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—¿Will? ¿Eres tú? —preguntó Chester, protegiéndose los ojos del sol mientras suamigo salía de la puerta de la cocina al frondoso jardín trasero de la familia Rawls

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—¿Will? ¿Eres tú? —preguntó Chester, protegiéndose los ojos del sol mientras suamigo salía de la puerta de la cocina al frondoso jardín trasero de la familia Rawls.Había pasado aquella mañana de domingo matando moscas y avispas con una viejaraqueta de bádminton, insectos que con el calor del mediodía se atontaban y sevolvían blancos fáciles. Tenía un aspecto cómico con sus chancletas y su gorra, elshort que acentuaba su desmedido tamaño, y los hombros enrojecidos por el sol.Will llevaba las manos metidas en los bolsillos traseros de los vaqueros, y parecíapreocupado.—Necesito que alguien me eche una mano —dijo, mirando hacia atrás paraasegurarse de que los padres de Chester no podían oírle.—Hombre, ¿de qué se trata? —preguntó su amigo sacudiendo los restos de unamosca grande de las desgastadas cuerdas de la raqueta.—Quiero echar un vistazo por el museo esta noche —explicó Will—. Examinar lascosas de mi padre. —Chester dejó de prestar atención a todo lo demás—. Quiero versi encuentro alguna pista... en su despacho —prosiguió.—¿Quieres forzar la entrada? —preguntó Chester en voz baja—. Yo no...Will le interrumpió:—Tengo las llaves. —Sacando la mano del bolsillo, se las enseñó a su amigo—.Sólo pretendo echar un vistazo rápido y necesito a alguien que me guarde lasespaldas.


Se había preparado para ir solo pero, al pensarlo mejor, le pareció natural pedirayuda a su amigo. Era el único a quien podía recurrir, dado que su padre ya no estaba.Juntos habían trabajado muy bien en el túnel de los Cuarenta Hoyos, como unverdadero equipo; y, además, Chester parecía sinceramente preocupado por la suerteque hubiera podido correr su padre.Dejando la raqueta a un lado, el muchacho meditó un instante, mirando la casa yvolviendo a mirar a Will.—De acuerdo —dijo—, pero preferiría que no nos pillaran.


Will sonrió. Estaba muy bien eso de tener un verdadero amigo, alguien en quienconfiar, aparte de su familia, por primera vez en su vida.Cuando oscureció, los dos muchachos subieron a hurtadillas la escalera delmuseo. Will abrió la puerta con la llave, y entraron rápidamente. En el interior sólohabía la luz necesaria para poder moverse por entre las sombras zigzagueantes queproyectaba el débil resplandor de la luna y el neón amarillo de las farolas.—Sígueme —le susurró Will a Chester.Y, agachados, cruzaron la sala principal hacia el pasillo, ocultándose entre lasvitrinas y haciendo muecas cada vez que sus zapatillas de deporte chirriaban en elsuelo de parqué.—Cuidado con el...—¡Ay! —gritó Chester al tropezar con un madero que estaba en el suelo, a laentrada del corredor, y caer despatarrado—. ¿Qué demonios hace eso ahí? —preguntómalhumorado, frotándose la espinilla.—Vamos —le instó Will.Casi al final del pasillo estaba el despacho del doctor Burrows.—Aquí podemos encender las linternas, pero con cuidado de no enfocarlas haciaarriba.—¿Qué es lo que buscamos? —susurró Chester.—Aún no lo sé. Primero vamos a registrar la mesa —dijo Will en voz muy baja.Mientras Chester enfocaba con la linterna, Will hojeaba pilas enteras de papeles ydocumentos. No era tarea fácil, porque el doctor Burrows era tan desorganizado en eltrabajo como en casa, y dejaba los papeles por toda la mesa, agrupados en montonesarbitrarios. La pantalla del ordenador estaba tapada por notas adhesivas que llenabande rizos toda su superficie. Al buscar, Will se fijaba sobre todo en cualquier hojasuelta que estuviera escrita con la casi ilegible letra de su padre. Pero terminaron deexaminar todos los papeles sin encontrar nada interesante, así que cada uno se puso aabrir los cajones de su extremo de la mesa.

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⏰ Última actualización: Dec 02, 2023 ⏰

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Túneles - roderick gordonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora