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Al día siguiente, el doctor Burrows se encontraba en el museo, ordenando la vitrina delos botones que había debajo de la ventana

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Al día siguiente, el doctor Burrows se encontraba en el museo, ordenando la vitrina delos botones que había debajo de la ventana. Estaba inclinado sobre el expositor, y sutrabajo en aquel momento consistía en añadir a las hileras irregulares de botones deplástico, madreperla y esmalte que constituían la colección, unos nuevos botones debronce reverdecido procedentes de diversos regimientos del ejército. Se le agotaba lapaciencia, porque las presillas que tenían los botones en la parte de atrás les impedíanreposar horizontalmente sobre el tablero recubierto con un tapete; daba igual lo muchoque apretara.Resopló de pura frustración. En ese momento oyó en la calle la bocina de uncoche y levantó la vista involuntariamente. Con el rabillo del ojo, vio a un hombreque caminaba por la acera de enfrente.


Llevaba visera, sobretodo largo y gafas oscuras, aunque el día estaba nublado ysólo había breves ratos de sol. Podía ser el mismo hombre con el que había chocadoel día anterior al salir del puesto de prensa, pero no estaba seguro porque todos eranmuy parecidos.¿Qué era lo que le intrigaba tanto de aquellas personas? El doctor Burrows tenía lasensación de que había algo de especial en ellos, algo decididamente extraño, fuera delugar. Era como si hubieran salido de otro tiempo, tal vez de la época georgiana,[1]dado el estilo de su indumentaria. A él le parecían un fragmento de historia viva,como aquellas noticias que había leído sobre los pescadores de Asia que habíanencontrado celacantos en las redes, o algo incluso más importante... como eldescubrimiento del eslabón perdido en la evolución humana. Aquéllas eran las cosascon las que soñaba y que le distraían de su vida rutinaria y monótona.


El doctor Burrows no era hombre capaz de dominar sus obsesiones, y ésta lodominaba por completo. Tenía que haber una explicación racional al fenómeno del«hombre de sombrero», y estaba decidido a encontrarla.—Bien —decidió en aquel instante—, ésta es una ocasión tan buena comocualquier otra.Dejó la caja con los botones, atravesó el museo corriendo, salió por la puerta deentrada, y la cerró tras él. Una vez en la calle, localizó al hombre y, manteniendo unaconsiderable distancia, lo siguió por High Street. Fue detrás de él, respetando su paso,mientras abandonaba High Street, se metía por Disraeli y cruzaba la calle para tomar laprimera a la derecha, que era Gladstone Street, nada más pasar el antiguo convento.Se encontraba a unos veinte metros detrás de él cuando el hombre se detuvo depronto y se volvió para mirarlo.


El doctor Burrows se estremeció al ver el cielo reflejado en las gafas del hombre y,consciente de que el juego había terminado, se dio media vuelta para mirar en sentidocontrario.Sin saber qué hacer, se agachó para atarse un imaginario lazo en sus zapatos sincordones. Sin levantarse, alzó la vista furtivamente para mirar por encima del hombro,pero el hombre al que perseguía acababa de desaparecer.


Recorriendo azaroso la calle con los ojos, se puso a caminar deprisa, y echó acorrer al acercarse al punto en que había visto por última vez a su presa. Al llegar,descubrió que había un angosto pasaje entre dos pequeñas casas de beneficencia. Lesorprendió no haberse dado cuenta nunca de la existencia de aquel pasaje en lasocasiones en que había pasado por allí. Se accedía a él atravesando un arco, y despuéstranscurría como un estrecho túnel que salía a los patios traseros de las casas, y seguíaentre ellos un trozo, ya a cielo abierto. El doctor Burrows escudriñó el pasaje, pero lafalta de luz impedía ver gran cosa. Después del tramo que estaba a oscuras, sí se podíaver algo al final. Era un muro donde acababa al pasaje: se trataba pues de un callejónsin salida.Volviendo a examinar la calle, movió la cabeza de un lado a otro sin comprender:no conseguía encontrar ningún otro lugar por el que aquel desconocido pudierahaberse metido para desaparecer tan de repente, así que respiró hondo y se internópor el pasaje. Caminó con cautela, temiendo que el hombre de sombrero pudiera estaroculto y al acecho en algún portal. Cuando sus ojos se adaptaron a la oscuridad, pudover que el suelo estaba lleno de cajas de cartón mojadas y botellas de leche, la mayoríarotas.

Túneles - roderick gordonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora