Capítulo 2: Absorbiendo momentos

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Ima estaba en la azotea de su edificio, esperando paciente la lluvia de estrellas. Había alguna que otra nube ocasional, pero gran parte del cielo estaba despejado.

Kaori había quedado con su futura pareja. Por mucho que lo negase, Ima estaba cien por cien convencida de que ella y Ryosuke acabarían juntos. La pareja iba a ir a cenar y ver la lluvia de estrellas. En su caso, Ima se había quedado en casa. Teniendo en cuenta que todo el mundo aseguraba que la lluvia de estrellas iba a ser visible desde cualquier punto de la ciudad, Ima no le veía el sentido y la gracia al ir a la montaña para disfrutar del "espectáculo".

Kaori fue la primera en ducharse, pues era la que tenía más prisa. Ima aprovechó el momento para inspeccionar la cámara con más detalle. Tenía alguna rascadura, pero por lo demás se mantenía en buen estado. Trató de abrir el compartimento del papel fotográfico, pero no había manera. No encontraba el botón. Empezó a sentirse decepcionada y hasta cierto punto agradeció que la señora no le hubiese cobrado algo por aquel pisapapeles en forma de Polaroid. Meneó la cámara cerca de su oreja, pero se vio a sí misma hacerlo y paró de inmediato. Pensó en disparar una fotografía, pero no se la quería jugar. No sabía cuanto papel había dentro de la cámara, ni siquiera sabía si tendría papel. Al final lo dejó estar.

Kaori salió de la ducha, se vistió y le preguntó a Ima si quería ir con ellos, a lo que esta se negó. Se despidieron e Ima se duchó. Después, aprovechó para cenar algo. Fue una cena ligera. Los snacks de la playa, los fideos y la carne del mediodía todavía le pesaban en el estómago, así que optó por una ensalada de salmón fresco. Nada más terminar de cenar, cogió la Polaroid y se subió a la azotea.

No quitaba la vista del cielo. Para su sorpresa, estaba ansiosa, impaciente, sensaciones que fueron sustituidas de forma fugaz por una melancolía y tristeza familiar. Estaba sola. En aquella azotea estaba sola. Eran sentimientos un tanto hipócritas, pues Kaori le había ofrecido ir con ella, pero Ima, empujada por el orgullo y la soledad autoimpuesta, se había negado a ir. Además, detestaba ser la amiga acompañante, la tercera en discordia.

Sujetaba la polaroid con fuerza.

Una estrella fugaz cruzó el cielo, y luego otra, y otra. En pocos segundos, el cielo se llenó de estrellas fugaces. Caían sin resistencia, con un brillante y explosivo color naranja y amarillo. El pulso de Ima se detuvo por un instante. Se quedó quieta, sobrecogida por el océano de estrellas que descendía a la Tierra. Aquello era lo más hermoso que había visto en su vida. Miles de estrellas naranjas, amarillas y rojas se mezclaban con el suave cielo oscuro de la noche.

Sin ser consciente de su cuerpo, Ima levantó la cámara poco a poco. Por un momento, olvidó la posibilidad de que la cámara no tuviera papel fotográfico o no funcionara. Aun así, apuntó y disparó. Lo que pasó a continuación fue... peculiar.

El tiempo se detuvo por un minúsculo instante. Ima sintió como todo se detenía a su alrededor y poco a poco sintió como su mente se despejaba, alejando todas las emociones del día y centrándose en las de aquel preciso momento. Una mezcla de melancolía, nervios y asombro. Todo aquello, flotando en el centro de su mente, como un globo solitario. Explotó y de alguna manera aquellos sentimientos se escurrieron a la cámara.

Todo volvió a la normalidad. Ima tenía la cámara entre las manos y miraba por el visor. Todo su cuerpo se sacudió, como si sus órganos hubiesen intentado escapar de la barrera de la piel y la carne, con un corto pero intenso empujón. Su mente recobraba poco a poco el sentido. Poco a poco el embotamiento sorpresivo iba desapareciendo. Era como si le hubieran aspirado los sesos para acto seguido devolvérselos.

Ima bajó la cámara, aun aturdida y alzó la vista, la lluvia de estrellas se estaba acabando. Todos los cuerpos estelares explotaron en el cielo, desintegrándose por completo. Por instinto, Ima trató de hacer otra fotografía, pero no se atrevió. No después de lo que había sucedido. Miró hacia la cámara, todavía en su mano. Había escupido por fin la fotografía. La cogió, temerosa y nerviosa y le echó un vistazo.

Un aluvión de energía proveniente de la foto, que ya había cogido todo el color de la impresión, le alcanzó. La piel se le erizó. Las pupilas se le dilataron. De nuevo aquel globo de melancolía, nervios y asombro ocupaba su mente, pero en esa ocasión ocupaba todo el espacio disponible. Para buscar otra comparación aún más acertada, fue como si un tsunami de emociones se generara en su cabeza, chocando contra las paredes de su mente una y otra vez con toda la fuerza de la naturaleza.

Ima soltó súbitamente la fotografía, que cayó al suelo.

<<¿Qué acaba de pasar?>> Pensó Ima, mirando estupefacta la foto en el suelo.

Hiperventilaba, le temblaba la mano y tenía el corazón desbocado. Cuando trató de agacharse se mareó, así que optó por sentarse en el suelo hasta recobrar la compostura. Era la primera vez que le ocurría algo así y eso que llevaba años haciendo fotos. ¿Sería cosa de la cámara o de la lluvia de estrellas?

Una vez recuperada del shock, Ima recogió la foto del suelo y volvió al piso. Allí, dejo la cámara y la foto sobre el kotatsu y se sentó. Los observó sin despegar la vista de ellos, tratando de adivinar y descubrir que diablos había pasado. No se le ocurría nada. Quizá su mente estuviera jugando con ella. 

A pesar de estar de vacaciones, seguramente la agencia de talentos le llamaría para cubrir algún evento o hacer alguna sesión de fotos. Era lo normal, sobre todo porque en verano era cuando la agencia solía mover más a sus integrantes y ya se lo habían hecho en más de una ocasión. Ya estaba acostumbrada y en más de una ocasión, antes de entrar en la agencia, le habían advertido de este tipo de prácticas. En el restaurante le habían dado vacaciones, así que tener que estar pendiente del teléfono o del correo electrónico por si surgía algún trabajo de última hora la fastidiaba, pero en aquel momento optó por ignorar aquellas preocupaciones y centrarse en lo que había sucedido.

A lo mejor debería probar a usar la cámara otra vez y así confirmar que no había sido imaginación suya. Estiró su mano, dispuesta a cogerla, pero la retiró. A pesar de no saber qué había ocurrido, la sensación, aún presente en su interior, le gustaba. Todas esas sensaciones y emociones mezcladas, disparadas de golpe en su mente como fuegos artificiales. Como una tormenta tropical que aparece de la nada. Era revitalizante, por mucho que algunas de esas emociones fueran apacibles, algunas, incluso, taciturnas.

Decidió que volvería a probar la cámara, pero en otro momento, en otro lugar. Quizá si sacaba una foto en otro sitio, la sensación sería distinta. Pensó en lugares que podrían servir para su nuevo experimento y pensó en volver a la playa, pero debía probar en más sitios y en situaciones diferentes para así comprobar realmente si aquel suceso estaba relacionado con la cámara. Sacó su móvil y en la app de notas hizo una lista donde apuntó todos los sitios que le vinieron a la mente: la playa, la montaña, la torre de Osaka, un restaurante, un parque de atracciones.

Al acabar, Ima cogió la cámara y la fotografía, se dirigió a su cuarto y las puso encima de la pequeña mesita de noche al lado de su futon. Se desvistió, se puso el pijama y se fue a dormir, ansiosa por empezar su experimento.

Entre dos realidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora