El gato no desviaba la mirada.
—Imposible —dijo Ima al acercarse.
No tuvieron que fijarse mucho para darse cuenta de que aquel gato era el mismo que el de la tienda de antigüedades.
—Eso es buena señal.
—O todo lo contrario —replicó Ima.
El gato soltó un maullido, que fue contestado por muchos otros, provenientes del bosque. De entre los árboles empezaron a salir decenas de gatos negros. Todos marchaban hacia la fábrica, como una procesión. Una marea negra salida de la nada. El gato de la entrada los dirigió hacia el interior del edificio principal. Ima y Ryu se miraron, extrañados, pero no tenían más opción que seguir a toda la camada de gatos.
El edifico era bastante grande, con paredes de cemento gris desconchadas y las ventanas cubiertas por una persiana de polvo. Algunas partes del suelo estaban levantadas. La naturaleza, siempre inmutable, se abría camino a través del tiempo y el abandono. Enredaderas retorcidas cubrían parte de la fachada del edificio o pequeños charcos de hierba brotaban de suelo. La puerta corredera de cristal de la entrada estaba abierta de par en par, invitando a la pareja y a las decenas de gatos a entrar.
Ima y Ryu siguieron la columna negra de gatos hasta el interior. La recepción estaba desértica, a excepción del mostrador curvo, de los asientos de cuero situados a la derecha, raídos y llenos de polvo, y las plantas oscurecidas, decaídas y sin vida. El cartel de polaroid, colgado en la pared justo detrás del mueble, estaba descolorido y algunas de ellas se habían caído.
La pareja continuó adentrándose en la fábrica. Pasaron a un pabellón enorme, con el techo alto y vigas de metal. Partes del techo se habían caído, lo que permitía que la escasa luz del sol que llegaba de entre las nubes iluminara todo el pabellón. Era una cadena de montaje, destartalada y oxidada, o al menos eso parecía. Ninguno de los dos fue capaz de descubrir y adivinar que función cumplía hasta que, más adelante, se toparon con una montaña de polaroids desgastadas y mal trechas.
—Aquí debe ser donde construían los cuerpos —señaló Ryu.
Ima se quedó callada. El ambiente estaba tan enrarecido que se pegó a Ryu, algo asustada. El silencio se colaba por todos los rincones de la fábrica y solo era interrumpido, de vez en cuando, por el batir de las alas de alguna paloma despistada y solitaria.
El gato que lideraba la marcha se dirigió a una puerta doble situada al fondo del pabellón. Se levantó sobre sus cuartos traseros y la abrió sin ningún esfuerzo. Más allá, un pasillo totalmente vació conducía a otra puerta. En aquel caso, el gato se sentó justo enfrente, a esperar. El resto de gatos se situaron a los laterales del pasillo, en fila, dejando paso a Ryu e Ima. Una vez en la puerta, el gato líder hizo un gesto con la cabeza, señalándola. Con recelo, Ryu abrió la puerta, que soltó un chirrido estridente.
Daba a una zona abierta, redonda, que quedaba justo en el centro de la fábrica. En mitad del patio, había una puerta de madera blanca, destartalada. Parecía estar a punto de venirse abajo. Una fina capa de agua cubría todo el suelo. Ima y Ryu se quedaron allí plantados, atónitos. Sin darse cuenta, entraron todos los gatos, que se dispusieron en círculo alrededor del perímetro del patio, menos el gato de la tienda de antigüedades, que se colocó justo al lado de la puerta blanca.
—Esto cada vez es más raro —dijo Ima, sacando a la palestra lo que los dos pensaban.
—Ya lo era desde un principio.
Se encaminaron hacia la puerta y el gato. El chapoteo de sus pies al caminar era suave, delicado y elegante. Había algo oculto, pero apacible en él, que les ayudó a relajarse. Cuando llegaron a la puerta, el gato ¿les hizo una reverencia?
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Entre dos realidades
RomanceIma Otsuka, una chica japonesa aparentemente normal, que trabaja como fotógrafa en una agencia de talentos, descubrirá que su pasión por la fotografía esconde más de lo que parece, hasta el punto de poner en peligro su realidad.