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Sabiendo que Rebecca era implacable y que no merecía la pena provocar su ira, ymenos a la hora de comer, Will se sacudió la suciedad y se limpió el barro de las botasantes de entrar en casa

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Sabiendo que Rebecca era implacable y que no merecía la pena provocar su ira, ymenos a la hora de comer, Will se sacudió la suciedad y se limpió el barro de las botasantes de entrar en casa. Tiró la mochila al suelo, y las herramientas que había dentrono habían terminado de chocar unas con otras, cuando se quedó helado del asombro.Tenía ante él una escena muy rara: la puerta de la sala de estar estaba cerrada yRebecca permanecía agachada ante ella, con el oído puesto en la cerradura. Hizo ungesto de disgusto en cuanto vio a Will.—¿Qué...? —Pero su hermana no lo dejó continuar, pues, levantándoserápidamente, lo hizo callar llevándose un dedo a los labios. Cogió a su desconcertadohermano por el brazo y lo obligó a entrar en la cocina—. ¿Qué pasa? —preguntó Will,indignado pero sin levantar la voz.


Era todo muy extraño, desde luego. Había pillado a Rebecca, la señorita perfecta,escuchando a escondidas a sus padres, algo que nunca se hubiera esperado de ella.Pero había otra cosa aún más sorprendente: la puerta de la sala de estar, que estabacerrada. Will volvió la cabeza para comprobarlo de nuevo, sin poder creer lo queveían sus ojos.—Hasta donde me alcanza la memoria, esa puerta siempre ha estado abierta ytrabada con una cuña —comentó—. Ya sabes cómo odia ella...—¡Se están peleando! —explicó Rebecca con solemnidad.—¿Que se están qué? ¿Por qué?—No estoy segura. Lo primero que oí fue a mamá gritándole que cerrara la puerta,y estaba intentando enterarme de más cuando has llegado.—Pero tienes que haber oído algo.Rebecca no le respondió de inmediato.—Vamos —la apremió él—. ¿Qué has oído?—Bueno —comenzó lentamente—, ella le gritaba que era un puñeterofracasado... y que tenía que dejar de perder el tiempo con cosas que no eran más quebasura.—¿Qué más?—No pude oír el resto, pero estaban los dos muy enfadados. Se estaban diciendode todo. ¡Tiene que tratarse de algo muy importante, porque ella se está perdiendo laserie Vecinos!Will abrió el frigorífico y contempló un yogur distraídamente antes de volver adejarlo en su sitio.—¿Qué puede haber pasado? No recuerdo que se hayan peleado de esta formanunca.


Justo en ese momento se abrió de par en par la puerta de la sala, haciéndoles darun respingo, y el doctor Burrows salió en estampida y se fue derecho hacia el sótano,con la cara roja y los ojos desorbitados. Buscó la llave, rezongando algoincomprensible, hasta que abrió la puerta y luego la cerró tras él con gran estruendo.Will y Rebecca seguían mirando por la ranura de la puerta de la cocina cuandooyeron gritar a la señora Burrows.—¡No vales para nada, pedazo de fósil! ¡Lo que es por mí, te puedes quedar ahíabajo y pudrirte, reliquia arqueológica! —gritó a pleno pulmón, cerrando la puerta dela sala con un golpe que podría haber tirado la casa abajo.—Tiene que haber levantado la pintura de la pared —comentó Will con frialdad.Rebecca estaba tan preocupada por lo que sucedía que no le oyó.—¡Qué rabia, Dios mío! Tengo que hablar con él sobre algo que he encontradohoy, es muy importante —rezongó.


Esta vez, ella sí le oyó:—¡De eso ya puedes olvidarte! Mi consejo es que los dejemos en paz hasta quetodo se olvide. —Levantó la barbilla en un gesto algo engreído—. Si es que se olvida.En fin, la comida está lista. Sírvete tú mismo. Puedes ponértelo todo si quieres,porque no creo que nadie aparte de ti tenga ganas de cenar.Sin decir nada más, Rebecca se dio la vuelta y salió de la cocina. Will paseó lamirada desde el hueco de la puerta por el que ella había salido hasta el horno, y seencogió de hombros.Engulló dos raciones y media de una comida «lista para el horno», y subió al pisode arriba de la casa, que se hallaba sumida en un asombroso silencio. Ni siquieradistinguía el acostumbrado ruido de la televisión mientras, sentado en la cama,limpiaba meticulosamente su pala con un trapo hasta que su brillo se reflejó en eltecho del dormitorio. Entonces se inclinó para dejarla en el suelo suavemente, apagóla luz de la mesita de noche y se sumergió bajo el edredón

Túneles - roderick gordonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora