Siempre habíamos sido nosotros cuatro Shoko, Suguru, tú y yo. Hasta que todo comenzó a romperse. Nos fuimos distanciando entre traiciones y trabajo. Suguru se fue y Shoko tomó su camino como doctora de la escuela. Ahora solo estamos tú y yo con todo...
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Salimos del aula y fuimos a por unos refrescos de la máquina expendedoras. Satoru sacó una bebida y empezó a beber de ella.
— Entiendo los motivos de la organización Q —comentó Satoru—. Pero, ¿por qué la secta del manto estelar quiere matarla?
— Lo que ellos adoran es a un Tengen puro —respondió—. No dejarán que el cuerpo de plasma estelar, una impureza, se mezcle con él.
Llegamos al edificio en el que se encontraba la chica. Fui con Suguru mientras que Satoru que quedaba fuera para supervisar los exteriores. Estábamos en el ascensor.
— ¿Crees que salga bien la misión? —le pregunté.
— Saldrá bien, no te preocupes por eso —sonrió. Sacó su teléfono y llamó a Satoru—. La secta del manto estelar es un grupo de no hechiceros. No hace falta preocuparse por ellos. Con la que hay que tener cuidado es con Q.
— Cómo sea, todo saldrá bien —escuché a mi novio a través de la llamada—. Nosotros somos los más fuertes. Por eso el señor Tengen nos solicitó a nosotros, ¿no? —Suguru suspiró con cierto asco—. ¿Qué?
— Este, Satoru, pensaba decirte esto desde hace tiempo. Deberías dirigirte a la gente con más respeto —le comentó Suguru.
— ¿Qué? —preguntó con cierta molestia.
Las puertas del ascensor se abrieron, ambos salimos de él y empezamos a ir hacia las habitaciones. El pasillo era amplio y las paredes eran de color blanco.
— Sobre todo con los superiores —siguió hablando Suguru—. Ya que es posible que veamos al señor Tengen. ¿Por qué no intentas hablar con un poco más de humildad? Y los más jóvenes tampoco te tendrían miedo.
— Ni lo sueñes —bramó.
Mientras que ellos hablaban, yo miraba con curiosidad los pasillos del edificio. No había absolutamente nadie, y eso no era convincente.
— Anda, hazme caso, Satoru. Bueno, como sea, hay que discutirlo después —llamó al timbre de una de las habitaciones.
— ¿Si? —preguntaron al otro lado de la puerta.
Se escuchó un pitido y explotó. Suguru fue más rápido y nos metió dentro de una de sus maldiciones. A los pocos segundos nos liberó y miramos el panorama.
— ¿Seguís vivos? —preguntó mi novio.
— Por lo menos nosotros si —respondió Suguru.
— Si muere la mocosa, ¿sería nuestra culpa? —volvió a preguntar.
A lo lejos, vimos el cuerpo de una chica. Suguru no se lo pensó dos veces y saltó por la ventana. Solté una carcajada, sabía que iba a hacer eso. Escuché pasos y me escondí un poco, se trataba de un hombre y tenía a una mujer inconsciente.
