𝐅𝐢𝐞𝐛𝐫𝐞

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"...Alguien a quien le importas

no se preocupa por ti,

se ocupa de ti..."


Unos días más tarde desperté sintiendo un terrible dolor en todo el cuerpo y la cabeza.

Tenía la vista borrosa y parecía que me estuvieran arrancando la piel a tiras. No podía siquiera levantarme de la cama ni dejar de toser, como si en cualquier momento fuese a escupir los pulmones. Como pude, agarré el teléfono y llamé al Padre Beomgyu.

Eran las ocho de la mañana, sabía que él ya estaría despierto recogiendo el desastre que había seguramente en el exterior.

Después de dos tonos me cogió el teléfono.

—Beomgyu hoy no podré ir, no me encuentro bien— Dije con una voz que sonaba de ultratumba.

—¿Qué pasa?, ¿has bebido anoche?— interrogó.

—Noooo, me fui a dormir temprano porque ya no me encontraba bien, pero hoy me desperté aún peor— Solté con voz ronca y adormilada.

—¿Qué síntomas tienes?— preguntó.

—Me duele todo el cuerpo, la cabeza me va a explotar, estoy mareado y casi no me puedo ni mantener en pie—. Afirmé cansado.

—Tranquilo, voy a verte con un médico, estaré allí en lo que tarde en encontrarlo y llevarlo, ¿está bien?— cuestionó.

—Dejaré la puerta de entrada abierta así puedes pasar directamente— Dije.

—Perfecto, nos vemos en un rato— Y colgó.

Una hora más tarde pude ver su silueta borrosa junto con alguien más entrar a mi habitación. No tenía muy claro si estaba del todo consciente, porque me costaba pensar y expresarme con claridad. Se acercó a mí y puso su mano en mi frente.

—Yeonjun estás ardiendo...— arrugó el ceño preocupado.

El doctor me revisó con calma, poniéndome el termómetro, escuchando mis latidos y la respiración. Vi como salían ambos fuera para hablar y supongo que darle las indicaciones de lo que tenía que tomar para recuperarme.

Tras escuchar la puerta principal cerrarse, él se sentó tranquilamente a un lado de mi cama.

—Yeonjun tienes neumonía, necesitas antibióticos y reposo durante al menos tres días—

—Joder— fue lo único que pude decir.

Sin quererlo, quizá por el malestar que sentía o por la enorme soledad que me invadió, una lágrima solitaria se deslizó por mi mejilla.

—Tienes que seguir rigurosamente el horario exacto de la medicación, comer cosas calientes, controlar la fiebre y hacer mucho reposo, ¿hay alguien que pueda venir a ocuparse de ti, algún amigo o familiar?— preguntó.

Negué con la cabeza.

—No te preocupes, me las arreglaré— solté.

—¡De eso nada!, haremos una pequeña maleta con tus cosas y te vienes conmigo, yo te cuidaré— Ordenó.

Una enorme calidez me atravesó el corazón, pero no supe qué decir. No quería sentir lo que precisamente en ese momento estaba sintiendo.

—No tienes por qué hacerlo, siempre he estado solo— insistí.

—Pero ya no lo estás— afirmó con una enorme sonrisa.

Era una simple frase, pero en mi interior fue inevitable que eso tomara el color de una especie de promesa.

𝐄𝐥 𝐩𝐞𝐜𝐚𝐝𝐨 - 𝐘𝐞𝐨𝐧𝐆𝐲𝐮Donde viven las historias. Descúbrelo ahora