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Tobio aquella mañana había despertado con el pecho apretado.

Miró al cachorro que dormía plácidamente entre las mantas en el suelo de su habitación antes de salir de ella. Necesitaba pensar algunas cosas, por lo que esa mañana no lo despertaría para ir a hacer el patrullaje.

—¿Y Shōyō? —Preguntó su madre mientras le servía una taza de café.

—Está muy cansado, dijo que hoy quería descansar un poco.

Se despidió de Kōshi y salió de la cabaña, siendo recibido por una ráfaga de viento que casi le hace caer. Buen inicio del día.

Cayó sobre sus cuatro patas y comenzó con el recorrido matutino. Caminó a paso tranquilo entre las pequeñas calles de la aldea, saludando a los integrantes de su manada con un movimiento de su lobuna cabeza; en un momento, Kiyoko se acercó a él con su cachorro en brazos y este le presionó suavemente la nariz a Kageyama, el bebé solo se rió. Tobio se fue de allí con una sensación extraña.

Tomó un desvío y se adentró en el bosque más de lo que debía, saliendo por completo de la ruta habitual, entrando a una que conocía muy bien.

—"Ven, Tobio. Este es uno de mis lugares favoritos de este bosque"

Le pareció ver la figura de su padre caminar frente a él y detrás le seguía un niño de cabello oscuro, bastante desconfiado de las acciones de aquel hombre.

Llegó a una explanada rodeada de árboles, Tobio siempre pensó que si se miraba desde lo más alto, ese lugar se vería como un agujero en el bosque.

—"Durante el otoño, aquí se juntas las hojas secas, y en primavera crecen muchas flores muy lindas, como esta de aquí, acércate".

Si los lobos pudiesen sonreir, una sonrisa es lo que se hubiese dibujado en el rostro del lobo, pues en ese recuerdo Daichi le había engañado diciéndole aquello para empujarlo sobre la cama de flores que había allí, logrando que su cuerpo completo se hundiera entre los pétalos de colores.

Esos recuerdos hacían que la culpa de Tobio aumentase. No entendía porqué las cosas tenían que haber sucedido de ese modo, ¿es que acaso no existía un modo en que todo lo que ocurrió ese día se hubiese evitado?

Quizás si ambos lobos hubieran escuchado a Kōshi sobre los cazadores que estaban cerca de la aldea aquel día...

Un ruido alteró sus sentidos, erizándole por completo la piel del lomo, saltó a un arbusto para esconderse.

Sus azules ojos rápidamente localizaron a un par de lobos rubios, una hembra y un macho, que llevaban arrastrando un trineo lleno de cosas para acampar. Ambos tenían un olor familiar para el alfa de Tobio, lo que lo hizo estar aún más alerta: El olor de Shōyō.

¿Quiénes eran esos lobos y por qué olían a las feromonas de su omega?

Los celos del alfa interno de Tobio estaban a flor de piel, dejándose llevar por ellos decidió seguir a esos intrusos que estaban paseando demasiado cerca de donde se asentaba su manada.

Por otro lado, el par de hermanos caminaban de manera tranquila, sintiendo como su patas se hundían de vez en cuando en la nieve, sin haberse dando cuenta aún de la presencia de un gran lobo siguiéndoles desde las sombras.

Un repentino ruido de una rama romperse les erizó el pelaje a ambos cambia-formas, dejaron de caminar de forma inmediata. Las orejas de Kei se movieron, intentando localizar de qué lugar del bosque provenía el sonido, qué tan lejos o qué tan cerca estaba de ellos. Hitoka pensaba que probablemente había sido un inocente animal como un conejo, por lo que se acercó a su hermano con la intención de calmarle un poco.

El cachorro que trajo el invierno [KageHina]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora