Siempre habíamos sido nosotros cuatro Shoko, Suguru, tú y yo. Hasta que todo comenzó a romperse. Nos fuimos distanciando entre traiciones y trabajo. Suguru se fue y Shoko tomó su camino como doctora de la escuela. Ahora solo estamos tú y yo con todo...
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Ver a las personas crecer contigo es maravilloso, al igual que verlas a tu lado. Pero cuando llega el momento de decirles adiós, todo se derrumba. Muchas veces suele ser por una traición, otras por un malentendido y la más dolorosa es la muerte.
Decirle adiós a alguien a quien ni siquiera has podido hacerlo es horrible, ni siquiera se puede describir esa sensación.
Nunca nadie está preparado para ver a alguien morir y mucho menos para decir adiós.
Lloraba en el hombro de Satoru. No estaba lista para perder a alguien más, no quería volver a hacerlo.
Pensar en todos lo momentos que había compartido con Haibara me ponían feliz, pero luego le veo tumbado en la camilla, lleno de sangre, sin vida...
— No llores más, Abril. A Haibara no le gustaría verte así, te diría que sonrieras por él —dijo Satoru mientras acariciaba mi espalda.
— Lo sé, pero no es tan fácil —murmuré.
— Tienes que hacerlo por él y por ti. Por favor, Abril.
Apreté mis ojos y abracé a Satoru con más fuerza, este no tardó en corresponderme haciéndome sentir protegida.
— Está bien...
Habían pasado un par de semanas desde que Haibara murió. Algunas tardes hablaba con Nanami y este me contaba como se sentía, para él también había sido difícil.
Satoru entró en mi habitación y no tenía buena cara. Me levanté y lo abracé, parecía necesitarlo. Me preguntaba que le pasaba pero él tenía que contármelo, no podía obligarlo a hacerlo.
— Abril, tenemos que hablar —murmuró acariciando mi cabeza.
— ¿Es algo malo? —pregunté con temor.
— Ven, vamos a sentarnos —se separó de mi y me agarró la mano.
Lo seguí hasta mi cama y nos sentamos en ella. Miraba a Satoru esperando alguna respuesta, cualquier dato que pueda ayudarme a entender que estaba pasando. Estaba preocupada, sus manos temblaban y sus ojos estaban llorosos.
— ¿Qué está pasando, Satoru? —volví a preguntar.
— No sé como decírtelo —murmuró jugando con sus dedos—. Tenías razón, algo no estaba bien y yo no me había dado cuenta. Lo siento.
— ¿De qué estás hablando?
— Es Suguru, Abril —soltó.
Lo miré esperando alguna otra afirmación. ¿Qué había hecho? ¿Qué había pasado? Con una de mis manos agarré una de las suyas y con la otra giré su rostro para que me mirase.
