11

1 0 0
                                    


11

Chester estaba apoltronado en una de las dos desvencijadas butacas del túnel de losCuarenta Hoyos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Chester estaba apoltronado en una de las dos desvencijadas butacas del túnel de losCuarenta Hoyos. Con las yemas de los dedos formó otra bolita de arcilla y la añadió almontón que tenía en la mesa, a su lado. Sin mucho interés, empezó a ensayar punteríatirándolas, una tras otra, al cuello de una botella de plástico vacía que había situado enprecario equilibrio en el borde de una carretilla cercana.Will se estaba retrasando mucho, y mientras Chester lanzaba las bolitas sepreguntaba qué sería lo que lo había entretenido. De por sí, este retraso no era motivode preocupación, pero es que se moría de impaciencia por explicarle a su amigo loque había descubierto al llegar a la excavación.Cuando por fin apareció Will, lo hizo bajando a paso de tortuga por la rampa de laentrada del túnel, con la pala al hombro y la cabeza gacha.


—Hola, Will —le saludó Chester con alegría, tirando a la orgullosa botella elpuñado de bolas que le quedaban, todas a la vez.Pero como era de suponer, todas erraron el blanco, y Chester se mostródecepcionado antes de volverse hacia su amigo en espera de respuesta. Pero Will sóloemitió un gruñido, y cuando levantó la vista, a Chester le sorprendió la tristeza quehabía en sus ojos.Había notado los dos últimos días que a Will le pasaba algo raro. En el colegio lohabía estado evitando; y en las pocas ocasiones en las que habían hablado se habíamostrado poco comunicativo.


Se hizo un incómodo silencio en la sala hasta que Chester, incapaz de soportarlomás, soltó:—Hay un obstáculo...—Mi padre no está —lo cortó Will.—¿Qué?—Se encerró en el sótano, pero ahora pensamos que se ha ido.De repente Chester comprendió con claridad por qué su amigo se habíacomportado de manera tan rara los últimos días. Abrió la boca y volvió a cerrarla,porque no se le ocurrió nada que decir. Como si estuviera agotado, Will se dejó caeren la butaca más cercana.—¿Cuándo ha ocurrido? —preguntó Chester, incómodo.—Hace un par de días... tuvo una pelea con mi madre.—¿Y ella qué piensa?—¡Nada! Desde que él se fue, no ha abierto la boca —respondió Will.Chester miró el ramal del túnel que salía de la sala y después a Will, que frotabapensativo una mancha de barro seco que había en el mango de la pala. Chester respiróhondo y dijo dubitativo:—Lo siento, pero... hay algo más que debes saber.—¿Qué es? —preguntó con tranquilidad.—El túnel está taponado.—¿Qué? —preguntó Will.


Fue como si despertara de repente. Saltó de la butaca y corrió a la boca del ramal.En efecto, la entrada de la curiosa cámara de ladrillo era infranqueable. Es más, delpasaje de seis metros sólo quedaba la mitad.—No me lo puedo creer. —Con la sensación de no poder hacer nada, Willobservaba la sólida barrera de tierra y piedra que llegaba hasta el techo del túnel.Comprobó los puntales que tenía delante, tirando de ellos con ambas manos ygolpeando su base con la puntera de acero de sus botas de trabajo.—Estos están perfectamente —dijo, y se agachó para palpar en varios sitios latierra que tapaba el túnel. Cogió algo de tierra en el hueco de la mano y la examinómientras Chester lo miraba, admirado por el modo en que su amigo investigaba elsuceso.

Túneles - roderick gordonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora