Capítulo 4
Soledad
Ninfa estaba recostada, semidesnuda postrada como un cadáver en su funeral, con los ojos abiertos, observando el techo, mientras el agua de la lluvia salpicaba en el techo y viajaba resbalando por el ventanal, como transpiración en un arduo día de trabajo.
Tenía un pequeño problema: si bien, desde no mucho, había comenzado su carrera como cazatesoros, y no conoce otra vida más que el mal. Recordaba asentarse en posadas, donde cubría su rostro, ocultaba su voz, a veces hasta sus manos, solo para evitar que los hombres solitarios y desertores la vieran. Entonces cerró los ojos y la mente comenzó a jugar por ella.
Era una noche fría, donde atravesaba la puerta de una asquerosa posada, en la que se veían sentados: decenas de hombres, algunos granjeros, otros guerreros. La mayoría carentes de familia, mirando de reojo a todo aquél que se vea diferente. Se los veía alzando sus jarros con sus manos belludas, tuertos, llenos de cicatrices, algunos sin piernas o manos.
Ninfa se acercó a la barra para pedir una habitación donde dormir poniendo dos monedas, sobre el mostrador.
—Son cinco, ni uno menos. Pero si quieres uno más. —dijo el posadero con una risa, mientras fregaba un vaso de vidrio irregular. Ninfa acercó las últimas monedas a la mesa, descubriendo por accidente sus dedos. El posadero vió su mano desnuda, la mano de una joven mujer.
—¿Qué hace una señorita en estas tierras?
Todos los hombres de la posada voltearon a verla, algunos parándose de sus sillas. Ninfa regresó a la salida, cuya puerta había sido bloqueada por otro hombre. No tenía escapatoria.
De repente, una de las grandes ventanas había sido atravesada por un caballo oscuro, montada por un guerrero tapado de un manto negro, desenvainó el acero de su espada y antes de que los hombres tengan apenas tiempo para retractarse, el asesino ya había comenzado la masacre.
Mientras Ninfa estaba sobre el suelo, tapándose la cabeza, se podía oír el ruido de gargantas cortadas, zarpazos, sillas cayendo, gritos de sufrimiento masculinos. Cuándo creyó que todo había terminado, el posadero era el último de todos, hablaba debilitado y gimiendo. Arrastrándose sobre el suelo empapado de sangre, hasta pegarse a esquina sin salida. Unos retumbantes pasos lo perseguian con tranquilidad. Cada paso que daba el asesino oscuro, eran cinco latidos de su corazón. No había una sola palabra por parte de los dos. El tabernero comenzó a reír a carcajadas, quizá por la adrenalina no podía sentir el dolor de haber perdido un brazo. Su risa retumbaba toda la posada hasta que el asesino asestó una estocada en el centro de su pecho. Ninfa pudo verlo de reojo, escondida tras sus propios brazos.
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Utopía Del Bosque I Eterlipsis
FantasyNadie sabe quien provocó el incendio del Etéreobosque de Brethlumen. Todo Evellir está confundido por las anomalías que ocurren en el sur, mientras en el Oeste, el rey Forgtten pretende controlar las masas. Evan, un niño criado en el bosque por un s...