Despierto con desesperación y la respiración muy agitada sobre la cómoda cama de madera negra sin estrenar por completo. Espero unos minutos a que mi mente logre ubicarse y mi respiración se estabilice. Mi cabello se siente grasoso y me da calor. Estoy rotundamente segura de que eso se debe al sudor que generaron mis nervios ayer por la noche. ¿Ayer? ¿Ya pasaron tantas horas? Miro el reloj de muñeca. Las siete y trece minutos. Mierda. El sol se cola sobre la cortina entreabierta e ilumina la habitación. A esta hora en verano prácticamente es de día y el sol brilla tanto como si ya fuera mediodía. Me levanto a regañadientes y me dirijo al baño a darme una ducha rápida para no tener que ir a trabajar con este aspecto tan asqueroso. Sonrío con satisfacción en cuanto veo las toallas ordenadas una de bajo de la otra dentro de un mueble de madera. Es hora de estrenar la bañera, y sí que lo necesito. Mis músculos siguen tensos. No tanto como ayer, desde luego, pero sí sigo conmocionada y creo que mi buena actitud ahora mismo se debe a intentar no pensar en ello.
Mientras me masajeo la coronilla con champú no puedo evitar pensar en la noche anterior. Maldigo en voz baja y repito la escena una y otra vez. Es algo que odio de mí —entre tantas otras cosas—: no suelto los malos o embarazosos recuerdos ni aunque mi vida pendiera de ello. Puedo esquivarlos, por supuesto, como lo hago con Megan. Pero en cierto modo jamás se van. Permanecen ahí, detrás de mí, pegados a mi nuca y recordándome que existen o, más bien, que existieron y que yo los revivo cada día ahogándome mientras pienso en ellos.
Cuando siento que por fin se ha ido, realmente me planteo a dónde salir corriendo. ¿Y si sólo era un jardinero? Creo que es la única explicación lógica posible. No creo que alguien diferente se pasee con una cuchilla consigo. ¿Y si era el recepcionista...? No. ¿Qué carajo estoy diciendo? ¿Para qué iría a necesitar una cuchilla el recepcionista? Trago saliva de manera que me duele la garganta y me dispongo a avanzar y echarle un ojo al corredor que me lleva a la recepción. Transito un duelo interno mientras doy unos pasitos hacia la pared que me impedía anteriormente ver a quien quiera que sea que es ese demente y, con todo el valor que tuve jamás, alzo la cabeza muy despacio hacia el pasillo. El alivio recorre mi cuerpo en cuanto no veo a nadie pero sigo estando muy alerta. Miro detrás de mí. Parece como si no han pasado los minutos. Todo sigue igual como lo encontré. La cosa ahora es... ¿debería ir a la recepción? Maldigo la hora en que dejé que Silas se vaya. Ni siquiera sé si hay otra escapatoria de esto. Lo único que conozco de aquí es mi departamento, el gimnasio, el garaje —aunque a duras penas— y la recepción. Más no sé de esto. No tengo idea de si hay otra puerta al interior del edificio. Ahora que lo pienso mejor, ¡ni siquiera puedo salir de aquí a buscar ayuda! Veo el enrejado poco iluminado del parque a mi alrededor y me aterra adentrarme a éste en cuanto las luces de los faroles no logran iluminarlo más y la oscuridad se apodera de él. No quiero enterarme de si hay otro demente más a pocos metros de mí. Y no le veo otra que correr por el pasillo y averiguar si podré sobrevivir o no. Después de lo que parece una eternidad, tomo coraje —el cual no sé de dónde mierda lo saco— y doy unos pasos sordos hacia la puerta de cristal que se interpone entre el pasillo y yo. En cuanto abro esta con delicadeza con mis manos completamente bañadas en sudor, no me queda otra que correr impulsivamente y sin rodeos. Corro lo más rápido que puedo hasta que vuelvo a encontrarme con el elevador. Me aterra mirar hacia atrás pero siento que si no lo hago podrán clavarme un cuchillo fácilmente por la espalda. En cuanto lo hago y tanteo de que no hay nadie además de mí, doy una zancada rápida hacia el interior del elevador en cuanto este llega y presiono el botón número trece tantas veces como sea posible para apresurar el trámite. Las puertas se cierran al cabo de unos segundos y mientras el elevador sube yo me dedico a mirar mi reflejo en el espejo. Madre mía. Parezco salida de una fiesta de strippers. El delineador se me ha corrido hasta terminar en Júpiter aproximadamente. Y lo poco que quedaba de labial rojo en mis labios ahora está esparcido por el contorno de mi boca. ¿Tantas veces había pasado las manos por mi cara mientras estaba planeando mi suicidio al venir hasta acá? El elevador se detiene en cuanto marca el número trece en la pantalla pequeña que hay llegando al techo. Sus puertas se abren y vuelvo a correr hacia mi departamento hecha un manojo de nervios. Tomo la llave del bolsillo del blazer y, en cuanto ya estoy dentro del departamento, quedo estática y sin saber qué hacer después de todo esto. El primer acto reflejo es desplomarse contra la puerta hecha un ovillo y tratando de procesar lo ocurrido. «Contrólate, Candie, sólo ha sido un susto. Quizás hasta te has imaginado todo. Sólo conserva la calma». Dejando haber pasado unos cuantos minutos, decido que ya he pasado por mucho hoy y que necesito un descanso. Aunque sea de media hora sobre mi cama. Cierro la puerta con seguro y acto siguiente lanzo el blazer hacia el sofá y tomo la nota mental de lavarlo luego. Me siento en un extremo de la cama y me dejo caer completamente en ella. Cierro los ojos y muerdo mi labio varias veces. Me detengo para que este no comience a sangrar. Hago una lista mental para distraerme de lo que debo hacer ahora. Descarto totalmente ordenar una pizza porque me niego a abrir esa puerta otra vez. Entonces continúo haciéndola... y no me doy cuenta de que caigo en un sueño profundo.
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Letras de suerte
Fiksi RemajaNo es la típica historia de la mujer feliz ni la mujer suicida. Candie odia a ambos tipos de persona. Pero siendo la esperanza de un cambio de vida totalmente ajeno a la suya, se topa con un acontecimiento muy peculiar: ¿de quién pertenecerán esas m...