Capítulo 4

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—¿Dónde mierda está Alex? —grito eufóricamente dando pasos largos hacia mi padre mientras éste sigue de pie con la espalda pegada a la puerta principal. Guardo el móvil en uno de los bolsillos de mis joggins con mi mano levemente temblorosa y bañada en sudor como el resto de mi cuerpo.

Centra su mirada en mí sosteniendo la misma expresión: sus ojos aún están demasiado abiertos y sus labios son una fina línea horizontal. Su piel, pálida del susto, está completamente erizada. Traga saliva con dificultad y yo estoy a punto de perder la paciencia.

—Dime dónde mierda está Alex —mis dientes rechinan por no darle una golpiza para sacarlo de su trance.

—¡No sé dónde mierda está! —retrocedo al tomar por sorpresa el rugido que lanza instantáneamente— ¡No me jodas, maldita sea! ¡Mueve tu estúpido y gordo trasero de aquí si no quieres que te jale del cabello hasta que no te quede ni uno!

Sus palabras duelen tanto como siempre, pero ahora hay algo mucho más importante en juego: mi hermano. No era momento de caer en la realidad.

—¿Por qué no me dices dónde está Alex? —mi voz adquiere un timbre agudo, tal como si un nudo en la garganta se estuviera avecinando— ¿Se encuentra bien? ¿Lo has visto? —lo único que recibo de su parte es una mirada frívola y distante, y la ira se acumula en ella. Mi interior se desmorona de a poco y el miedo se apodera de mis sentidos— ¡Dime, por favor!

Su rostro se torna aún más enfurecido y el mío, por otro lado, está cada vez más confuso. No puedo creer que vaya a molestarse conmigo en un momento así. Su hijo de doce años no aparece y él parece estar a punto de estallar sólo por mi presencia. El shock es tal que no puedo coordinar mis pensamientos en este momento.

De un momento a otro, mi padre avanza hacia mí con furia y toma con fuerza un mechón de mi cabello muy fuertemente haciendo que gritara del dolor. Intento zafarme de su agarre pero lo único que consigo es que duela aún más. Mantengo mis ojos cerrados con fuerza y rechino mis dientes para evitar gritar más, pero se me hace imposible no hacerlo en cuanto un dolor infernal que parece expandirse por todo mi cuerpo toma lugar en mi pierna. Doy un grito desgarrador e tomar mi pierna con fuerza, pero éstas tiemblan torpemente y dificultan mi equilibrio, sin mencionar que el dolor punzante de mi cabeza me nubla la mente.

—¿Por qué haces esto? —tengo un tinte de voz quebrado y penoso— ¿No recuerdas que tienes un hijo de doce años allá afuera?

Otro fuerte dolor se apodera de mi pierna derecha. Ya no resisto y mis lágrimas comienzan a caer de a poco por más que intente impedirlo. No sé por cuánto tiempo más podría aguantar mi cuerpo si él vuelve a darme otro de esos pateos.

—¡Eres una inútil! ¡Una gorda totalmente inútil! ¿Piensas que alguien te querrá alguna vez si sigues siendo como eres? —ruge nuevamente. Sus palabras penetran mi conciencia y puedo casi asegurar que el dolor en mi pecho crece por la conmoción que tengo por todo esto. Mi padre. Mi hermano. Años de odio hacia el mundo. Años de lidiar con una infancia difícil.

Segundos después, soy llevada con rapidez hacia las escaleras. Él no soltaba mi cabello. Maldice y escupe palabras hirientes en todo el transcurso. Quiero desvanecerme en ese momento. Llegamos a la puerta de mi habitación compartida con mi hermano —por Dios, Alex, cuánto te necesito aquí en este momento— y la abre de una patada tan llena de furia que puedo jurar que casi la divide en dos o más. Suelta mi cabello y siento a éste doler tanto como antes. Me da un empujón hacia dentro de mi habitación dejándome en el suelo. El cuerpo me pesa y quema por dentro haciéndome derramar frenéticamente patéticas y desconsoladas lágrimas. La puerta se cierra de un golpe ocasionando que me sobresalte.

—Te aseguro que el no volver a ver a Alex sería lo mejor que le pasara en su vida —lanza desde el lado externo de mi habitación y oigo cómo sus pasos se alejan de aquí.

Letras de suerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora