10
Will se despertó bostezando perezosamente. Contemplaba la habitación adormiladohasta que cayó en la cuenta de la luz que entraba por el borde de las cortinas. Se sentóbruscamente, comprendiendo que algo no iba bien. Faltaba el habitual alborotomatutino en la casa. Miró el despertador. Se había quedado dormido. Losacontecimientos de la noche anterior lo habían alterado hasta el punto de que se lehabía olvidado poner el despertador.Encontró algunas prendas de su uniforme relativamente limpias en el fondo delarmario. Se las puso a toda prisa y se fue al cuarto de baño a lavarse los dientes. Alsalir del baño vio que la puerta del dormitorio de Rebecca estaba abierta y se paró unmomento a escuchar. Ya había aprendido a no entrar de sopetón. El dormitorio era susantuario, y se había enfadado varias veces con él por entrar sin llamar. Como no oyóseñales de vida, decidió entrar a mirar. Estaba tan pulcro como siempre: la cama hechaprimorosamente y la ropa de andar por casa preparada para cuando volviera delcolegio, todo limpio y ordenado. Vio el pequeño despertador negro en la mesita.«¿Por qué no me habrá llamado?», pensó.
Luego vio que la puerta del dormitorio de sus padres estaba entornada, y no pudoresistirse a asomar la cabeza por el hueco. La cama estaba sin deshacer. Aquello no eranormal.¿Dónde estaban? Will pensó en la discusión que habían tenido sus padres la nocheanterior, cuya gravedad no había comprendido hasta aquel momento. En contra de laimpresión que solía dar, Will tenía un lado sensible: no es que no le importara lo queles ocurría a los demás, era tan sólo que le resultaba difícil expresar sus emociones, yprefería ocultar sus sentimientos detrás de una displicente chulería ante las cosas de sufamilia, o con una máscara de total indiferencia ante lo que atañía a otras personas. Setrataba de un mecanismo de defensa desarrollado con los años para soportar las pullasque provocaba su aspecto físico: nunca muestres tus sentimientos, nunca contestes asus provocaciones, nunca les des esa satisfacción. Aunque no pensaba mucho en ello,Will era consciente de que su vida familiar era muy extraña, por decirlo con suavidad.Los cuatro miembros de la familia eran tan diferentes como si los hubiera juntado elazar, tan diferentes como cuatro extraños que comparten un compartimento de tren.De algún modo, la amalgama tenía sentido. Cada cual sabía cuál era su sitio, y elresultado final, si no completamente satisfactorio, tenía su propio y peculiarequilibrio. Pero ahora todo amenazaba con venirse abajo. Al menos Will tenía esasensación aquella mañana.
En medio del pasillo del piso superior, volvió a escuchar el inquietante silencio,paseando la mirada de una puerta a otra. Aquello era grave.«Tenía que ocurrir precisamente ahora, justo cuando había descubierto algo tansorprendente», pensó. Quería hablar con su padre, contarle lo del túnel de los Pozos yla extraña cámara con la que se habían encontrado Chester y él. Porque sin suaprobación, sin su frase «Bien hecho, Will» y sin su sonrisa paternal, todo aquello novalía nada.Mientras bajaba las escaleras, tenía la extraña sensación de ser un intruso en supropia casa. Vio la puerta de la sala de estar. Seguía cerrada. Su madre debía de haberdormido allí, pensó al entrar en la cocina. En la mesa sólo había un cuenco. Como ensu fondo quedaban unos copos de arroz, Will supo que su hermana había desayunadoantes de salir para el colegio. Pero el hecho de que no lo hubiera lavado al terminar, yla ausencia tanto en la mesa como en el fregadero del cuenco de copos de maíz y de lataza de té de su padre, le parecieron alarmantes.
Aquella imagen congelada de la actividad cotidiana encerraba la clave de unmisterio, como esas pequeñas pistas en la escena del crimen que, examinadascorrectamente, proporcionaban la explicación de lo ocurrido.Pero la cosa no funcionaba. No conseguía encontrar ninguna respuesta, y sabíaque debía cumplir sus deberes cotidianos.«Esto es como un mal sueño —murmuró mientras echaba apresuradamente loscereales de trigo en un cuenco—. Tocado y hundido», añadió masticando condesánimo.
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Túneles - roderick gordon
FantasíaWill tiene una afición muy extraña para un chico de catorce años: pasa su tiempo excavando, buscando tesoros perdidos en las entrañas de la tierra. Así descubre que, bajo el mismo Londres, existen lugares desconocidos, túneles que no constan en ning...