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Julio 2013.

Me duele el pecho, me duelen las piernas. Me arde y me sangra el cuerpo junto con el corazón. Siento mis piernas flojas, no puedo continuar pero debo hacerlo porque ellos vienen por mi, los escucho, los veo, están en la oscuridad, en cualquier parte, en cualquier lugar. 

El sonido del agua corriendo se hizo presente en mis oídos ¿lo del río era cierto? 

Debía llegar allí pero no tenía fuerzas para continuar, no puedo seguir avanzando, voy a morirme en sus manos o de agonía. Escucho sus voces que gritan mi nombre, me van a llevar.

Una mano tapó mi boca y con la otra sentí como sujetaron mi cuerpo, me estremecí y ahogué un grito. 

—Quédate quieta, los que te siguen están a pocos metros.

No podía respirar por causa de la mano de aquel hombre sobre mi boca y nariz.

—Te juro que no te voy a hacer nada, quédate tranquila, si no te escuchan enseguida se van a ir.

Asentí con la cabeza como pude y aquel extraño retiró su mano de mi boca, su brazo derecho sostiene con fuerza mi débil cuerpo.

—Pequeña María, sal. Sal porque si me haces enojar tendré que matarte ¿y no quieres morir verdad?

Me prohibí respirar, me prohibí moverme un centímetro. Es tanto el miedo que aquellos hombres me provocan que prefiero quedarme aferrada al desconocido. 

—Niña, no te haremos daño, ven —la voz de otro hombre se hizo presente.

—Agáchate y apóyate contra el árbol —me indicó el desconocido entre susurros y obedecí.

Los segundos parecían horas, los minutos eran siglos, el desconocido me había soltado. Me incorporé con la poca fuerza que me quedaba.

—No hay nadie —ni siquiera puedo ver el rostro de quien me habla —Te llevo a tu casa.

—No —hablé en un susurró. —Te lo pido por favor, a mi casa no.

—¿Estás sangrando? —acercó su mano a mi cara pero no me tocó.

—El río, déjame ir al río.

—¿Alguien te espera allí?

—Solo... solo déjame ir al río.

—¿Cómo te llamas? ¿Eres María?

Intenté tomar el brazo del chico pero fue en vano porque todo comenzó a ser más y más oscuro.

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Al abrir mis ojos un terrible dolor fue el que se apoderó de todo mi cuerpo. ¿Qué me había pasado? ¿Cómo llegué hasta aquí? Abrí más mis ojos aunque me dolía demasiado hacer el mínimo esfuerzo, unas paredes azules desconocidas se posaron ante mi. Mi respiración comenzó a fallar, en mi se posaba el miedo, como de costumbre. Aquellos hombres, esos asquerosos hombres lo habían logrado, me habían secuestrado.

Grito del miedo e intento levantarme rápido de la cama, todo era en vano, comenzaba a marearme.

—Tranquila, tranquila. —Un hombre entró a la habitación.

—¿Quién eres? ¿Qué me hiciste? ¿Por qué me trajiste hasta aquí? .

—Tranquila —levantó sus manos— Soy el chico de anoche, ¿lo recuerdas?

Anoche.

—Solo te traje aquí para curarte, anoche te desmayaste y estabas sangrando muchísimo. Me dijiste que no querías ir a tu casa, entonces te traje a la mía.

Vienen por mí (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora