—Ahora mismo le diré. Le prometo que no se arrepentirá. Muchas gracias por la oferta. Hasta luego.
Oigo unos pasos acercándose hacia mi habitación y en un abrir y cerrar de ojos tenía a mi madre frente a mí con una de sus molestas sonrisas suyas.
—¡Candace, arriba! ¡Tengo noticias!
Elevo mis ojos con pesadez hacia el reloj digital. Las diez de la mañana. ¿Cuántas horas había dormido? ¿Cuatro? ¿Tres? Ni quiero pensar en mirarme al espejo. Debo estar tres veces peor de lo que lo estoy siempre.
—Por si no lo recuerdas, hoy es domingo. Déjame dormir en paz —bufo y cierro los ojos nuevamente al dejar caer mi cabeza en la almohada. La felicidad duró menos de lo pensado porque siento un peso extra en mi cama seguido por ser tomada del brazo y ser sacudido frenéticamente. Me doy una golpiza a mí misma mentalmente.
—Para ti todos los días son domingo, Candace —se cruza de hombros y usa el tono chillón que también sabe cuánto me molesta—. Lo es desde que has terminado la escuela hace unos meses —suspira fuertemente y siento deseos de suplicar que se vaya de aquí—. Pero no estoy aquí para pelear contigo como siempre, sino que vine a darte verdaderas buenas noticias.
Luego de desperezarme vagamente, me enderezo y me cruzo de piernas sobre mi cama para oírla mejor. Si seguía entre mis sábanas, probablemente me quede dormida en medio de la charla y mi madre se enojaría conmigo y se iría ofendida sin siquiera haberle dado una justificación real a su enojo. Cosa que siempre se repite. Literalmente, siempre.
—Te escucho.
—Me ha llamado tu antiguo director para preguntarme si has estado estudiando algo últimamente y, como era de esperarse, le dije que no —una sonrisa se escapó de mis labios y ella me devuelve el gesto con una mirada amenazante—. No le veo el lado gracioso a eso. En fin, él me dijo que, en ese caso, te conseguiría un trabajo fijo para ayudarte. Es muy amable al hacer esto, así que no lo eches a perder.
¿Trabajar? ¿En serio? El único trabajo al que se me ocurre que mi ex-director de la secundaria me haya conseguido implica permanecer quieta y aburrida detrás de un escritorio y probablemente deba ser secretaria de algún contador o escribano. Quizás peor. Me opongo a la idea de no hacer lo que disfrute y no me aburra seguir haciendo pero francamente no sé qué es lo que quiero en este momento. Y esa idea parece molestar a mi madre. Si tanto quiere que me largue de aquí, sólo basta que me busque un viejo con mucho dinero y con alguna enfermedad terminal y listo, problema resuelto.
—Gracias, pero no gracias —viro los ojos y me dejo caer nuevamente en mi cama.
Oigo cómo mi madre se retira de la habitación. Totalmente ofendida. ¿Está mal seguir mis estúpidos instintos y esperar a poder estudiar la carrera que yo quiera? Si no era exactamente la misma que ella esperaba que sea, con mucho orgullo digo que sinceramente no me importa. No me importa por el hecho de que siempre quiere mandarme. No me importa por el hecho de que tiene las mismas e irracionales ideas de mi padre. No me importa porque ambos no me importan.
Mi móvil vibra a un lado de mi mesita de noche. Lo tomo sin mucho interés y veo la cantidad incontable de mensajes que no había respondido antes otra vez. Definitivamente no soy de aquellas personas que están todo el día pendientes del otro o de lo que pase en el mundo. No soy de esas chicas que viven de redes sociales continuamente y mucho menos de las que duran horas y horas en una conversación.
Abro WhatsApp y reviso nuevamente las conversaciones. Me fijo en la más reciente: un mensaje de Pam. Qué raro en ella. Creí que sólo abría WhatsApp para hablar con algún idiota que quiera hecharle un polvo rápido. Abro la conversación.
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Letras de suerte
Teen FictionNo es la típica historia de la mujer feliz ni la mujer suicida. Candie odia a ambos tipos de persona. Pero siendo la esperanza de un cambio de vida totalmente ajeno a la suya, se topa con un acontecimiento muy peculiar: ¿de quién pertenecerán esas m...