Capítulo 6: "Una visita"

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Andoria observaba con asombro sus manos ensangrentadas, hacía años que se había privado de consumir esa sustancia roja y viscosa, que tanto adoraba.
Lamió sus colmillos y sintió la sublime sensación de saborearla nuevamente. Sin embargo a la vez, sintió un retortijón en su interior.
Ese sabor ella lo conocía.
Desplazó rápidamente su mirada, de sus manos hacia el rostro de Ayato.
El muchacho la miro con simpatía y luego decidió aclararle cada detalle de su reciente episodio de abstinencia.
—Esta sangre es... es de... —la muchacha tartamudeaba esperando a que Ayato terminara la oración.
—¿De Raito?—preguntó, casi para si mismo— si es de él.
Andoria volvió a pasar su lengua por sus colmillos.
—Escuché unos gritos que provenían de esta habitación, yo me encontraba en el jardín y sinceramente ignoraba que habías vuelto a la mansión. Caminé rápidamente hacia la casa. Cuando baje al sótano y entré a la habitación, te encontré prendida del cuello de mi hermano, —hizo una ligera pausa y rió por lo bajo—por supuesto no era una escena romántica, diría que fue una más sangrienta.
Andoria ensanchó la mirada, asombrada de lo que acababa de oír. Había mordido a Raito, lo había vuelto a hacer.
—Pero hubo algo que me sorprendió, —su expresión se hizo sombría —Raito, mientras absorbías su sangre, mantuvo una actitud tranquila y sumisa, no gritó ni gimió. A pesar de tus obsesivos intentos por matarlo, el no hizo nada, cerró los ojos y soportó con placer su propia agonía.
—Él... está bien?—preguntó Andoria con un grito desesperado.
—Si claro, bien... bien...—Ayato volvió a adoptar una expresión divertida— tal vez solo necesitaba un poco de dolor.
—Oh! No puede ser...
—Creo que fue inteligente de parte de Raito darte de tomar justo en el momento en que lo atacaste— volvió a reir— sería terrible que fueras por ahí destruyendo todo. Es más, ¿Cuándo fue la última vez que tomaste sangre que no fuera de uno de nosotros?...
Andoria se sintió culpable, pues era cierto. La sangre humana no le bastaba, eran sus primos quienes la habían alimentado una eternidad.
Para ella la sangre de cien humanos, equivalía a tan solo dos tercios de la sangre de un vampiro. Era difícil sobrevivir cuando necesitas tanto para hacerlo.
—Me voy…—la voz de Ayato la sacó de sus pensamientos— trata de descansar o quizás tomar una ducha.
Mírate, tienes una pinta espantosa.
Rió y desapareció por la puerta.
Andoria intentó dormir.

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Andoria se mantenía recostada sobre el colchón. Había intentado dormir pero se le hizo imposible; no obstante logró ducharse con las pocas fuerzas que le quedaban... Ayato había acertado al decir que su apariencia era espantosa.
Pasaron las horas y Andoria aun no tenía ganas de pararse. Pues aún intentaba asimilar su comportamiento anterior.
Las puertas de la habitación se abrieron sin aviso. No fue el escándalo lo que la alarmó, sino el mero movimiento.
Andoria tomó al instante la actitud de una persona dormida. Entrecerrando los ojos para ver a la persona que ingresaba al dormitorio.
Era Raito.
La muchacha sintió unas ganas enormes de correr hacia él y preguntarle si en verdad estaba bien, si estaba herido o si la odiaba por lo que le había hecho, pero no lo hizo.
Se quedó hechada, divisando cada movimiento del joven vampiro.
Raito entró a la habitación de forma silenciosa, llevaba puesto un atuendo que rara vez se lo veía traer. Lo envolvía un aterciopelado y negro abrigo que llevaba las solapas levantadas, tapando así su cuello y parte de su rostro—sus labios—.
Y parte de su cabellera iba escondida bajo un sombrero.
Caminó con determinación hacia el piano que se encontraba a pocos metros de la cama.
Se dejó caer con delicadeza en el suave asiento y colocó sus manos encima de las teclas, acostumbrándose así a la textura y el sentimiento.
Raito empezó a tocar, primero suave.
Dejando a la melodía inundar el ambiente y expresar su pesar.
Andoria disfrutó los recuerdos que la pieza le traía, había sido aquella canción la que tocaba Raito casi siempre que se encontraba triste.
La muchacha trató de levantarse, colocó sus desnudos pies sobre el frío suelo y se incorporó de inmediato.
Caminó con parsimonia hacia su amado y se sentó a su costado sobre el acolchado mueble frente al piano.
Andoria levantó sus brazos y los pasó con lentitud por el cuello del muchacho, bajando así las zolapas del abrigo y examinando sutilmente la piel que quedó a la vista. Para encontrar cualquier seña o marcas que delataran su reciente agresión.
Pero no había nada. Por supuesto, ya se había regenerado. Es fuerte y eso no lo dañaría tanto. Pero igual la culpa resurgía en su interior.
Raito paró de tocar. Andoria peinó con sus manos la cabellera del joven, haciendo así que su sombrero cayera al suelo.
El vampiro la miró con ternura y murmuró con una voz grave:
—Estoy bien
Se iban acercando poco a poco.
Andoria sentía como la emoción en ella iba creciendo, había vivido 12 años alejada de él.
Sus miradas estaban conectadas y en ambas era evidente el deseo de tenerse cerca.
La muchacha permanecía tranquila por fuera, pero inquieta por dentro.
Para ella eran tal vez los besos de Raito,aquello o lo único por lo que podía rogar.
La hacía sentir bien y tranquila. La paz había venido con él.
Sus labios estaban a punto de rozarse.
El dolor se hacía intenso por la espera.
Cuando una voz interrumpió el ambiente.
Raito y Andoria cerraron los ojos en un acto de lamento, con la esperanza de que el inoportuno joven que se encontraba en la puerta desapareciera. Pero no fue así.
Raito respondió el llamado.
—¿Quien es?—dijo.
—Soy yo, Ayato— respondió el joven tras la puerta.
—¿Que paso?—preguntó Andoria.
—Alguien vino, —dijo con tranquilidad— está ahora en la puerta.
Andoria ensanchó la mirada y sonrió.
Pues sabía quien era.

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°Sele-chan°

Drink from me -SakamakiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora