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Al día siguiente Will se despertó temprano, y como no quería pensar en ladesaparición de su padre, se puso la ropa de trabajo y bajó la escalera corriendo, conla intención de tomar un desayuno rápido y tal vez conseguir que Chester lo ayudara aabr...

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Al día siguiente Will se despertó temprano, y como no quería pensar en ladesaparición de su padre, se puso la ropa de trabajo y bajó la escalera corriendo, conla intención de tomar un desayuno rápido y tal vez conseguir que Chester lo ayudara aabrir el ramal de los Cuarenta Hoyos. Rebecca andaba ya en la cocina, y por la maneraque tuvo de atraparlo en cuanto él entró por la puerta, era evidente que lo estabaesperando.—Tenemos que hacer algo respecto a papá —dijo mientras Will la miraba algoasustado—. Mamá no va a mover un dedo porque ella ha sido la causante.


El sólo deseaba salir de casa. Necesitaba desesperadamente olvidarse de aquelproblema. Desde la noche de la pelea entre sus padres, Rebecca y él habían seguidoasistiendo a clase como de costumbre. Lo único que había cambiado era que comíanen la cocina, sin su madre. Ella salía a hurtadillas para servirse lo que hubiera en lanevera y, como es de suponer, comía delante de la televisión. Aquellas incursioneseran bastante evidentes, puesto que las empanadas y trozos de queso desaparecíanjunto con barras enteras de pan y tarrinas de margarina.Se la habían encontrado un par de veces en el recibidor, cuando se dirigía al bañoarrastrando los pies, en camisón y zapatillas, con la parte de atrás doblada y pisada.Pero en estos encuentros, Will y Rebecca sólo recibían un leve movimiento de cabezaen señal de reconocimiento.


—He tomado una decisión: voy a llamar a la policía —dijo Rebecca delante delfregadero.—¿Crees que es lo que debemos hacer? ¿No sería mejor esperar un poco? —preguntó. Sabía que la situación no tenía buena pinta, pero no se sentía capaz de dar elpaso—. ¿Dónde piensas que puede haber ido?—Sé tanto como tú —respondió Rebecca con brusquedad.—Ayer me pasé por el museo y estaba cerrado.Aunque llevaba días sin abrir, no había llamado nadie para quejarse.—Tal vez ha decidido que está harto y quiere romper... con todo —sugirióRebecca.—Pero ¿por qué?—La gente no para de desaparecer. ¿Quién sabe por qué? —Rebecca alzó susdelgados hombros—. Pero ahora tenemos que hacernos cargo de la situación —dijocon decisión—, y tenemos que explicarle a mamá lo que vamos a hacer.—De acuerdo —asintió Will a regañadientes. Al pasar por el recibidor, miró supala con anhelo. Hubiera dado lo que fuera por salir de casa y meterse en algún lugaren el que las cosas resultaran comprensibles.


Rebecca llamó a la puerta de la sala de estar, y entraron los dos. Parecía como si sumadre no los viera. Su mirada no se apartó ni un instante de la pantalla de latelevisión.Se quedaron allí parados, sin saber qué hacer, hasta que Rebecca se acercó a labutaca de su madre, cogió el mando a distancia y apagó la tele.Los ojos de la señora Burrows siguieron sin apartarse de la pantalla, en la que yano había nada. Will vio en ella el reflejo de los tres: tres pequeñas figuras aprisionadasentre los bordes del negro rectángulo. Respiró hondo, diciéndose que él era el quetenía que hacerse cargo de la situación, no su hermana como siempre.

Túneles - roderick gordonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora