Capítulo 11: Una última vez

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Childe.

—Ya me voy a almorzar, ¿necesita algo más, señor?

—No, Ekaterina, gracias.

Ella asintió con la cabeza, caminó fuera de la oficina con las manos pegadas a su espalda y... la idiota dejó la puerta entreabierta antes de irse. Estuve a punto de protestar para que se diera la vuelta y la cerrara, pero me terminó dando igual. Había estado tan distraído toda la mañana con cosas más importantes que ni siquiera tenía ganas de levantarme para tener solo dos centímetros más de privacidad. No los necesitaba.

Esa mañana me levanté con el pie izquierdo. Quemé mis tostadas, casi volqué mi café en el ascensor y Zarina me abrumó con su ansiedad. Entré a mi oficina y fui recibido con una tonelada de informes sobre el escritorio que ella creyó que sería una buena idea que solo yo revisara. Jamás rechazaba sus pedidos y no me molestaba tener una mañana apretada siempre y cuando no me interrumpieran, pero esa mujer parecía tener una alarma que le avisaba cada vez que yo tenía problemas más desgastantes que una pila de papeleo.

Mientras trabajaba, una Inteyvat artificial me acechaba. Quizás fue lo único que hice conscientemente esa mañana. Antes de irme del apartamento, me miré a mí mismo en el espejo del baño e intenté mentalizarme sobre lo que pasaría hoy. «Lumine vendrá a verte, querrá hablar contigo y ya puedes suponer lo que te dirá. Ya sabes qué responder, Childe, solo tienes que hacerlo», fue el mantra que se reprodujo en mi cabeza desde que ella me llamó el día anterior. La Inteyvat había reposado sobre mi mesa de noche hasta esa misma mañana, cuando finalmente decidí que la tiraría a la basura. Y vaya sorpresa, resultó que no era tan fácil como creí, así que ahora estaba conmigo, juzgándome como si tuviera vida propia mientras rellenaba informes trimestrales.

Me levanté con irritación de mi escritorio y di una vuelta por mi oficina. Me rasqué las manos por encima de los guantes y me quité la chaqueta. Observé por la ventana como si estuviera esperando que algo lo suficientemente interesante me distrajera de la espera.

Había perdido -literalmente- la batalla contra una flor de plástico con más significado del que aparentaba. Me sentía como un idiota desesperado por olvidar y pasar de página. De hecho, lo era. Me negué a admitir que Zarina tenía algo de razón cuando dijo que dolería porque creí que podría lidiar con eso en silencio, sin lloriqueos, pero yo no tenía la habilidad de ser tan estoico, no como ella.

Nadie me había preparado para amar de la forma en la que amé a Lumine, mucho menos para aceptar el doloroso hecho de que lo nuestro jamás funcionaría. No se me ocurrían ejemplos cinematográficos que fueran suficiente para describir nuestra relación, pero yo podía imaginarme una trama perfecta para un videojuego cada vez que fantaseaba antes de dormir: dos enemigos por naturaleza que cruzan caminos constantemente, que comienzan odiándose, pero luego descubren que son más parecidos de lo que creían. Quizás una viajera de mundos y el leal soldado de una reina que todo el mundo tacha como la mala del cuento. Al final, ambos terminarían lidiando con una inevitable despedida o una batalla a muerte en la que solo uno de los dos saldría vivo. ¿La viajera o el soldado? ¿La luz de las estrellas o la oscuridad de un abismo? Cuando llegaba a esa parte de la historia, yo ya había caído dormido entre mis sábanas.

Una voz tras mi espalda envió un escalofrío que llegó hasta mi cuello. Por un breve momento quise creer que solo se trataba de mi imaginación, pero el reflejo de su cabello rubio en el vidrio del ventanal era totalmente real.

—Hola.

Sosteniendo el mango de la puerta, Lumine me observaba parada sobre el límite de mi oficina y la recepción. Se veía casi igual que siempre, quizás más apagada de lo que recordaba. El mismo uniforme de oficina, el mismo estático peinado, el mismo maquillaje, pero diferente mirada. Insegura.

Después de Anoche | ChilumiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora