1. Autocontrol

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El bosque era oscuro, frío y extenso, los bosques eran así en Sokovia. La nieve caía con gracia, no era una tormenta y ni tampoco era catastrófico diluvio blanco, no eran más que simples caricias de minúsculos copos de nieve que terminaban en los pinos, en el suelo y en el techo de una hermosa cabaña que mantenía su chimenea bien encendida. Aquella cabaña no era enorme, pero tampoco era pequeña, sino más bien una hermosa cabaña mediana que mantenía el ambiente calentito e íntimo. La sala, con sus tapices de pieles, con la chimenea flamante y en una pequeña mesa dos tazas de olvidado sobrante de chocolate ya por completo frío, era lo que se observaba en aquella noche decembrina en la cabaña de Helmut Zemo.

Con aquella brisa que congelaba narices, y con aquella negrura en el cielo sokoviano, se espera que toda persona esté tranquilamente envuelta en muchas cobijas y durmiendo con tranquilidad, disfrutando de las delicias del invierno congelante. Pero así como allá afuera había algunos lobos despiertos y lechuzas acechado a algún pequeño ratón, así también Helmut Zemo estaba despierto; envuelto en sus cobijas, jamás; acostado abrazado de su durmiente novio, jamás; tranquilo y en paz, jamás. Helmut Zemo estaba encerrado en el baño, estaba dentro de la bañera por completo desnudo, inundado hasta el cuello de agua helada. Sus mejillas estaban rojas al igual que su nariz y labios, sus ojos lagrimeaban y sus uñas se aferraban a su piel con recelo enterrándose en la sensible piel que comenzaba a sangrar. Su cuerpo no sentía nada, el agua helada lo mantenía dormido, pero aún así, lo que sentía por dentro no se podía ir con nada.

-Asqueroso...Eres asqueroso-susurró con rabia y repudio en su voz, mientras sus uñas se enterraban sin amabilidad.

Se aferró a sus piernas y lloró en silencio, trató de respirar profundo y que los malos recuerdos no llegarán a su memoria, pero le fue imposible. Cada vez que sentía su interior retorcerse, arder y cada vez que sentía su entrada completamente mojada y necesitada, los recuerdos venían por sí solos. Indeseadas memorias de una mujer de ojos inyectados en rabia, de manos que él veía enormes golpeándolo hasta que su espalda sangraba; recuerdos que lo cansaban de tan sólo pensarlos.

-No, por favor. No quiero...No quiero esto-sus lágrimas se disimulaban en el agua helada.

El baño estaba completamente frío e infestado de un picoso y potente perfume a cerezas y lavanda. Helmut se contenía, trataba de controlar la biología, de tener autocontrol. Pero por más que resistiera, por más que se bañaba en agua fría, simplemente no podía ir en contra de su naturaleza omega. De su asquerosa naturaleza omega.

"Omega asqueroso. Estás destinado a ser una jodida prostituta."

Aquellas palabras provenientes de su abuela eran hirientes, además de los golpes que le proporcionaba cuando sus celos llegaron, la mujer lo ofendía verbalmente y lo encerraba en el sótano. Su vieja abuela, Henrietta Zemo, era una beta que sentía asco por los omegas. Vaya broma del destino, su único hijo Heinrich Zemo, fue un alfa que le dio por nieto a un omega. Cuando los padres de Helmut murieron en una tormenta de nieve, Henrietta se quedó con Helmut. Desde entonces su vida fue una pesadilla. Empeoró cuando se presentó como un omega cuando tenía catorce años.

-Helmut, Dulzura...¿Todo bien?-Bucky tocó a la puerta del baño. Se había despertado al no sentir a Helmut a su lado.

Helmut levantó la cabeza con rapidez, mientras todas las imágenes en su cabeza se iban borrando al escuchar la voz de aquel dulce alfa.

-Si, estoy bien-mintió con descaro.

Bucky frunció el ceño. Era evidente que su novio no estaba bien. James se acercó más a la puerta y pegó su rostro a la fría madera, concentró su olfato y pudo detectar la esencia del omega; su lobo se removió extasiado al oler a un omega en celo.

Omegacember [WinterBaron]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora