2. Voz

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El aire estaba envuelto en un rico aroma a vainilla y canela, y no precisamente era la esencia de algún omega, sino así bien la dulce fragancia para después del baño de la pequeña Heike. Con su corta melena almendrada de rizos definidos, cada vez que giraba su cabeza para ver qué era lo que su padre hacía, el rico y tierno aroma salía. Se metía un trozo de su toalla a la boca, soltando balbuceos y en pocas ocasiones se entendía un “papá” que era contestado por su padre. El adulto de ojos color cielo terminó de poner cambios de ropa, pañales, toallas húmedas y la fórmula de la pequeña niña para salir de picnic. Bucky había hecho un simple sándwich para él.

—Vámonos, enana. Vamos con papi—Bucky tomó entre sus brazos a su hija junto con la pañalera.

Al estar fuera de la casa, el alfa se dirigió a su coche, donde puso en su silla a su hija y finalmente se introdujo al lugar del piloto. Manejó un par de minutos hasta que finalmente llegó al lugar. Cuando estuvo cerca de donde debía bajar, tomó sus cosas y a Heike para bajar del coche. La niña se removió con una sonrisilla entre los brazos de su padre, mientras éste trataba de ponerle un pequeño y bonito sombrero para cubrirla del sol que había en ese lugar. Caminó solo un poco, hasta que estuvo en el lugar; aún le costaba estar ahí, así que aún se tomaba un par de segundos para respirar profundo, siempre tratando de buscar un olor.

—Hola, Dulzura—James sonrió, observando con melancolía el nombre de su esposo.

James colocó una pequeña manta y sentó a su hija, mientras le entregaba un par de juguetes para que estuviera entretenida. Bucky se sentó de frente, abrazó sus piernas y observó por un largo momento la lápida de su omega.

—Heike aún no quiere caminar, le da algo de miedo, pero ya me dice “papá.” Está hablando mucho, balbucea mucho—le regaló una sonrisa a la lápida gris.

James soltó un suspiro y observó sus pies. Algo dentro de él sentía que Helmut estaba decepcionado de él. Decepcionado de saber que su alfa había abandonado a su cachorra en sus primeros meses de vida porque, para decir verdad, había algo de resentimiento y rechazo por esa bebé.

—Perdón…Yo en verdad lo siento—James apretó su quijada, sintiendo vergüenza de sus actos.

Giró su cabeza y observó a esa hermosa niña, con su hechizante sonrisa, con los lunares bonitos en sus gordas mejillas y aquella sonrisa con apenas dos dientecitos. ¿Cómo pudo sentir rechazo por su cachorra?

En aquel entonces James no pensó con claridad, y no entendía por qué, había esperado a esa cachorra con tanto anhelo y esperanza, deseoso de abrazarla y besarle su pequeña cabeza, que no entendía porque no lo hizo. La respuesta era sencilla, la cachorra creció fuerte y nutrida, pero el omega que le daba toda esa vitalidad, perdía la suya con cada mes de embarazo que pasaba. Helmut siempre decía que estaba bien, y lucía como tal, un omega embarazado bastante saludable, pero el problema estaba en su interior. Cuando llegó el día de dar a luz, Helmut decidió dar a luz naturalmente. Se le advirtió que era peligroso, pero Zemo dijo que era fuerte. Cuando la sangre no se detenía, sacaron a James de la sala. Bucky caminaba desesperado en los pasillos, preocupado por su omega y cachorra.

Heike había nacido, una saludable niña de tres kilos. Lloraba fuerte, señal de que sus pulmones estaban sanos. James sonrió con lágrimas al escuchar el llanto de su cachorra, pero no lo dejaron entrar. Helmut había perdido demasiada sangre en el parto, estaba débil y simplemente no quiso luchar. Cansado, pero con la imagen de su preciosa hija en mente, Helmut Zemo falleció.

James lloró, su marca ardió como el infierno y su corazón se hizo trizas. No soportaba la idea de no tener a su omega, a su esposo; el dolor lo carcomía. Así que cuando le entregaron envuelta en cobijas a su hija, James la culpó de la muerte de su omega, sintió rechazo por esa criatura que había matado a su Helmut, así que se la dio a la madre de Zemo. Bucky había abandonado a su hija y se había entregado a los brazos del alcoholismo y del interminable llanto. Ni siquiera fue al entierro de su omega, su corazón dolía tanto que la sola idea de ver a su precioso omega en una caja de madera, lo hería más. James se encerró en su casa, abrazado a las prendas de su omega que aún despedían su rico aroma a cerezas.

En una noche de llanto, James hurgó el guardarropa, quería toda la ropa de su omega consigo, envolverse en ella con la esperanza de no despertar jamás. Pero entonces encontró un teléfono, no era el teléfono de su omega, era distinto. En el suelo lleno de ropa, Bucky vio el contenido del teléfono. Pronto se dio cuenta de las variadas grabaciones que había, así que reprodujo la primera. Su estado de alcoholismo disminuyó y su corazón se sintió calentito, sus mejillas se humedecieron y sus oídos extrañaron; era la voz de su Helmut. James lloró y abrazó el teléfono a su pecho, escuchando lo que su omega decía con tanto cariño. Entonces James se sintió culpable, terriblemente culpable.

“Quiero que cuides de Heike muy bien, Jamie. Tal vez yo no pueda estar con ustedes, pero tu si estarás para nuestra cachorra. Se que no puedes ni memorizar cuando te tienes que bañar, tonto ja ja ja…Así que haré grabaciones recordándote lo que necesitas hacer para que nuestra niña esté bien…Vas a estar bien, James. Cuida mucho de Heike y cuídate mucho a ti…Te amo.”

James lloró, se maldijo por sus horribles pensamientos a su cachorra y pidió perdón a su omega. Habían pasado dos meses y él no había visto a Heike, por más fotografías y llamadas que le hiciera Hilda, James las ignoraba todas. Se sentía muy culpable, un horrible padre que abandonó su sangre por algo que no era su culpa. Escuchó todos los audios y su culpa creció más. La voz de su dulce Helmut lo calmaba, lo hacía sentir menos dolor, pero la culpa aparecía. Desde aquella noche Bucky decidió dejar el alcohol, se tomó un tiempo para estar limpio. Ordenó la habitación de su bebé que en su entonces había destruido. Con culpa y un rostro arrepentido, se arrodilló a los pies de la madre de su fallecido omega y rogó por su perdón, pidiendo con lágrimas le dejara ver a su niña. Hilda le entregó a Heike ese mismo día.

—Papa—Heike balbuceaba, mientras observaba con una corta sonrisa a su padre.

—Hey, Princesa—James limpió sus lágrimas y tomó a su hija para ponerla en su regazo. —Hora de comer, cariño.

Le dio su mamila, Heike ya la sostenía por sí sola, era una niña grande. James le sonrió con cariño y la pequeña veía con sus grandes ojos cafés con mucho amor a su padre.

—Tienes los mismos ojos que papi…Te amo mucho, mi niña—James le besó la frente.

Sacó su teléfono y puso un audio.

“Recuerda, después de darle la fórmula, necesitas sacarle los gases. Ponla en tu hombro y dale unos golpecitos en la espalda. Que sean suaves, torpe. Así no le dolerá la panza después de la leche. Cuídala muy bien, Jamie. Te amo, Heike. Te amo, Jamie.”

—Te amo, Helm—observó la lápida con el nombre de su omega.

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En el capítulo de hoy, este Zemo y este Bucky

En el capítulo de hoy, este Zemo y este Bucky

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Omegacember [WinterBaron]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora