VIII (0.5)

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14 de Noviembre de 2013.

—Buenas noches, Pablo Lomburd. ¿Guido Ferraro verdad? 

Guido asintió y se levantó de su asiento. Tenía a ese hombre a centímetros de él.

—Buenas noches, si soy yo. 

—Disculpa, vinimos lo más rápido que pudimos. Ella es mi esposa Analía Ramos.

La mamá de Alex, pensó Guido. Luce en sus cinco sentidos.

—Mucho gusto —la saluda estrechando su mano.

—¿Qué medico esta atendiendo a mi hija?

—El doctor Joan Fuell.

—Vendré en un momento. 

El famoso presidente de la nación se retiro y su pobre mujer tomo asiento y le pidió a Guido con un leve gesto que se sentara a su lado.

—Gracias por haber venido. Pablo estaba muy preocupado hace meses que no sabíamos nada de ella. ¿Eres su novio verdad? 

—Soy su ex novio.

Analía asintió. 

—Se nota que la quieres, no cualquier hombre estaría acá. 

Guido volvía a asentir, se sentía muy intranquilo, incluso en peligro.

—Yo ya debería volver a mi casa, mis hermanos deben estar preocupados.

—Espera un momento, no me gusta quedarme sola, solo espera a que mi marido regrese.

Aquellas palabras le recordaron a Alex. "No me gusta quedarme sola"

¿Qué estará haciendo Alex ahora? ¿Estaría preocupada por él? ¿Qué le estarían diciendo sus hermanos? 

Las preguntas invadían la mente de Guido. 

—Debes pensar como una mujer no puede quedarse sola.

—No se preocupe, es muy tarde y creo que cualquiera puede reconocerla. Me quedaré con usted hasta que venga su marido.

Analía suspiró. 

—¿Sabes por que lo hizo?

—No, no lo sé —mintió. —Cuando llegué estaba muy borracha y las pastillas estaban tiradas por toda la cama.

—Uno de mis hijos se suicidó, quise morirme con él. No resistiría que a Nicole le pase lo mismo.

El hermano de Alex, Guido lo recordó, recordó cada cosa que Alex le contaba sobre él. 

—¿Era su único hijo?

—No, no. Tengo una hija, que.... Mi hija está secuestrada. 

El alma de Guido se congeló ante aquellas palabras.

—Hace muchos años que no veo a mi hija, realmente deseo encontrarme con ella. Una sorpresa se convirtió en una catástrofe. 

—¿Cómo se llama su hija?

—María.

—Tiene 18 años. Creo y deseo que aún los tenga. 

Guido se retorció en su asiento, con mucha culpa. 

—Analía —la voz de Pablo llenó la sala de estar. —Por favor, lleva la documentación de nuestra hija.

Nuestra hija, que asco. 

—Guido, permíteme llevarte a tu hogar...

—No —contestó con rapidez. —No se moleste, quédese aquí. 

—Quiero hablar algunas cosas contigo. 

Guido mordió su lengua y se despidió de Analía, no se parecía en nada a su hija. 

El auto estaba estacionado frente a la entrada del hospital, una vez el seguro quitado, ambos se subieron al auto.

—Pon la dirección en el GPS. 

Guido obedeció sin decir nada, al auto comenzó su recorrido.

—Es bueno que mi hija tenga un amigo como tu.

Guido cerró levemente sus ojos.

—Debes entender que si esto se sabe puede ser un escándalo. Mi familia tanto como yo, no podemos tener escándalos. 

—No tiene que decirlo, seré discreto.

—Muy bien, nos vamos entendiendo. ¿Con quienes vives?

—Con mis hermanos. 

—¿Ellos saben que estabas en el hospital?

—No, y no lo sabrán tampoco.

—Tu silencio será bien recompensado.

—No necesito ninguna recompensa por mi silencio.

—No solo tu silencio, sino por cuidar a mi hija. Espero que sigas a su lado.

—Su hija y yo, ya no tenemos ninguna relación. 

—Entonces espero que retomen su relación pronto, una vez que Nicole salga de su rehabilitación espero que estés a su lado para acompañarla.

—No podré cumplir su petición, estoy comprometido con alguien más.

El auto frenó en la esquina, esquina que Guido había marcado en el GPS.

—Gracias por traerme, que tenga buenas noches.

—Mi hija no se rendiera tan fácil contigo, y yo apoyaré su decisión.

Guido se bajó del auto, sin decir más y con un portazo.

Maldita sea la hora en la que decidí salir. Maldita sea, maldita sea, se reprocho a si mismo.

Ahora ese repugnante hombre conocía su hogar, sabía donde podía encontrarlo.

¿Y qué tal si la encontraban? ¿Y si ese maldito se la arrancaba de sus brazos?

—Mierda —susurra al notar que el auto aún sigue en la esquina. 

Entra a la casa con delicadeza, todo estaba apagado.

¿Estaría Alex durmiendo? 

Camina hacia el baño y escucha el ruido de la ducha, decide ir a la cocina a lavar sus manos y su cara. 

Se dirige hacia su habitación y cambia su ropa. 

Solo quería verla, solo deseaba eso.

No podía aguantar todo lo que tenía dentro, no resistiría vivir con que el "que hubiera pasado si". Decidido sale de su habitación y entra sin permiso a la habitación de Alex. 

Frota sus ojos y nota el leve temblor de sus manos, la adrenalina se despedía de su cuerpo y le daba lugar al miedo.

Al miedo y a la culpa.

Se sienta en su cama y la espera.

El silencio le permitió escuchar como la puerta del baño se abría y luego escucha unos pasos.

Allí estaba ella. 

—No te asustes —le susurra, su cara era de espanto.

Guido no sabía donde empezar. Tiene tanto que decir, espera poder tener el tiempo para hablar. 

Nada indicaba que hablará ahora pero algún día tendría que hacerlo. 

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Vienen por mí (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora