EL REY SIN RECUERDOS

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La última Navidad, ella le robó el corazón. ¡Ahora le regalará un heredero!
Cuando Lara encontró a Harry herido en medio de una tormenta de
nieve, con un golpe en la cabeza que le hizo perder la memoria, nunca
imaginó que en pocas semanas se casaría con él. Ni tampoco que, cuando se revelase su verdadera identidad como futuro rey, su apasionado matrimonio se vendría abajo…
Tras su sorprendente ascenso al trono y sin saber que su amada está
embarazada, Harry se verá obligado a dar prioridad a su país y sus vidas
quedarán separadas.
Ahora que Harry sabe que es padre, no piensa renunciar a su hijo… Pero
¿podrá convencer a su reina para que se quede?

Prólogo🤎
Caía tanta nieve que el excursionista no podía ver más allá de sus
pies. En la vida había pasado semejante frío, lo cual no decía mucho de su carísimo equipo de primera calidad ni de los innumerables viajes de esquí
que había disfrutado desde niño. Aquellas experiencias le habían hecho
creer que era un duro montañero capaz de enfrentarse a las inclemencias del tiempo.
Pero era demasiado tarde para darse cuenta de lo imprudente que
había sido, reconoció con tristeza. Enterarse de la enfermedad de su
hermano Vittorio le había dejado algo desorientado, y su petición de que se
fuera a vivir su propia vida mientras él estaba convaleciente casi le había
hecho perder la cabeza. No era impulsivo ni un inconsciente, pero había sentido la necesidad de estar solo para aceptar tanto el diagnóstico de Vittorio como sus deseos. En medio de aquel torbellino de dolor que lo
envolvía, había decidido dejar a un lado todo lo que hasta ahora había
tenido que ver con su mundo: los guardaespaldas, los alojamientos de
cinco estrellas y los jets privados. Lo cierto era que detestaba ese estilo de
vida, por más que la mayoría de la gente lo deseara. No se le había
ocurrido que ir a contracorriente de los demás podría ponerle en peligro.
Por otro lado, su excesiva confianza en sí mismo le hacía creer que nada
malo le podía pasar. Y lo peor de todo era que no había llevado consigo el
teléfono, pensado que, de ese modo, estaría más tranquilo. Al fin y al cabo,
tenía veintisiete años. ¿Hasta qué punto habían sido maduras sus
decisiones?
Ahora que estaba perdido y que probablemente moriría congelado,
reconocía que había pecado de inocente pensando que tenía todo bajo control. Sus razonamientos confusos y autocríticos iban a la deriva, se hacían borrosos, y sus pasos ya no eran tan seguros en aquella pesada nieve. Hipotermia, adivinó abstraído, agarrando su mochila, que parecía volverse más pesada a cada segundo. Con un movimiento brusco, se deshizo de ella, sintiéndose mucho más ligero y libre. Avanzó unos metros más y se sorprendió al ver unas luces de colores por entre la nieve que caía.
Parecía una guirnalda envolviendo un pequeño árbol navideño. Era una
visión extraña, teniendo en cuenta que estaba al borde de la muerte.
Avanzó un poco más y logró ver una casa con un vallado ladera abajo. No
le gustaba la Navidad, se dijo. De hecho, nunca había disfrutado de ella,
pero ver aquella señal de civilización a lo lejos le sabía a gloria. Llevado
por la emoción, descendió la empinada cuesta sin atender a los peligros del terreno y resbaló en una placa de hielo. Al caer, se golpeó la cabeza con una roca y perdió el conocimiento.

Capítulo 1🤎
Dos años después
Su majestad, el rey Harry del país europeo de Mosvakia, se paseaba delante de la ventana de su despacho mientras esperaba la llegada
de su mejor amigo y asesor jurídico, Dario Rossi.
Dario le había telefoneado para decirle que la agencia de
investigación por fin la había encontrado. Harry estaba ansioso por
conocer los detalles. No porque tuviera especial interés en lo que pudiera estar haciendo su esposa o en dónde vivía, se aseguró a sí mismo, sino simplemente por la natural curiosidad humana. Lo que hubiera sucedido dos años atrás era cosa del pasado, concedió con sorna, con su rostro delgado y moreno tenso por el recuerdo. Mientras sufría de amnesia
temporal, Harry se había casado con una mujer a la que apenas conocía
y con la que había mantenido una relación de seis semanas. Considerando que antes de cometer aquella locura había sido un príncipe playboy, famoso por sus aventuras y su alergia a todo lo convencional, como casarse y mantener una vida respetable y discreta, ¿qué demonios le había pasado después de aquel accidente en las montañas?
Dos años después, seguía luchando por encontrar una respuesta. Y no
le quedó ninguna duda de que había cometido un error.
Harry, hijo de una madre que lo había abandonado de pequeño,
sentía poca simpatía por las mujeres mentirosas y desleales que se
desentendían de sus responsabilidades. El hecho de que él también se hubiera casado con el mismo tipo de mujer le enfurecía y no hacía más que confirmar la inadecuada elección de su esposa. Una mujer que le había dicho que lo amaba solo unas horas antes de huir, cuando él más la necesitaba.
Mosvakia era un pequeño país de la costa adriática, que había estado
en crisis durante el primer año del regreso de Harry a casa.
Vittorio había tenido leucemia, pero en lugar de la larga y lenta
convalecencia que había previsto, el hermano mayor de Harry había
muerto muy repentinamente de un ataque al corazón. No hubo tiempo para la meticulosa preparación y la transferencia de poderes que Vittorio había planeado para su hermano pequeño, y tampoco lo hubo para despedirse.
Y lo peor había sido que Harry tampoco había tenido tiempo para
desahogarse y asimilar la enorme responsabilidad de subir al trono sin
previo aviso. Había tenido que enterrar sus sentimientos personales en lo más profundo y mantener la compostura por el bien del pueblo mosvakita.
Las ideas descabelladas, como la abdicación, tuvieron que ser apartadas de su mente cuando las calles se llenaron de multitudes con velas que lloraban el fallecimiento de su hermano, y la lealtad y el respeto por la ejemplaridad de Vittorio se apoderaron de él con fuerza.
Se entregó en las interminables semanas de luto oficial, en los
solemnes ritos funerarios de Estado y en su propia coronación posterior
como un autómata, limitándose a pronunciar los discursos y a realizar las tareas que se esperaban de él en su nuevo y desconocido papel de monarca.
Al igual que el resto de Mosvakia, Harry seguía conmocionado porque
Vittorio había sido la joya más preciada de la corona mosvakita, imposible de reemplazar. Además, nadie había esperado que Harry acabara siendo rey. Él era un infante, fruto del breve segundo matrimonio de su padre, alguien que en teoría no debería llegar al trono. Lo esperable hubiera sido que Vittorio, veinte años mayor que Harry y que había reinado casi el mismo tiempo, hubiera dejado un heredero. Por lo menos fue eso lo que todo el mundo pensó cuando a los cuarenta años contrajo matrimonio con Giulia. Pero el descendiente no llegó, y después el pobre Vittorio cayó
enfermo y murió.
A los pocos meses de ser coronado Harry, los altos cargos de la corte habían comenzado a insinuar que debía encontrar una novia, y el
monarca pensó al instante en la esposa fugitiva que nadie más que Dario y él conocían. Por eso había redoblado sus esfuerzos para localizarla y conseguir el divorcio.
De repente, un rayo de luz iluminó su memoria. Recordó a una mujer
diminuta de pelo rubio rojizo y enormes ojos aguamarina que dominaban su delicado rostro pecoso, una mujer de pie frente a un árbol de Navidad cubierto de luces multicolores. Sonreía, le sonreía siempre, como si él iluminara su mundo. Si aquellas imágenes se le antojaban desagradables, era por el dolor de la pérdida. Pero ¿cuál era la razón? Harry había sido
un rompecorazones, un hombre sexualmente desenfrenado, y al verla a ella había tenido un flechazo instantáneo, o como la gente llamara a ese deseo incontrolable de poseer a otro ser humano en cuerpo y alma.
Harry parpadeó y apretó los dientes con fuerza. No quería que aquellos recuerdos perturbadores e ilógicos siguieran infiltrándose en su
cerebro cuando bajaba la guardia, aunque fuera por un momento.
Ella lo había dejado tan marcado que incluso después de dos años
seguía recordándola. Se giró con alivio cuando llamaron a la puerta y
Dario entró con aspecto triunfante y un expediente en la mano. Era un
hombre alto y corpulento, y tenía una barba pulcramente recortada. Su
amistad se remontaba a la más tierna infancia. 

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