradesentrañar sus pensamientos. Al cabo de unos minutos, Rebecca había visto todo loque quería ver. Cogió la jarra de la mesita de noche y la olió.


«Otra vez su infusión relajante, con unas gotas de coñac». De puntillas, con lajarra en la mano, salió del dormitorio y bajó a la cocina, abriéndose paso sin grandesdificultades en la oscuridad. Dejó la jarra en el fregadero y salió de la cocina paravolver al recibidor. Allí se quedó quieta una vez más, ladeando ligeramente la cabeza ycerrando los ojos para afinar el oído.«Está todo tan tranquilo... —pensó—. Así debería ser siempre». Permaneció allísin moverse, como en trance. Luego aspiró lentamente por la nariz para llenarse lospulmones, mantuvo el aire durante unos segundos, y lo fue soltando por la boca.Se oyó una tos amortiguada, procedente del piso superior. Con disgusto, Rebeccadirigió la mirada a la escalera. Habían turbado su paz. Habían roto el hilo de suspensamientos.—¡Estoy tan cansada de todo esto! —dijo con amargura.


Sin hacer ruido, se acercó a la puerta de la calle, quitó la cadena de seguridad, yluego se dirigió a la sala de estar. Las cortinas estaban completamente abiertas y leproporcionaban una clara vista del jardín trasero, en el que la luz de la luna, que sedesplazaba lentamente, iba iluminando trozos de vegetación. Sus ojos no se apartaronni un instante de aquella vista mientras se sentaba en la butaca de su madre y serecostaba para seguir contemplando el jardín y el seto que lo separaba de los terrenoscomunales. Y allí permaneció hasta la madrugada, disfrutando de la soledad de lanoche y abrigada con el sudario de una oscuridad como de chocolate. Observando.

Túneles - roderick gordonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora