Capítulo 10: Un cálido abrazo

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Lumine.

Lumine... Jovencita...

El chasqueo de sus dedos frente a mí me despertaron del trance en el que yo sola me había metido. Xianyun se aclaró la garganta, obligándome a desviar mi atención hacia ella. Rápidamente me compuse en mi escritorio y toqué mi cabeza, asegurándome de no estar despeinada.

—¿Sí?

—¿No irás a almorzar? Ya son más de la una —me preguntó.

Busqué en mis bolsillos mi celular y revisé la hora cuando ella trajo a la conversación la palabra "almuerzo". 13:25 horas. El receso de Viator's había comenzado hace veinticinco minutos y yo seguía divagando en mi escritorio como una estúpida. Asentí con la cabeza y forcé una sonrisa, lo suficientemente casual como para no ser invadida por más preguntas de mi jefa.

—Sí, lo siento... Solo terminaré con unas cosas antes de irme.

Xianyun rodó los ojos y asintió al igual que yo. El persistente golpe de sus tacones en el suelo se alejó de mí a medida que ella caminaba hacia el ascensor antes de que las puertas se cerraran. Yo suspiré profundamente una vez que logré despertar mi mente del infierno en el que se habían convertido mis pensamientos últimamente: tenía miles de cosas que pensar, cosas que me esforzaba por ignorar y fingir que no existían, mas el peso de mis decisiones aún seguía causándome náuseas incluso en los momentos más inoportunos.

Ocultar los malestares y antojos de un embarazo no habría sido una tarea tan difícil de no ser porque mi propia incertidumbre solía empeorar las náuseas que aparecían en medio de mi jornada laboral. A veces podía tolerarlas y seguir con mi trabajo, haciendo un gran esfuerzo por sonreír y poner la excusa de que "comí muy mal la noche anterior"; otras veces, me escabullía en los baños y dejaba salir todo lo que tenía adentro, incluida la pesadumbre y el remordimiento por los eventos de las últimas semanas. Hablar con el tío Zhongli me hizo sentir mejor, pero no solucionaba nada, pues el mundo aún me pedía a gritos una solución, respuesta, movimiento, siquiera un paso en cualquier dirección. Atrás, adelante, o a un lado. Tenía que tomar una decisión: conservarlo, deshacerme de eso, hablar con Childe, ignorarlo y evitarlo, o mentirle de forma descarada por el resto de mi vida. Deseaba no tener que hacer ninguna de ellas. Podía ignorar a Childe, ocultarme, no volver a cruzarlo nunca más, pero el niño en mi vientre seguiría ahí sin importar cuanto desee delegarle la tarea de decidir a alguien más. Cualquier opción me enterraría en la capa más profunda de la tierra y me cortaría el aire en cuanto intentara hacer algo para detener la tormenta que se me avecinaba. La fugaz idea de simplemente desaparecer a veces cruzaba cada fibra de mi cerebro, pero siempre terminaba en la basura.

Cuando por fin decidí levantarme de mi silla para ir a la cafetería y buscar algo ligero para comer, me sentí extraña. Miré mis pies descalzos, cubiertos únicamente por una delgada capa de medias de nylon. Me sostuve del escritorio e intenté calzarme los tacones para irme de una vez. No me quedaban mal, de hecho, consideraba que podía lucir bien las prendas ajustadas, pero ¿por cuánto tiempo eso sería así?

Inevitablemente pensé en lo que pasaría si decidía conservarlo. Esos pies se hincharían y en algún punto de mi vida dejaría de verlos. Tendría un vientre tan grande que sería imposible de ocultar. Dejaría de lado mi uniforme profesional y me vería obligada a usar ropa más grande, quizás más cómoda. Se unían en mí sensaciones agridulces que no hacían más fácil ver las cosas positivas y negativas de mi situación. Cada aspecto era bueno y malo a la vez. Satisfactorio y emocionante; tibio y desesperante.

Caminé por el pasillo vacío del piso tres de Viator's. Nadie estaba ahí, solo yo, la única idiota que usaba la hora del almuerzo para seguir martirizándose en vez de relajarse, comer y descansar de un par de tacones dolorosos. El teléfono de mi escritorio me detuvo. «¿Quién mierda está molestando durante el almuerzo?» Rodé mis ojos y pensé en si sería un crimen fingir que jamás escuché esa llamada. Hacían más de veinticinco minutos desde que el receso había comenzado, se suponía que no debería estar en mi puesto. «Pueden irse al demonio», me dije a mí misma.

Después de Anoche | ChilumiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora