Capítulo 7

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El elevador es moderno y muy espacioso. Tranquilamente cabríamos unas diez personas aquí. Incluso algunas más. Sus paredes están cubiertas de espejos cuidadosamente limpios. «Si esto hubiese estado en la secundaria, no hubiese durado ni dos minutos desde su colocación para ser plagado de graffitis». Pero lo que más llama mi atención es que el techo y el suelo del mismo sean... Por Dios, no pienso volver a mirar abajo jamás. Mi estómago se achica al seguir pensando en que estoy parada sobre un vidrio y que, además de ser sumamente peligroso a decir verdad, da la noción de tener los pies en el aire y alejarse más y más del suelo real. Mi respiración se agita e intento mantener mis pensamientos en otra cosa. Miro hacia el contador eléctrico del elevador. Piso siete, piso ocho, piso nueve... ¿Alguien en su sano juicio podría tomar este elevador todos los santos días del año sin creer que va a morir? Piso doce, piso trece, piso catorce... Un suspiro de alivio se escapa de mis labios en cuanto el contador marca el piso quince y las puertas se abren de par en par lentamente. Podría besar el suelo una y otra vez con tal de agradecer que estoy viva después de eso.

Quedo perpleja ante lo que me encuentro frente a mí. Esto es... un nuevo mundo. Un sinfín de oficinas perfectamente separadas se afilan por todo el piso. Los muros que separan a unas de las otras son de una madera color azul marino que hace juego con el tapiz turquesa que inunda cada centímetro cuadrado del suelo. El murmullo general está presente en cada rincón y, aunque no pueda ver a todas, sé que hay cientos de personas aquí adentro. Y, al juzgar por la notoria vociferación, hay tanto hombres como mujeres. Sólo consigo ver a las pocas que están de pie paseándose de un lado a otro con portafolios, documentos y planillas en las manos, algunos portando móviles y otros simplemente yéndose por otros pasillos.

Siento una mano apoyarse sobre mi hombro y doy un respingo ante el roce. Por instinto me volteo hacia quien quiera que sea.

—Siento haberte asustado —se disculpa el sereno rubio delante de mí. Sus ojos verdes siguen mis movimientos al reacomodarme el blazer como si me tratara de inspeccionar antes de seguir hablando—. Normalmente no esperamos nuevo personal hasta fines de mayo. Me llamo Phil —sonríe cortésmente con los labios cerrados. Su mirada es cálida y consigue suavizar mis nervios—. ¿Tú quién eres?

—Y-yo... —mascullo en un intento fallido que sólo puede empeorar más las cosas— Candace. Candace Van Grownin.

Su mirada adquiere un brillo divertido y vuelve a sonreír sin mostrar la dentadura. Lo hace ver... tierno, supongo. No estoy acostumbrada a que alguien me de ternura en lo más absoluto.

—Un gusto conocerte, Candace —se voltea a mirar hacia el enfilado de oficinas a su derecha sin saber bien qué hacer. Parece estar un poco nervioso—. ¿Ya te han asignado una oficina? Quizás estés cerca de la mía y podría darte una pequeña demostración...

—Phillip Dubois —una voz ronca y oxidada consigue quitarle las palabras de la boca al rubio y este queda estático tanto como yo al oírla—, siempre un paso adelante. Tienes papeleo que hacer. Los asuntos no se escribirán por sí solos.

Silas. Reconozco su voz. Ahora me toca a mí voltearme y encontrarme cara a cara con él. Su frente arrugada de pronto se arruga más en cuanto me regala una sonrisa y sus ojos parecen convertirse en dos finas líneas. Le devuelvo una sonrisa forzada y en mi mente me estoy clavando una cuchilla en un pie. Sé que viene lo peor desde ahora.

Oigo los pasos de Phil al marcharse rápidamente.

—Has llegado terriblemente tarde, querida —enarca una de sus despeinadas cejas y de repente mi estómago amenaza con oprimirse de nuevo—. Pero no te preocupes. Malcolm ya nos ha contado los acontecimientos. ¿Qué sabes de Alexander?

Letras de suerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora