Capítulo 08: Un consejo sabio

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Lumine.

—Hola, madre.

Levanté la mirada cansada y no me esforcé en siquiera esbozar una sonrisa. Mi madre elevó sus cejas levemente y trató de sonreír, pero falló en el intento. Aún sentada en el escritorio, separé una mano del teclado sobre el escritorio y la saludé. Ella apenas reaccionó. Revisó la carpeta que acarreaba bajo su brazo y pasó las páginas una por una, casi como si fingiera que yo no estaba ahí.

—Al fin te veo trabajar. Me dijeron que seguías enferma —me respondió fríamente—. ¿Qué le pasó a tu mano?

Kiana Viator, la mujer que alguna vez me dio la vida, jamás fue demasiado expresiva o siquiera mostraba abiertamente algún ápice de interés cuando se trataba de mí o de mi hermano. Me atrevía a decir que lo único que nos mantenía unidas era el recuerdo de mi difunto padre. Momentos tan incómodos para alguien ajeno a nosotros eran nuestro pan de cada día.

—Sí, aún lo estoy, pero tengo mucho por hacer. ¿Tienes algún problema? —Mi madre volteó la vista hacia mí y me regaló una mueca de desagrado; yo le devolví el gesto, intentando provocarla. Aún no había pensado en una excusa creíble que explicara mi mano vendada y ocultara el "pequeño" incidente con el espejo de Yoimiya, así que ignoré su pregunta.

—Ah... Bien. Evidentemente no vienes con ganas de hablar.

Volví al trabajo luego de haber llorado una noche entera. Ese último test positivo marcó el fin de mi vida sin siquiera haber empezado: me sentía terrible cada vez que pensaba en lo que el futuro me deparaba. Quería deshacerme de él y al mismo tiempo conservarlo. Quería decírselo a Childe y al mismo tiempo ocultárselo hasta el final. Quería tomar una decisión, pero me daba miedo hacerlo.

Tan contradictoria como siempre, decidí dejar de lado mis malestares matutinos solo por un día y asistir a la oficina. No porque me preocupara perder mi trabajo, sino porque era importante para mí que mi madre no sospechara nada de todo esto. Además, aún había algo que yo siempre solía hacer cuando situaciones de este tipo me ocurrían: una única persona a la que le confiaba hasta mis más profundos y vergonzosos pensamientos. Mi tío, padrino, segundo padre, cualquier apodo tonto que diera entender lo unida que estoy a él.

—¿Zhongli está aquí?

—Su oficina. —Madre señaló el ascensor con la punta de su bolígrafo y yo me levanté de mi silla giratoria con pasos cortos, pero ella me detuvo apenas le alejé un poco de ella—. Párate derecha y no holgazanees tanto con ese viejo. Te quiero ver trabajar.

Ignoré cada palabra y seguí caminando. Madre era así la mayoría de las veces. No, siempre. Cuando cumplí dieciocho, me fastidiaba no tener la posibilidad de entablar una conversación normal con ella. La Lumine de ese momento era una idiota; al crecer un par de años, me di cuenta de que no necesitaba más que una pequeña charla donde solo hablábamos de trabajo. Ni ella ni yo aspirábamos a ir más lejos. Aunque todo el mundo a nuestro alrededor creyera que nuestra relación no debía ser de esa forma, madre y yo jamás los escuchábamos.

Subí hasta uno de los pisos más altos del edificio. Al salir del ascensor, todos parecían estar aprovechando la hora del almorzar para dejar sus puestos. Mientras el personal se dirigía a la cafetería o a la cocina, yo iba en dirección contraria con la intención de ver a Zhongli. No me preocupaba que él pudiera no estar ahí, después de todo, ser el CEO de una compañía tan grande como Viator's le daba el poder de almorzar a la hora que le diera la gana. Y si lo conocía lo suficientemente bien, podía deducir que él aprovecharía el receso de la empresa para tontear en su oficina.

—¡Lumi! ¿Todo bien? —Un grito repentino llamó mi atención. Hacia mí se acercó la secretaria de Zhongli, quien parecía también estar yéndose de su puesto. A veces me abrumaba su personalidad tan histriónica, pero era buena chica la mayoría de veces. Pensé en si podría considerarla la única "amiga" que había hecho en esa empresa.

Después de Anoche | ChilumiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora