8. ¿Por qué no dejas que te ayude?

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Entró en el ascensor arrastrando los pies con la mirada fija en el suelo. Su madre pulsa el botón y en menos de un minuto ya habían llegado a su destino. Las puertas se abrieron y salieron a un amplio vestíbulo con las paredes recubiertas de madera.

Simone se dirigió al mostrador de la recepcionista para confirmar la cita que tenían en diez minutos. La recepcionista les indicó que tomasen asiento en la sala de espera con una gran sonrisa al reconocer a Bill, quien solo inclinó  la cabeza al oírla y se caló las gafas oscura que siempre llevaba a mano para esos casos en los que quería pasar desapercibido.

Simone le devolvió la sonrisa al ver que su hijo parecía estar ausente. Le tomó por el brazo y le dirigió a los asientos, obligándole a sentarse a su lado.

Se dejó caer en la silla con un resoplido. Se cruzó de brazos y miró la pared que tenía enfrente enfadado por la encerrona.

— ¿Has visto que chica más guapa es la recepcionista?—dijo Simone muy animada—No te ha quitado los ojos de encima sin dejar de sonreír. Me cae muy simpática

Bill decidió no contestarla, mordiéndose  los labios indignado porque su madre quiere mandar en su vida como si le perteneciera, decidiendo a quien tenía que amar y a quien no.

Tras un cuarto de hora, la recepcionista les avisó de que ya podían pasar. Simone tiró de su hijo al ver que no se movía de su asiento. Le puso en pie con esfuerzo y se cogió de su brazo dedicándole una amplia sonrisa a la simpática recepcionista. Entraron en un despacho poco iluminado en el que había una mujer sentada detrás de un gran escritorio en un sillón de cuero negro.

Bill la miraba con recelo, y desvió la mirada hacia su derecha, en donde en un rincón se encuentra un diván también de cuero negro con una butaca al lado, esperando a que se echase en el para contar sus problemas a una desconocida.

Su madre volvió a cogerle del brazo y le hizo  sentarse en una de las sillas que había enfrente del escritorio. Ella ocupó la otra y esperó a que la mujer se presentase a su hijo, pues ellas ya se conocían desde la llamada que habían mantenido la tarde anterior.

—Bill, soy la doctora Claire O'Brian—se presentó con una sonrisa.

—Loquera, ¿verdad?—saltó Bill sin ningún tipo de educación.

—Bill, habla con más respeto—le riñó Simone al momento.

—No estoy loco—dejó Bill bien claro.

—Nadie ha dicho que lo estés, y sí. Soy psicóloga—dijo Claire sin ofenderse por sus palabras— Estás aquí para que te pueda ayudar con tus problemas.

—No necesito ayuda de nadie, y tampoco tengo ningún problema—contestó Bill furioso.

—Cariño, acepta que tienes uno, y muy grave—dijo Simone cogiendo su mano.

Bill la retiró al momento y miró a su madre muy enfadado mordiéndose los labios para no gritarle que ni era un problema ni era tan grave como ella pensaba.

—Tu madre me ha contado un poco por encima lo ocurrido, pero me gustaría escucharte a ti—dijo Claire esbozando una cordial sonrisa.

Bill la miraba con la expresión de no entender que le estaba diciendo. Si ya sabía cual es su "problema", ¿para qué quería que se lo contara él mismo? Su madre ya se lo habría contado todo con pelos y señales, exagerando seguramente lo que había visto. Fijo que en la versión que había dado a Claire había sido testigo de cómo sus hijos se revolcaban por el suelo como dos animales en celo...

—Bill, contesta a la doctora—ordenó Simone exasperada.

—Tal vez Bill se encuentre más cómodo hablando a solas conmigo—intervino Claire, invitando a Simone a salir de su despacho—Puede esperar en la sala o volver dentro de una hora.

Sólo abrázameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora