Capítulo 1

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2 de junio de 2015.

En este preciso momento, alguien está naciendo.

En este preciso momento, alguien está muriendo.

En este preciso momento, hay alguien intentando salvar su propia vida o la de alguien más.

En este preciso momento, alguien se da por vencido de luchar para salvar su vida.

Suelen pasar tantas cosas segundo a segundo en esta vida que parece casi imposible de creer. Y yo estoy aquí, quitándome todo el maquillaje del rostro con agua y jabón frente al espejo del baño e intentando no pensar en otras cosas más que sólo lavarme el rostro. Eso es lo que quiero hacerme creer.

Mi vida ha sido un embrollo últimamente por no decir que siempre lo ha sido. Son las cinco y veinte de la madrugada y acabo de volver de una fiesta en la que lo único que presencié fue cómo mi mejor amiga hablaba muy melosamente con el chico que me gusta. El idiota parecía casi atónito por la forma en que los demasiado, exagerada y ridículamente pechos de mi mejor amiga parecían casi salir expulsados de su ajustada y transparente blusa blanca, sin mencionar el hecho de que su trasero tampoco quedaba atrás. Cuando yo no estaba mirando, inmediatamente lo besaba al igual que a la mayoría de los chicos que conozco. ¿Qué tienen de especial los besos de Pam? ¿Realmente besa muy bien? ¿Mete lengua hasta el fondo? ¿Se traga mil caramelos de menta antes de besar? Lo último me parece innecesario, hasta la sucia Zara besa a cualquiera y tiene olor a bagre en la boca las veinticuatro horas del día. ¿Es posible que los chicos no tengan noción de a quién están besando o siquiera el sabor que lleva en la boca la persona a la que están besando? Si yo hubiera besado a alguien con un horroroso olor a pescado y sabor a lo que seguramente provenga de la basura, automáticamente lo hubiera empujado hasta dejarlo lejos de mí y gritarle que con urgencia tome un cepillo y una pasta de dientes y le dedique una tarde entera a su higiene dental. Pero no parece ser el problema de Pam quien, por segunda vez, anduvo besando al chico que me gusta a mis espaldas y mintiéndome en cuanto le preguntase o alguien más me lo confirmase. No entiendo cómo mi mejor amiga me hizo eso. Y por mejor amiga hablo de un concepto que tuve de ella hace unos años, el cual se fue disolviendo con el tiempo y sólo quedaron los rastros de lo que se podría llamar una buena amistad. Pero como todo en la vida tiene su lado oscuro, Pam tiene un punto débil: los hombres. Sea quien sea y no importa qué, Pam no se quedará de brazos cruzados ante la presencia de un hombre ante ella. Creo que soy de las pocas chicas que no odian a Pam por más intensiones que tengan, lo cual a esta altura del partido me sorprende bastante. Mucho más por lo que sucedió esta noche aunque no tenga mucho que reclamar.

Y aquí es cuando tengo que hablar de Frederick, el increíblemente idiota infeliz del cual podría decir que estuve enamorada hace unos años y, al parecer, no parece ser un acontecimiento menor para él ya que está pendiente de todo lo que diga o haga. El estúpido piensa que aún sigo enamorada de él y quiere asegurarlo a toda costa. ¿Cuál es su propósito? Suena totalmente ridículo que Frederick quiera asegurarse de que una idiota esté enamorada de él y que con eso se sienta más superior, pero así parece ser. La superioridad corre por lo que crea uno mismo, no por lo que subestimamos de los demás. Algo que Frederick y todo su séquito de infelices deberían de aprender o, al menos, razonar. Pero seguir hablando de él me provoca náuseas, sin mencionar las amenazantes ganas de llorar.

Miro fijamente al espejo que tengo frente a mí y sigo centrada en quitar el rímel de mis pestañas. Quiero dormir. Necesito dormir. Lo necesito demasiado. Desconectarme del mundo unas horas me sentaría muy bien.

Dejo la toalla parcialmente manchada de un espeso color negro y tomo otra mojándola en agua tibia ahora para quitarme el labial rojo que definía una mueca seria y apagada. ¿En qué mierda estaba pensando cuando me pinté los labios? Odio el labial en mí. Y mucho más el rojo. El rímel junto al delineador habían manchado el contorno de mis ojos y un poco de mis mejillas dándome un aspecto asquerosamente infernal. Me veo fatal pero, de alguna forma, refleja mi estado de ánimo. Suspiro y sigo haciendo mi tarea. Bravo, Candie, una vez más te han tomado el pelo como una idiota.

Miro hacia el reloj digital que hay en el baño. Faltan diez minutos exactos para que den las seis de la mañana. Vuelvo a dirigir la mirada hacia el espejo analizando cada cosa en él. Estoy en ropa interior en pleno invierno y a esta hora de la madrugada. Si mi abuela estuviese aquí ahora no me dejaría de ninguna manera salir del baño sin traerme tres abrigos o más. Doy un amago de sonrisa hacia el suelo y vuelvo a mirar hacia el espejo. Llevar sólo ropa interior me delata: sigo teniendo kilos de más como todos los años, con la diferencia de que ahora no los aumentaría más si es que no como nada exagerado. La mayoría de las chicas de mi edad tienen el cuerpo perfecto y, sin embargo, el mío sigue perteneciendo a esa minoría que no lo es. Por momentos parece no importarme o parecerme un problema menor, pero por otros realmente me destruye. No soy visiblemente muy gorda pero no soy delgada y, por ende, no me gusta mostrar mi cuerpo bajo ningún concepto. Aún así, a diferencia de la menoría de chicas que pasan por el mismo problema, jamás he llegado al punto de dañarme a mí misma y estoy en contra del suicidio por la razón de que me parece totalmente desconsiderado y encuentran la muerte como una salida fácil a sus problemas. Me hubiese gustado podérselo haber dicho a Megan cuando estaba a tiempo. A ella también le hubiese gustado.

Dejo a un lado la toalla húmeda, dejando también los rastros de rímel y delineador negro que prometo desmaquillarme completamente más tarde, me coloco el camisón viejo de mi tía Roxan y camino discretamente hacia mi habitación compartida con mi hermano menor. Dieciocho años y aún no me mudo de la casa de mis padres. Se podría decir que la flojera que podría experimentar en un trabajo la vivo desde mucho antes.

Le pongo play a la grabadora junto a mi cama y de pronto el ambiente se llena del melodioso caer de la lluvia haciendo que mis músculos se relajen y pueda conciliar el sueño más fácilmente.

Mis párpados pesan y sé que caeré en un sueño profundo. Sólo puedo visualizar a duras penas una foto de Pam y yo sobre la mesita de noche. Estábamos abrazadas en medio de un parque temático hace dos años. Sonrientes, despreocupadas. Como si nada hubiese pasado. Como si vivir en Pensilvania fuese un buen acontecimiento en mi vida. Como si Frederick no existiera. Como si yo fuera alguien normal.

Letras de suerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora