Capítulo 3

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LAS DOS CARAS DEL ALMA

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     La mañana del domingo se anunció con un día más soleado de lo normal. Zeynep se dirigía a la casa de Samira desde muy temprano, cumpliendo la palabra que le había dado y aprovechando que era su día libre.

     Llevaba una bolsa de pasteles de queso recién salidos del horno, que había comprado minutos antes. Notó, mientras caminaba, que el vecindario parecía solitario aquel día; casi no había personas en las calles, y el ruido era mínimo. Entonces, recordó que era muy temprano. Zeynep miró su reloj; apenas eran las ocho y media de la mañana y era fin de semana.

     Zeynep recordó cuidadosamente el recorrido de ayer, pues no deseaba perderse. Cuando visualizó las preciosas flores de la casa, supo que estaba por llegar e iba bien encaminada. Había un niño sentado en las escaleras de la casa de en frente; estaba ansioso, e inquieto. Usaba pantalones cortos holgados y una blusa verde desteñida. 

     A Zeynep le llamó la atención los lindos ojos que tenía

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     A Zeynep le llamó la atención los lindos ojos que tenía.

     Cuando notó que Zeynep se acercaba a él, la saludó amigablemente agitando su mano; y ella, sonriente, devolvió el saludo y un «buenos días». Entonces, llegando a la puerta de Samira, tocó el timbre y, mientras esperaba, escuchó la puerta de atrás abrirse.

     Giró la cabeza, curiosa, por saber quién saldría de aquella casa y para su sorpresa, apreció un rostro recientemente conocido, aunque inesperado.

     Mert era quien se encontraba debajo del marco de la puerta. Parecía recién levantado y lucía despeinado; usaba un suéter negro holgado encima del pijama azul oscuro y medias enfundaban sus pies. Sostenía una bolsa transparente que, al parecer, contenía golosinas. Al ver a Zeynep, se sorprendió también; sin embargo, ella evitó su mirada.

     Temía que pensara que de verdad lo estaba siguiendo. Así que, decidió ignorarlo. 

—¡Entonces, lo prometido es deuda! —dijo Mert extendiéndole la bolsa al niño, pero sin dejar de mirar hacia la chica.

—¡Gracias Mert, Gracias!

     Zeynep estaba escuchando e imaginando lo que sucedía detrás de ella. De vez en cuando, su curiosidad la obligaba a mirar de reojo hacia la escena.

     Y luego volvía a tocar el timbre de la mujer.

—¿Seguro que no quieres pasar? —preguntó Mert al pequeño.

—¡Mi mamá me dijo que no me tardara! —replicó con emoción.

     En medio del silencio que había surgido después que el niño se marchara, la muchacha sintió que la puerta continuaba abierta, pues no oyó la cerradura.

RAABTA [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora