Siempre habíamos sido nosotros cuatro Shoko, Suguru, tú y yo. Hasta que todo comenzó a romperse. Nos fuimos distanciando entre traiciones y trabajo. Suguru se fue y Shoko tomó su camino como doctora de la escuela. Ahora solo estamos tú y yo con todo...
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Miraba al extraño con odio. Nunca había mirado así a alguien y ahora lo estaba haciendo.
— Quiero ver de que eres capaz, he oído hablar mucho de ti —sonrió.
— Entonces sabrás el porqué hablan de mi —respondí.
Sin pensármelo dos veces pause el tiempo y corrí hasta él. Pero para mí sorpresa pude ver como tenía una sonrisa en su rostro, no me lo esperaba. Por alguna razón sabía lo que iba a hacer y como, ya que no puedo matarlo. Su cuerpo era completamente fuerte.
El tiempo pasó y lo único que había hecho era golpearlo en zonas claves que nos habían enseñado en la academia.
Sabía que no podía matarlo, lo único que tenía que hacer era distraerlo. Porque no soy tan fuerte como Satoru, si él no ha podido yo menos. Porque yo no soy nadie a comparación de Satoru.
Abrí los ojos sorprendida al ver como una katana se acercaba a mi a toda velocidad, con dificultad la esquive y miré al hombre el cual ya no estaba.
Lo busque e intenté sentir su energía pero no había rastro de él. Hasta que sentí un dolor en el abdomen, miré y había una katana atravesándolo. Fruncí el ceño ante su acción.
— No ha estado mal, después de todo te has esforzando —murmuró en mi oído.
— ¿Cómo sabías lo que iba a hacer? —pregunté haciendo una mueca.
— Os e observado mucho, sobretodo a tu novio y a ti. Vuestro ritual es interesante —respondió—. Me llamo Toji Fushiguro.
— Ya sabrás mi nombre, después de todo sabes de que clan soy.
— Abril Nishimura, tu nombre es precioso. Es una pena que mueras...
— No he muerto, el que va a morir eres tu. Ya habrán hecho la unión —sonreí con dificultad.
— Eso está por verse.
Sacó la katana de mi abdomen y me tiró al suelo. Solté un quejido y lo vi irse. Por lo menos había servido para algo, había sido una buena distracción.
Con dificultad me levanté y fui hasta el cuerpo de Satoru. Este ya no se movía y sus ojos estaban cerrados. Solté un sollozo e intenté buscarle el pulso, lo intenté en su cuello y luego en su muñeca, pero nada. Negué con la cabeza, no puede estar muerto.
— Satoru, por favor. No me dejes. No me dejes como lo han hecho todas las personas que he querido durante toda mi vida. Te amo. Por favor —rompí en llanto agarrandome a su cuerpo—. No puedes morir, por favor. Te necesito, Gojo Satoru. No me dejes, por favor...
Dolía, dolía como el mismísimo infierno. El dolor de mi abdomen había pasado a ser secundario, mi corazón estaba roto. La persona que amo está a mi lado, pero no tiene vida.
