4. ¿Por qué no entiendes que te necesito a mi lado?

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Dejó a su hermano llorando en la soledad de su habitación. Nada de lo que él le dijera le haría cambiar de opinión.

Abrió el armario y comenzó a hacer el equipaje con furia. Su madre les obligaba a volver a casa,  a separarse de la persona que más necesitaba que estuviera a su lado. La única que sabía cuales eran sus más íntimos deseos, que con una sola mirada ya sabía lo que le pasaba sin necesidad de expresarlo con palabras...

Terminó de hacer las maletas  y entró en le baño para darse una ducha. Abrió el grifo y se desnudó frente al espejo, viendo su desnudo cuerpo, pensando si el de su hermano sería igual al suyo. Eran tan parecidos físicamente, pero en cuanto a sentimientos estaba claro que no sentían lo mismo.

El le ama con toda su alma, pero su hermano no podía hacerlo por miedo...

Se metió bajo el agua cuando sintió que le bajaban las lágrimas por sus mejillas. Dejó que el agua cayera sobre su cara arrastrando su tristeza, acariciando su desnudo cuerpo a falta de unas manos que lo hicieran.

Terminó y salió secándose con furia. No sabía como reaccionaría su madre cuando los viera llegar juntos, ¿pensaría que habían hecho algo durante el viaje? A partir de esos momentos tendrían que pensarse dos veces sus acciones, para que no pareciera que estaban haciendo lo contrario, que un simple roce pudiera dar a entender otra cosa.





Bajó a desayunar y se encontró con Gustav en la cocina. Siempre se levantaba el primero.

—Buenos días—murmuró sin mirarle.

—Me ha llamado David...—empezó a decir Gustav.

—Lo sé, el concierto se ha cancelado—estalló Tom con rabia.

Gustav decidió seguir desayunando en silencio. Estaba claro que si seguía hablando solo iba a recibir malas contestaciones. Tom se dio cuenta de que se había pasado, no debía hablarle en ese tono, a pesar de lo de la otra noche.

—Perdona, he sido cruel—se disculpó mirándole.

—Tranquilo, estamos todos nerviosos—murmuró Gustav, tratando de quitarle importancia.

—Si, nerviosos—repitió Tom cogiendo su café.

Se sentó a su lado y se quedó mirando la taza como si no estuviera delante de sus narices.

— ¿Has conseguido dormir algo?—quiso saber Gustav al ver la mala cara que lucía.

Tom negó con la cabeza. Se había pasado toda la noche dando vueltas en la cama, pensando en lo grande que era y lo fría que estaba, echando de menos el calor de un cuerpo a su lado.

— ¿Y Bill? ¿Sigue durmiendo?—preguntó Gustav, con miedo a su reacción.

Tom se encogió de hombros por respuesta. No sabía si su hermano se había quedado dormido de tanto llorar o si no podía dormir por el miedo que le daba volver a casa y enfrentarse a su madre.

Siempre habían estados muy unidos, puede que más que con él, y temía que por unas simples palabras acompañadas de una imagen su relación se hubiera estropeado. Que la próxima vez que su madre le mirase lo hiciera como si fuera un bicho raro, como si ya no fuera su hijo pequeño que tanto la necesitaba.





Sólo abrázameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora