Capítulo 01: Una flor Inteyvat

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Childe.

—¡Hablaremos de esto en casa!

Mientras grité en su dirección, ella se escabulló rápidamente hacia las escaleras y comenzó a bajar sin siquiera mirarme. La perdí de vista en menos de un segundo. El tintineo de su joyería no dejó de escucharse hasta que ella desapareció de la escena. Por un segundo pensé en seguirle el paso y darle lo que quería, pero el ruido que había dentro del salón llegaba hasta mí como un recordatorio de lo que debía hacer. Qué molestia.

Revolví mi cabello mirándome en el reflejo del vidrio de mi celular, luego volteé hacia mi izquierda para echarle un vistazo a ese reloj de péndulo ubicado en el medio del pasillo. ¿Qué clase de estúpido creyó que poner un reloj en un pasillo era útil? Reí un poco por eso, pero apenas sentí que mis expresiones tuvieran ganas de formar una sonrisa. De alguna forma, mi mente intentaba olvidar el mal momento antes de que Lumine se fuera de esa manera, pero la imagen de su rostro inexpresivo y sus ojos cristalizados color ámbar seguían rondando por mi cabeza como el péndulo del reloj. De una punta a la otra; una y otra vez.

Mezclado con el enfermizo "ding, dong" que intentaba llenar el vacío sonoro del antepenúltimo piso del hotel, las palabras de Lumine seguían resonando en mi cabeza. Por más que hiciera un esfuerzo en concentrarme en mis cosas, ella seguía ahí, recordándome que había cometido un error. ¿Pero qué más podía hacer? ¿Dejar todo lo que estaba haciendo como si solo ella importara? ¿Dejar de lado mis responsabilidades y fingir que no tengo que dar un importante discurso frente a decenas de empresarios? No. Mil veces no. Tenía cosas más relevantes que atender en ese momento. Y aunque me doliera decirlo, Lumine podía esperar un poco más.

Recogí el bléiser del suelo y lo sacudí un poco para quitarle cualquier suciedad posible. No me lo puse, solo lo sostuve con mi mano y lo dejé caer tras mi espalda, y con mis ganas enfermas de ser comido por la tierra, presioné erráticamente el botón del ascensor para volver al último piso.

Lumine. Lumine era la que volvía a invadir mis pensamientos mientras esa espera frente al ascensor se hacía cada vez más eterna. Seguí maquinando sobre sus palabras, algo de su intensa rabia había rasgado parte de mi corazón y de mi juicio. No quería culparla ni tener que decirle que debía cambiar su actitud, pero tampoco buscaba que ella se fuera de esa forma, dejándome con las palabras derritiéndose en mi lengua. Los segundos pasaban con más lentitud y el siguiente "ding, dong" del péndulo se estaba haciendo de rogar.

¿Qué debía hacer? ¿Cómo abordaría ahora una conversación de este calibre sin tropezarme entre mis propias palabras? La única manera que encontraba era ser lo más directo posible, que es lo que siempre se me había dado más decentemente, pero en lo más profundo de mis sentidos sabía que gritarle "es tu culpa por no apoyarme" terminaría muy mal. Quizás estaba siendo muy duro con ella, o quizás ella lo estaba siendo conmigo, tal vez ambas opciones coexistían. No lo sabía, pues mi cabeza estaba encerrada en una esquina de la habitación mientras era apuntada por un revólver.

—Carajo, no tengo todo el día —dije entre dientes.

Golpeé con mi mano libre la puerta del ascensor, y como si fuera simple magia, el mecanismo me obedeció a los pocos segundos. Sin embargo, el rostro que yacía detrás de la entrada no me agradaba en lo absoluto: Rosalyne sostenía un cigarrillo y cada tanto le daba una calada; su expresión era espeluznante. Ya pensaba yo que fumar tanto le había cambiado su humor hace un par de años.

—Al fin te encuentro. ¿Qué mierda estabas haciendo?

Su actitud era tan arisca como siempre, lo que me hizo fruncir el ceño con solo verla a los ojos. Intenté no hacer contacto visual con ella y probar si podía fastidiarla, pero sus párpados caídos apenas y se habían inmutado. Me sentí como un prisionero por alguna razón que desconocía.

Después de Anoche | ChilumiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora