LA HIJA DE LA NOVIA

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Argumento:
El padre de Harry Styles estaba a punto de contraer matrimonio con la
madre de Tamsin, lo que tenía a esta última realmente abatida. Desde la
adolescencia, la joven había estado obsesionada por Harry, deslumbrada
por el glamour de este rico playboy. Pero él siempre la había tratado como si fuese una niña y, de hecho, aún seguía haciéndolo. Por eso, ella no podría soportar que se acercaran juntos al altar, ni siquiera como padrino y madrina en la boda de sus padres...

Capítulo 1👰
—¡No puedo Creerlo! ¡Está pensando en venir a la boda!
—¿Tu padre está dispuesto a venirse desde Sydney para asistir a la boda de tu madre con otro hombre?
El chico rubio lanzó una rápida mirada a la esbelta muchacha que estaba sentada junto a él y continuó conduciendo por la autopista.
—Eso es poco habitual —añadió con bastante tacto.
—¡Sí, pero es típico de mis padres! —dijo irónicamente Tamsin Reed mientras guardaba en su bolso la carta que acababa de leer.
Bajo las pestañas espesas y oscuras, sus ojos seguían el paisaje bañado por el sol de aquella mañana de primavera. Su largo y sedoso pelo castaño enmarcaba su rostro ovalado y enfatizaba sus pómulos. Sus labios generosos destacaban sobre su
barbilla pequeña y bien dibujada.
—Lo que quiero decir es que por qué no pueden ser normales y pelearse como hacen la mayoría de las parejas divorciadas —explicó, esbozando una sonrisa, pero la vivacidad de su voz estaba en clara contradicción con la tristeza de sus ojos—.
Simplemente no entiendo nada. Todavía se importan, se gustan. Siempre pensé... —
se interrumpió, frunciendo el ceño. —De hecho, si no hubiera sido por ese maldito hombre, estoy segura de que se hubieran vuelto a unir —concluyó con vehemencia.
—Pensé que te gustaba Andrew. ¿No es la próxima salida?
Tamsin agachó la cabeza para consultar el mapa, y una cascada de pelo acarició sus hombros y le escondió la cara.
—Sí, luego toma la primera a la derecha en la rotonda —explicó, mientras volvía a meter los pies en las playeras azules que se había quitado—. Me gusta
Andrew —admitió con cierta reticencia, pero honestamente, pensando un instante en
aquel viudo educado y modesto que pronto se convertiría en su
padrastro—.
En realidad no es por él, sino por su hijo —aclaró, y el tono grave de su voz y la dura expresión de sus ojos verdes reflejaron su preocupación—. Si él no hubiera intervenido y, casi se podría decir, si no les hubiera obligado a unirse... Es un manipulador, un...
Apretó los labios y se tragó un adjetivo demasiado rudo para aquel momento.
«Este es uno de los problemas de compartir la casa con tres jugadores de rugby», pensó con cierta tristeza y diversión a la vez. Era demasiado fácil adquirir sus hábitos más lamentables. Pero recordó con cierta melancolía que no iba a seguir o con ellos mucho más tiempo. Los echaría de menos.
Miró furtivamente a su compañero de piso favorito. Era Tom quien la había
ayudado cuando se sentía destruida y agotada por la ruptura de sus padres, durante el tortuoso proceso de separación.
Deliberadamente, borró todos aquellos recuerdos dolorosos; sus expresivos ojos se encendieron por la curiosidad y el interés al atisbar el lugar al que se dirigían.
—Un poco diferente a Gatwick —pensó Tom en voz alta mientras reducía la marcha y se dirigía a la entrada del aeropuerto, que hasta entonces no había sido más
que un nombre en el mapa. Tamsin miró hacia la izquierda y pudo ver el edificio pequeño de un solo piso que se levantaba frente a una extensión de césped. «De un extremo a otro», se dijo a sí misma, ahogando el deseo creciente de reírse compulsivamente. ¿Cómo iba a adaptarse a eso después de vivir la actividad frenética de un aeropuerto grande?
—De todos modos, no tienes por qué aceptar el trabajo aunque te lo hayan
ofrecido —dijo Tom mientras entraba en el aparcamiento para el personal, tal y como se lo habían indicado a ella en la carta que le habían enviado para concertar la entrevista.
Tamsin se encogió de hombros. La entrevista no era más que una mera
formalidad, necesaria para cubrir las apariencias. No pasaría de ser una charla informal para discutir el sueldo y las condiciones. Le habían asegurado que el puesto era para ella. Y Tom estaba equivocado. Tenía que aceptar aquel trabajo. No estaba
en posición de hacer otra cosa, dado que llevaba cinco meses sin trabajo, desde que las líneas aéreas para las que trabajaba habían ido a la quiebra. No estaba en situación de decirle a su benefactor lo que en realidad quería que hiciera con su oferta. Por el contrario, había tenido que tragarse el orgullo, luchar contra sus
impulsos y aceptar.
—Gracias por traerme —le dijo a Tom sonriendo, mientras él se detenía. Ella
había tenido que vender su coche hacía un mes cuando los ahorros ya no daban para más. Hurgando en su bolso encontró un peine, se lo pasó por su sedosa mata de pelo y se la recogió hábilmente en un moño a la altura de la nuca. Se miró en un pequeño espejo de mano, se retocó los labios, tomó su chaqueta de la parte trasera del coche y se la puso sobre la camisa de color crema.
—¿Qué tal estoy? —preguntó sonriente a su acompañante—. ¿Eficiente?
¿Capaz? ¿Mujer de negocios?
Era completamente inconsciente de lo atractiva que estaba; sus curvas se
adivinaban sutilmente bajo su camisa azul, lo que las hacía aún más perturbadoras, y la sobriedad de su peinado resaltaba sus maravillosos ojos verdes.
—Estás impresionante.
—No te pases, anda— dijo ella secamente entre dientes, siguiendo la dirección de la mirada de Tom, que se había posado en un deportivo gris metalizado que acababa de entrar en el aparcamiento.
—¿No es ése...?
—Sí —respondió ella de un modo cortante, con una expresión tensa en la cara—
El hombre en cuestión. Harry Styles.
Harry Styles. El legendario mediador en conflictos laborales que invertía en
compañías en quiebra y las convertía en un negocio rentable.
Los principales periódicos alababan su perspicacia para los negocios. Los de poca categoría se preocupaban más por promover su imagen de playboy de clase alta. Al parecer, Harry Styles tenía muchas amiguitas del tipo niña mona.
—Un millonario de treinta y seis años...
Ella respondió con desprecio, enfurecida por la clara admiración que se adivinaba en la voz de Tom:
—¿Y cómo crees tú que ha conseguido todo eso? Siendo absolutamente
despiadado, pasando por encima de todo y de todos los que se cruzaran en su camino, utilizando a la gente y jugando con todas las barajas que le proporcionaran poder.
—Muchas de las compañías que él ha adquirido estaban al borde de la quiebra
—respondió Tom conciliadoramente—. Ha salvado muchos puestos de trabajo. Si no hubiera reconstruido Lyne Air Services, tú nunca habrías tenido esta entrevista de trabajo.
—San Harry al rescate sobre su blanco corcel —se burló Tamsin, mientras su atención se dirigía de nuevo hacia el coche deportivo. Unas largas piernas masculinas emergieron del asiento del conductor, seguidas de un torso musculoso, cuidadosamente cubierto por una elegante chaqueta que poco podía hacer para esconder la fuerza de sus hombros. La brisa alborotó su pelo negro y, con un gesto
impaciente, retiró el rizo que caía sobre su frente.
Harry Styles, su futuro jefe. Los ojos de Tamsin centellearon y su cuerpo se
tensó. Harry Styles. El hombre responsable del divorcio de sus padres. Al cabo de tres semanas sería su hermanastro. Hizo un gesto de desagrado. ¿Cómo podía pensar
en aceptar aquel trabajo? No sería capaz de pasar por todo eso, no soportaría estar en una situación que la obligara a sentirse agradecida hacia él...
—Son casi menos diez... —oyó la voz de Tom desde lejos y mecánicamente
abrió la puerta y se apresuró a salir del coche—. Te espero en la terminal —dijo Tom
en un murmullo—. Buena suerte, Tam.
Ella le sonrió y perdió el equilibrio cuando él la atrajo hacia sí y, sin previo aviso, la besó en los labios.
Estaba demasiado atónita para detenerse a pensar. Cuando pudo darse cuenta, él ya se había encaminado hacia la terminal. Lo miró, sorprendida y preocupada.
Tom nunca la había besado de ese modo... sólo algún abrazo de vez en cuando, o un beso fraternal en la mejilla. Eran amigos, su relación era estrictamente platónica.
Nunca se había imaginado que él sintiera algo más allá de eso. Sacudió la cabeza.
«Calma, ha sido sólo un beso», pensó.
Con una expresión meditabunda, comenzó a caminar a través del aparcamiento en dirección al departamento de administración de Lyne Air Services.
Harry Styles la miraba desde su coche. Sus cejas se unían creando una
siniestra línea oscura que le atravesaba la frente. Su expresión rígida, inexorable, destacaba cada línea de su rostro. Estaba demasiado lejos para ver sus ojos, pero
instintivamente sabía que su mirada era desoladora, fría como el crudo invierno.
Tamsin intentó sonreír, pero sus labios quedaron inmóviles. ¿Qué miraba con tanto descontento? ¿Habría presenciado el breve abrazo de Tom? Difícilmente podía
haber apreciado lo ocurrido, y teniendo en cuenta su propio estilo de vida, no era probable que emitiera un juicio demasiado severo. Tal vez fuera que su simple presencia le molestaba y que se estaba arrepintiendo de la oferta de trabajo que no era, al fin y al cabo, más que un favor a su madre.
Cuando estaba a punto de alcanzarlo, él se inclinó, cerró la puerta y
seguidamente emprendió la marcha con paso decidido y rápido, sin hacer el más mínimo ademán de haberla visto.
« ¡Bueno, muchas gracias! ¡Será maleducado!», pensó Tamsin frunciendo el ceño y viendo cómo se alejaba. ¿Qué intentaba hacer? ¿Estaba sentando las bases de
su futura relación como empleada y jefe? ¿Le recordaba que en breve ella no sería nadie dentro de su inmenso imperio? «Esnob, arrogante», añadió para sí con indignación.
Él se movía con la agilidad y la fuerza controlada de un gato salvaje. «Y es
igualmente peligroso», pensó Tamsin. Un repentino hormigueo de temor recorrió inesperadamente su espina dorsal, lo que la irritó aún más.
No temía a Harry Styles ni se sentía intimidada por él en modo alguno. Podría ser un nombre respetado en Wall Street, pero para ella sus negocios no eran más que
la actividad de un codicioso e indeseable pirata, movido exclusivamente por un insaciable deseo de poder. Megalomanía. Recordó con una sonrisa que ella se lo
había dicho ya en una ocasión.
—Harry...
Con el rabillo del ojo, Tamsin atisbo la figura de una mujer delgada, de pelo
oscuro, perfectamente arreglada, que se dirigía con paso delicado hacia Harry. Al llegar junto a él, le sonrió y le tocó el brazo como si le perteneciera, con un gesto que
denotaba familiaridad y una relación de hacía tiempo.
La comisura de los labios de Tamsin se curvó con un gesto de repugnancia. Qué visión tan nauseabunda para aquella hora de la mañana. A la mujer se le caía la baba por él. Y Harry, como mostraba la expresión satisfecha de su sonrisa condescendiente, lo aceptaba con placer.
De repente, se detuvo en seco mientras el corazón le daba un salto repentino.
Ella no podía ni recordar cuál había sido la última vez que él le había sonreído, ni le había obsequiado con una mirada cálida, agradable.
Sacudió la cabeza con irritación y reemprendió el camino hacia el edificio en el que Harry y su acompañante acababan de entrar. Tras abrir la puerta de cristal en la
que figuraba el logotipo de Lyne Air, se encontró en la recepción, donde el olor a pintura indicaba que acababa de ser decorada. No se veía a Harry por ninguna parte; seguramente habría desaparecido tras las puertas del corredor que se veía al
frente.
—¿Puedo ayudarla en algo?
La recepcionista la miró con expresión amable, abandonando la máquina de escribir.
—Tengo una entrevista con har... con el señor Styles. Soy Tamsin Reed.
—Ah, sí —dijo la recepcionista, comprobando que en la lista aparecía su nombre—. ¿Le importaría sentarse un momento?
«Así que no soy la única entrevistada hoy», reflexionó Tamsin algo
sorprendida, mientras se sentaba en uno de los asientos de respaldo duro que había junto a la pared. Cruzó sus esbeltas piernas. Parecía poco justo para los otros candidatos, una pérdida de tiempo, cuando el puesto ya estaba dado. «Aunque todavía no he decidido si aceptaré la oferta o no», se dijo a sí misma. Trabajar para unas líneas aéreas de las que nadie había oído hablar, en una pequeña provincia, no
era precisamente lo que ella entendía como un paso adelante en su carrera.
Sonrió. ¿Quién parecía ahora arrogante? ¡Estar sin trabajo era todavía peor para su carrera! Volvió a preguntarse una vez más qué potencial había podido ver Harry
en aquella compañía, en un momento en el que las más poderosas tenían
dificultades.
Sus ojos se posaron sobre el reloj que había en la pared de enfrente. ¿Estaría haciéndola esperar a propósito?
—¿Señorita Reed? —dijo la recepcionista, dirigiendo la mirada hacia ella cuando el intercomunicador sonó—. Puede pasar. Segunda puerta a la izquierda.
—Gracias.
Sin apresurarse, Tamsin se puso de pie y se dirigió hacia el corredor,
incómodamente consciente de lo frágil que en realidad era su calma interior. Tenía la boca seca y el estómago revuelto.
«Por favor», se reprendió a sí misma mentalmente. «Sólo está Harry tras esa puerta, la entrevista no es más que una farsa». Pero ése era el problema. Harry.
Desde la primera vez que lo vio y oyó su voz, una fuerte hostilidad surgió en su interior. Le molestaba todo de él. La agresividad y crudeza de su masculinidad, su frío distanciamiento, la arrogante suposición de que con sólo chasquear los dedos todo el mundo estaría a sus pies dispuesto a obedecer sus órdenes.
Llegó ante la puerta cerrada y levantó la barbilla con un gesto de resolución.
Pues bien, ahí había una marioneta que no estaba dispuesta a saltar cuando él tirara del hilo. No conseguiría zarandearla ni hacerla bailar al ritmo que él marcara. Que
tampoco creyera que ella se desharía en expresiones de agradecimiento por su generosidad. En lo que a ella concernía, tenía que estar muy agradecido por contar con ella como una de sus empleadas.
Con una sonrisa decidida y segura, empujó la puerta y la abrió. Sentado tras una gran mesa de roble estaba Harry, con su rostro inexpresivo como una máscara de granito, y junto a él, la morena con quien lo había visto antes.
—Buenos días, señorita Reed —dijo él con voz fría e impersonal—. Por favor, siéntese.
Sus ojos azules la recorrieron con indiferencia.
« ¿Señorita Reed?» Tamsin no podía creer lo que estaba haciendo. La estaba tratando, la estaba mirando, como si fuera una extraña, como si se tratara en verdad de una entrevista...
« ¿A qué se supone que estás jugando, Harry?», quiso preguntarle, pero no lo
hizo, consciente de la presencia de la otra mujer. Pero, en cualquier caso, ¿quién era aquella mujer? «La última adquisición», pensó cáusticamente. «Si se le acerca un
poco más, se le sentará directamente en el regazo».
—Sara Lyne.
Tamsin esbozó una expresión de sorpresa ante la concisa presentación de Harry. ¿»Lyne»? ¿Como «Lyne Air»? ¿O sería una mera coincidencia? Tamsin intercambió una sonrisa fría y distante con la mujer y se sentó en la silla estratégicamente colocada frente a la mesa. Sara era atractiva de un modo excesivamente obvio. Tamsin se sintió incómoda ante esa antipatía que sin más sentía por una mujer con la que había cruzado escasamente dos palabras.
—Usted ha trabajado en el campo de la aviación durante los últimos cinco años, desde que tenía dieciocho, ¿no es así? —comenzó Harry sin preámbulos en cuanto ella tomó asiento. El se reclinó en su silla mientras la examinaba con la mirada. El movimiento hizo que su chaqueta se ajustara demasiado a sus poderosos hombros.
Un rayo de sol se filtraba en la habitación, danzando sobre su abundante pelo negro.
Tamsin fijó sus ojos en un punto justo encima de su cabeza.
—Sí —respondió, con un cierto tono de exasperación. Todo era cada vez más absurdo. El sabía muy bien todo aquello. Tamsin clavó los ojos en su rostro, trazando una línea desde la tenaz mandíbula que cercaba su boca dura y cínica hasta su cuadrada barbilla. «Debe de necesitar afeitarse al menos dos veces al día para evitar
esa sombra que aparecerá en sus facciones a eso de las seis de la tarde», pensó absurdamente al captar el suave aroma de su loción para después del afeitado.
—Como puede ver en mi curriculum —dijo ella con supuesta inocencia—,
comencé en la compañía como auxiliar de tráfico temporal, pero pronto me ofrecieron un puesto fijo en reservas, donde pasé...
—Pero, en realidad, sólo tuvo relación directa con operaciones durante dos años
—intervino él de modo cortante y con tono de impaciencia.
Los ojos de Tamsin se encendieron de ira. Cómo era posible que un hombre
cortés y bien educado como Andrew Styles pudiera haber engendrado a semejante individuo.
—Sí —respondió ella secamente. Bajó los ojos. Una mano delgada reposaba con la palma hacia abajo justo frente a sus ojos, con unos dedos fuertes y flexibles que se abrían sobre una pila de papeles. Un suave y fino vello oscuro cubría su muñeca y daba paso al puño de una impecable camisa blanca. Desconcertada y enfurecida por el modo en que se le había encogido de pronto el estómago, Tamsin fijó la mirada en la alfombra, obligándose a escuchar su voz firme y profunda.
—Lyne Air comenzó a operar hace unos quince años, al principio como una compañía de vuelos charter. Hace cuatro años, la compañía entró en tratos con una de las principales líneas aéreas del país, pasando a cubrir varios servicios de vuelos
nacionales y europeos en su nombre. En breve, Lyne Air estará operando
autónomamente con su propia licencia de ruta y números de vuelo, pasando a ser completamente independiente —explicó Harry, tras lo cual hizo una pausa—. Dada su escasa experiencia en el campo de operaciones, ¿cree usted estar realmente preparada no sólo para ayudar a llevar un departamento, sino para colaborar en la reorganización de su estructura? ¿Se cree capaz de reciclar al antiguo personal y
conseguir toda la gente competente que será necesaria?
—Sí, me considero capacitada —respondió Tamsin con firmeza.
—Bien, yo sinceramente no lo creo.
—¿Qué?
Tamsin levantó bruscamente la cabeza. Sus ojos se clavaron en los de él. ¡Se había levantado casi al amanecer, había ido hasta allí desde Londres para que alguien le dijera que no estaba cualificada para un trabajo que le habían ofrecido de
antemano! No podía estar hablando en serio. Eso no era más que una prueba de su retorcido sentido del humor. Estaba tratando de ponerla nerviosa.
Los duros rasgos masculinos eran inflexibles como una roca; su boca dibujaba una rígida e inexpresiva línea recta. Sus ojos, de un azul profundo e insondable, carecían de calor o sentido del humor, eran distantes e indiferentes. Aquello no era una broma. Harry nunca había tenido intenciones de ofrecerle aquel trabajo. Sólo estaba ejerciendo su poder con ese juego que él adoraba, marcando los límites desde un principio, aunque ella no comprendía con qué fin. Pero al fin y al cabo, ¿cuándo había sido ella capaz de entender esa sangre fría, esa personalidad diabólica y
manipuladora, cegada por el ansia de poder? Luchó por ocultar la rabia creciente que amenazaba con dominarla, tratando a la vez de evitar que cualquier cosa que Harry dijera le hiciera perder la paciencia. Combatir el hielo con hielo. ¿Cómo había podido ser tan estúpida, tan infantil, y haberse dejado engañar, haber confiado en él, haber creído una sola de sus palabras? ¡Bueno, al infierno Harry Styles! ¡Al infierno con
aquella mediocre compañía!
—Siéntese, aún no he terminado.
El timbre grave de su voz la detuvo cuando se estaba levantando.
—¿De verdad? —preguntó ella fríamente, sorprendida por la firmeza con la que se estaba dirigiendo a él. Habría deseado agredirle, gritarle—. Bueno, pues yo sí he terminado. Puede que usted tenga tiempo que perder. Yo no.
—Siéntese —repitió Harry con calma, con la mirada fija en los ojos de ella.
Tamsin no pudo evitar obedecer sus órdenes como si una parte de sí hubiera escapado a su control e irremediablemente tuviera que aceptar su autoridad.
—Sin embargo —continuó él como si nada le hubiera interrumpido—, aunque no la considere cualificada para dicho puesto, hay otra vacante en esta compañía que podría considerar.
Una sombra de sospecha oscureció la mirada de Tamsin. Pero su curiosidad
pudo más.
—Estamos buscando a una persona con una amplia experiencia en todo lo
relacionado con líneas aéreas, no necesariamente especializada en ningún campo, para servir como ayudante en operaciones, tráfico y reservas, cuando hay un exceso
de trabajo en alguno de estos departamentos. También para cubrir enfermedades, ausencias, etc...
Harry se removió en su asiento, se separó de la mesa y estiró hacia el frente sus largas y delgadas piernas.
—Se trata en principio de un puesto temporal, sujeto a revisión al final de la temporada —continuó, y a continuación le ofreció un salario que era más que justo, casi excesivo. Acto seguido, tomando a Tamsin totalmente desprevenida, le
preguntó—: ¿Ha quedado todo claro? —y sin darle tiempo a plantear ninguna cuestión, bajó la cabeza, centrando su atención en los papeles que tenía sobre la mesa,
y concluyó con despego, sin tan siquiera volver a mirarla—: Bien, gracias, señorita Reed. Estaremos en contacto, para ver cómo se desarrollan los acontecimientos.
Tamsin se levantó lentamente; un sentimiento de total confusión la acompañaba mientras atravesaba la habitación en dirección a la puerta. Con un leve gesto se despidió de la secretaria. Salió del edificio. La luz del sol la sorprendió, provocándole
una ligera convulsión, y comenzó a reírse a carcajadas, desprendiéndose de toda la tensión que su cuerpo había acumulado.
De un puesto de responsabilidad a perrillo faldero temporal de todo el mundo en sólo cinco minutos.
Y ni tan siquiera le había garantizado que el puesto fuera suyo. Se había dejado dominar totalmente, a excepción de un pequeño conato de rebelión, que él había truncado rápidamente y sin apenas esfuerzo. Había sido absolutamente dócil. No
había sido capaz de articular más de dos palabras.
Comenzó a andar hacia la terminal. Bueno, después de todo había podido decir algo más que Sara Lyne; la morena no había tenido ni esa opción, porque toda su atención había estado fija en él. Sonrió. De modo que a Harry le gustaban las mujeres insignificantes, oscuras... ¡y silenciosas! La sonrisa se le heló en los labios y dio una patada vigorosa a una pequeña piedra que se interpuso en su camino. La mirada se le ensombreció. Se preguntó con abatimiento qué indeseable golpe del
destino había colocado a Harry Styles en su vida. Si hubiera pasado por aquella carretera unos segundos antes o unos segundos después... Había sido tan feliz aquella tarde de verano cuatro años atrás. Era su cumpleaños, cumplía diecinueve, y estaba pasando unos días con su madre en la casa que tenían en Berkshire...
La larga y brillante melena castaña de Tamsin caía sobre la piel dorada de sus hombros desnudos, y sus piernas morenas se movían rítmicamente sobre los pedales de su vieja bicicleta. Había sido un día maravilloso. La vida era maravillosa. Su boca dibujaba una sonrisa de total plenitud. ¿Estaría su padre en casa cuando ella llegara?
La comida de celebración de su cumpleaños, a la que su padre había sido invitado por iniciativa suya, había sido un éxito incluso más allá de sus propias expectativas. Casi como en los viejos tiempos, sus padres se habían reído y bromeado
el uno con el otro, tal y como ella los recordaba. Su padre ni siquiera había hecho amago de marcharse apresuradamente después de la comida, y ella, con mucho
tacto, había decidido desaparecer durante toda la tarde con la excusa de visitar a una amiga del colegio. Le parecía lo mínimo que debía hacer.
Su sonrisa era amplia. Todo iba a volver a estar bien. Sus padres habían
recobrado de nuevo el sentido común después de aquellos meses de separación y la reconciliación estaba próxima. Estaba convencida de ello.
Bajaba la colina sin pedalear, canturreando, con el viento acariciándole la cara, sintiendo con la velocidad de la bajada el aroma suave del atardecer que impregnaba
su cálida piel. Al girar en la curva vio un Land Rover verde e inmediatamente después oyó un frenazo... después, todo se volvió confuso. Estaba tirada en la cuneta,
mareada, la cabeza le daba vueltas.
—Pequeña idiota. Podría haberte matado... conduciendo la bicicleta por mitad de la carretera, fuera de control...
Desde lejos, oyó una voz profunda y llena de ira, y se dio cuenta vagamente de que había alguien arrodillado junto a ella. Sus largas pestañas negras se alzaron y vio
entonces dos furiosos ojos azules, y percibió la brumosa, borrosa imagen de un rostro masculino duro y agresivo.
—Es usted quien iba conduciendo como un loco —se desquitó ella
automáticamente, pero sin mucha convicción. Aún le daba vueltas la cabeza y se sentía enferma—. Demasiado deprisa para una carretera tan estrecha como ésta —
añadió, y luego se interrumpió, repentinamente sofocada por el impacto de sentir unos cálidos dedos masculinos que se deslizaban sobre su brazo, que se movían lentamente sobre el contorno de su cuerpo y agarraban en toda su longitud sus
piernas desnudas.
—Déjeme en paz.
Un fuerte impulso le permitió sentarse y asestarle un puñetazo en la mandíbula.
Algo confuso, el hombre retrocedió, con una expresión de sorpresa en su cara que a ella casi le provocó risa. Tamsin, con mucho esfuerzo, logró ponerse en pie.
—¿Estás bien, pequeña?
Una voz cálida la hizo sentirse aliviada. Un hombre alto de pelo gris se aproximó hacia ella con un claro gesto de preocupación. Aquel hombre debía de ser otro pasajero del Land Rover.
—No, no te muevas, pequeña tonta... —dijo el otro hombre, sujetándole los
brazos con firmeza y dejándola completamente inmóvil—. No tiene ningún hueso roto. El codo está bien. Lo único que parece dañado es su cabeza.
Mientras trataba en vano de liberarse de aquellas manos, Tamsin observó que hablaba de ella como si no estuviera allí, como si fuera una niña.
—¿Quiere soltarme, maldito indeseable? —le exigió con dureza. Al levantar la cabeza, pudo verlo por primera vez. Había algo muy familiar en aquellos duros rasgos masculinos, en la angulosa tenacidad de su barbilla cuadrada, en sus oscuros
e insondables ojos azules. Sin embargo, Tamsin era consciente de no haberlo visto nunca antes. Las mangas de su camisa azul marino estaban arremangadas y dejaban
ver sus antebrazos fuertes y bronceados. Unos vaqueros apretados se ajustaban a sus estrechas caderas, revelando unos muslos fuertes y unas piernas largas y delgadas.
Tamsin admitió de mala gana que no era un hombre al que le resultaría fácil olvidar.
—Sólo si prometes no golpearme de nuevo —dijo él con firmeza—. La próxima vez puedes dejarme fuera de combate.
A pesar de todo, lo absurdo de sus palabras la obligó a esbozar una leve
sonrisa. Aquel hombre parecía duro, ingenioso, más que capaz de hacerse cargo de cualquier situación en la que se pudiera encontrar. Al mismo tiempo, algo instintivo le decía que jamás sería capaz de hacer daño a nadie más pequeño o débil que él.
Él le soltó el brazo y se frotó la mandíbula con la mano.
—La próxima vez, enfréntate a alguien de tu tamaño, ¿eh?
El tono pretendidamente gracioso y condescendiente de su voz la sacó de sí.
Podría soportar su furia mucho más fácilmente. El brillo y la astuta expresión de sus ojos le confirmaron que él también era consciente de eso. Lo miró con desdén, vagamente consciente de que el hombre mayor caminaba hacia su bicicleta para
sacarla, junto con su bolsa, de la cuneta.
—Está bien. Tal vez mi reacción haya sido un poco excesiva —dijo ella
fríamente—, pero, ¿qué quería que hiciera, si además de atropellarme me trata como si fuera una idiota?
Él sonrió.
—Para mí, una mujer nunca es una idiota —respondió casi en un susurro, con una voz suave y cálida que, para total desconcierto de Tamsin, la hizo ruborizarse ante la cantidad de imágenes que se agolparon en su cabeza. Ese hombre sabía cómo
seducir a una mujer sutilmente, hábilmente... «Dios mío, después de todo es verdad que debo de haberme golpeado la cabeza», pensó.
Tamsin dirigió su atención hacia el hombre mayor cuando éste se acercó a ellos.
—Me temo que la rueda trasera está destrozada —dijo con una sonrisa amable mientras le devolvía la mochila—. Andrew Styles —añadió, tendiéndole la mano con cordialidad.
¿Styles? Mientras le daba la mano y se presentaba, Tamsin comprendió que
por algo le sonaban aquel nombre y aquel individuo. Claro, Harry Styles, el magnate de los negocios. Era casi imposible comprar un periódico y no encontrárselo en él.
El rostro de Harry Styles adoptó la fría rigidez de una máscara. Se alejó de
ella, tomó la bicicleta y la metió en la parte de atrás del Land Rover.
—¿Dónde vive usted, señorita Reed?
La brusquedad de su voz grave y profunda, la fría indiferencia con que miraba por encima del hombro, la hicieron sentirse como si la hubiera golpeado. Ahora que ya conocía su identidad, era como si temiera que ella se fuera a transformar en una
pegajosa aduladora y le estaba imponiendo que mantuviese la distancia.
—Soy perfectamente capaz de llegar yo sola a mi casa —dijo Tamsin con una frialdad glacial—. Aunque, seguramente, tranquilizaría su conciencia el acercarme
hasta allí —añadió con voz dulce.
—Creo que cuanto antes te vea un médico ese codo, mejor —intervino Andrew Styles en tono cortante pero amable, empujándola con suavidad hacia el Land Rover. Tamsin frunció el ceño al ver un reguero de sangre que se deslizaba por el brazo. Sintió náuseas y tuvo que luchar contra la bruma que le empañaba la visión.
Podía oír voces de hombres, pero era incapaz de distinguir lo que decían mientras intentaba desesperadamente salir de aquella repentina oscuridad que amenazaba con engullirla por completo.
Tamsin entreabrió los ojos frunciendo el ceño. Se sintió desorientada al
reconocer el techo de su propia casa. ¿Qué hacía allí, acostada en el sofá de la sala de estar, envuelta en una manta? Volvió la cabeza y una nueva imagen vino a desconcertara aún más: era Harry Styles, sentado en el sillón que había enfrente de ella, con sus largas piernas estiradas en una actitud de total indolencia. ¿Qué hacía
allí?
—Te has desmayado —le informó con desgana, mirándola directamente con
sus ojos oscuros y opacos.
Ella dirigió su atención hacia el brazo: en el codo pudo ver cuidadosamente
colocada una diminuta tirita.
—Dios mío, no es más que un rasguño y yo voy y... —se lamentó, avergonzada.
—Tu madre nos ha explicado todo.
—¿Lo ha hecho? —preguntó secamente, elevando su pequeña barbilla con un cierto gesto de amenaza. Se echó a reír. Desmayarse ante la visión de su propia sangre: ella pensaba que era una fobia que había superado. La hacía parecer tan
delicada como una heroína victoriana.
Él debía de pensar que era un ser patético, una neurótica y una idiota. Apretó los dientes. ¿Y qué más daba? Con cierto atisbo de resentimiento, pensó que parecía como si él fuera el dueño de aquel lugar: las piernas extendidas sin compostura, las
manos detrás de la nuca.
—¿Cómo han sabido dónde vivía?
—Mirando en la mochila —afirmó él lacónicamente —. La dirección estaba en los carnets de la biblioteca.
—No tenían ningún derecho a mirar ahí —replicó ella, e inmediatamente apretó los labios al reconocer que no tenían otra opción. Se pasó una mano por el pelo y se lo sujetó detrás de las orejas. Se suponía que debería estarle agradecida por haberla llevado a casa. Pero por mucho que en su pensamiento pudiera admitir eso, las
palabras se ahogaron en la garganta.
De pronto se sintió atrapada, sintió claustrofobia dentro de aquella inmensa y hermosa habitación. Bruscamente, apartó la manta y se sentó.
—¿Dónde está mi madre?
El levantó una ceja y apuntó con un gesto a la ventana.
—Está enseñándole a mi padre el jardín. Comparten la pasión por las rosas.
—No me diga —contestó Tamsin fríamente, frunciendo el ceño al oír la suave voz de Andrew seguida de la risa inconfundible de su madre. Tamsin se levantó y pudo ver, a través del cristal, a su madre caminando hacia la casa con toda su atención volcada en aquel hombre de pelo gris que estaba a su lado. Su expresión era
muy alegre. Envuelta en un vaporoso vestido de verano, con ese sugerente pelo corto, presentaba un aspecto casi se diría absurdamente joven y feliz. Tamsin se volvió hacia Harry. —Ahora que ha representado tan fantásticamente su papel de
caballero andante, ¿no debería estar emprendiendo el galope bajo la luz del atardecer? —preguntó dulcemente. Miró el reloj de pared e insistió—: ¿Le queda aún mucho camino por recorrer? De pronto, deseaba fervientemente que los Styles se marcharan de allí, lo más lejos posible.
—No tenemos que ir lejos —dijo él lentamente, y se acomodó aún más, si cabía, en el sillón—. Esta mañana nos hemos mudado a Swallow Lodge.
—¿Qué? —preguntó Tamsin, mirándolo con incredulidad. Había presenciado la remodelación de la finca durante los últimos meses, y tanto su madre como ella estaban muy intrigadas sobre quiénes serían los que habían comprado aquella casa
maravillosa a la orilla del río.
Pero que Harry Styles pudiera ser su vecino... Mientras los ojos de él se fijaban en los suyos, sintió que un escalofrío le recorría la columna vertebral y que un sentimiento irracional le removía algo muy profundo.

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