12. ¿Por qué has tardado tanto?

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Corrió bajo la lluvia lo más rápido que pudo, solo dejó de hacerlo cuando sintió que le faltaba el aliento y una punzada de dolor en el costado. Se paró en mitad de la calle y se inclinó apoyando las manos en las rodillas mientras jadeaba y tosía. Con una mano se quitó con rabia las gafas de sol y se limpió los ojos de las lágrimas que no habían dejado de manar desde que huyó de su madre.

Miró a ambos lados, buscando algo conocido que le indicase donde estaba. En su loca carrera no había mirado por donde iba y creía que se ha perdido. Vio una parada de taxis a dos metros y caminó hacia uno de ellos, subiéndose en el y dándole la dirección de la casa de su padre.

Por encamino se mordió los labios, no sabía que decirle para que le dejase ver a su hermano, pero su padre era bien distinto a su madre y con él no hacía falta buscar ninguna excusa.






Llegó a su destino y pagó la carrera. Atravesó corriendo el jardín de su padre, resbalando en la húmeda hierba y cayendo al suelo, gimiendo al ver como la palma de su mano derecha se lastimaba. Se puso en pie con rapidez y ya más despacio llegó al porche, parándose ante la puerta para coger aire.

Respiró hondo y tras pasarse las manos por el húmedo cabello, tocó el timbre con suavidad. Esperó pacientemente hasta que escuchó como corrían la cadena de seguridad y la puerta se abría.

— ¡Bill!—exclamó con sorpresa su padre.

Se quedó quieto, viendo el estado de su demacrado hijo pequeño. Totalmente calado hasta los huesos, y con unas profundas ojeras marcadas bajo sus tristes ojos. Sabiendo que había pasado algo muy grave para que hubiera huido bajo la lluvia, sacudió la cabeza y pasándole un brazo por los hombros le hizo entrar en la casa, acercándole más a su cuerpo para que entrara en calor.

— ¡Tom! Baja y trae unas toallas—gritó Jörg a su hijo mayor.

Llevó al pequeño a la cocina y le ayudó a quitarse la cazadora, sentándole en una silla al ver como temblaba  su cuerpo incapaz de sostenerse en pie más tiempo.

— ¿Qué pasa?—preguntó Tom entrando con tres toallas de la mano.

Se quedó sin habla al ver a su hermano, sentado en una silla encogido de frío y calado por la lluvia. Enseguida corrió a su lado y le puso una toalla sobre los hombros.

—Quítale la ropa mientras le preparo un té—pidió su padre.

Tom asintió, viendo como su hermano levantaba la cabeza y le miraba con sus enrojecidos ojos. Vio que separaba los labios dispuesto a decir algo, pero negó con la cabeza.

—No hables ahora—dijo Tom con suavidad.

Le quitó la toalla de los hombros y cogió con sus dedos el borde de su empapada camiseta, tirando de ella hacia arriba y viendo como levantaba los brazos para ayudarle a sacársela. Se la quitó despacio, no pudiendo evitar rozar su pecho con las yemas de sus dedos, oyendo el ahogado gemido que se escapó de los tembloroso labios de su hermano.

Se la quitó del todo y la tiró al suelo, volviendo a ponerle la toalla sobre los hombros. Cogió otra y se la pasó por el pelo mientras pensaba en lo raro que era esa situación. Desnudando a su propio hermano delante de su padre, quien le preparaba un té tranquilamente dándoles la espalda. Que diferente era de su madre, seguro que si ella estuviera allí en esos momentos ya le había echado a patadas de la cocina.

Sólo abrázameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora